Fidel desde la inmortalidad. Ilustración: Dyan Barceló.
Siete años desde que partiste, y aún cuesta creerlo, Fidel.
Crecí escuchando de tus logros y tu legado, nutriéndome de tus discursos extensos donde cada palabra era necesaria.
Cuesta creer que las nuevas generaciones solo conocerán de ti a través de libros, audiovisuales y anécdotas, sobre todo porque muchas de tus hazañas siguen sin ser escritas.
Tal parece que fue ayer cuando finalmente te vi en aquella tribuna en la ciudad de Santa Clara, después de tanto tiempo deseándolo. Allí asistí como líder estudiantil, y tenía la emoción de conocerte, de conocer a Fidel, de saber que estabas ahí aunque apenas distinguiera tu silueta en la distancia.
Fue doloroso lo que sucedió. Recuerdo el alboroto, la incertidumbre tras tu caída, pero también la tranquilidad con que te dirigiste a todos. Incluso con varias lesiones, pensaste en los demás: en no preocupar, en sosegar. Desde ese momento te comencé a admirar el doble.
Siempre fuiste así: más allá de tu dolor, pensabas en el ajeno. No importó tu posición familiar acomodada para luchar por las causas de los humildes, de los que no tenían ni almohada donde poner sus sueños.
Fuiste más que el Moncada, La historia me absolverá, el Granma y la Sierra. Tu quehacer no fue solo de gesta liberadora, ni concluyó tras el triunfo. El 59 fue solo el comienzo de muchísimos proyectos y sueños cumplidos, que incluyeron llevar con las letras la luz de la verdad a cada rincón de la Isla y poner tierras en manos que las merecían.
Fuiste un visionario, que desarrolló las ciencias con apenas recursos y formó a los profesionales que trabajarían en ellas; que multiplicó escuelas y hospitales hasta en las zonas más remotas, con un Plan Turquino que buscaba el desarrollo integral y sostenible de esas áreas aisladas; que fomentó las artes y la práctica del deporte como derechos del pueblo.
Hay historias que aún viajan en la mente de quienes te conocieron, y que bien valen ser contadas, tan heroicas como las de Girón, donde lideraste la batalla contra el imperialismo. O la del Flora, donde dicen los que peinan canas que te montaste en un “anfibio” para constatar de cerca los daños de una de las mayores catástrofes registradas en Cuba.
Acompañaste a tu pueblo en los momentos más difíciles, y trataste de revertir cada situación negativa.
Lloraste con los familiares de las víctimas del crimen de Barbados y con las de cada uno de los actos terroristas perpetrados contra nuestra Revolución, e hiciste lo imposible porque ninguno de ellos quedara impune.
Creaste los CDR no solo para movilizar a todo el pueblo en las tareas de la defensa de la Revolución, sino para apoyar causas tan humanas como las donaciones de sangre.
Tu legado es valioso e incalculable, y sigue siendo la inspiración de muchos que, como yo, se rehúsan a creer que partiste.
Prefiero recordarte como ese día en la Plaza, hace 19 años, en que tuve la emoción de conocer a un líder, a mi presidente, al autor de tantas hazañas y obras de bien: al eterno Comandante en Jefe.