Tal vez en Matanzas ha tomado auge en los últimos años la acepción del fotógrafo como cronista, como voyeur de épocas, como conformador de álbumes de esos que guardas en las gavetas de la casa y que cuando los hojeas la primera pregunta que te haces es: “¿Esos éramos nosotros?”; o como Sergio en Memorias del subdesarrollo: “¿Ha cambiado la ciudad o hemos cambiado nosotros?”.
Dicha generación ha construido un discurso singular, sin abandonar las miradas personales. En dicho arte quizá lo más importante sea eso: la mirada. Esta no va más allá de la manera en que entendemos la realidad y los márgenes entre la belleza y lo horripilante que también resulta necesario recopilar, porque forma parte de lo que nos tocó vivir y no corresponde subvertir.
Gracias a esta pujanza y como sucede a aquellos que, de una manera u otra, a través de lo local tienden a la universalidad o desde lo íntimo han rozado conflictos inherentes a todo lo humano, han traspasado los límites de la ciudad e incluso de la ciudad isla. Este resulta el caso de Julio César García y David López Cruz, quienes próximamente presentarán una exposición a cuatro manos y dos miradas en Madrid.
Albor se titula dicha muestra. Según palabras de García, esta exhibe dos visiones acerca de la infancia en Cuba y en Matanzas: la de David, a colores, nos trae a mataperros, niños que no comprenden frases tan complejas como déficit energético o reordenamiento y solo se preocupan por ser felices con lo que tengan a mano, balones de fútbol deshilachados o un río sucio donde refrescarse.
Julio, por su parte, aborda la paternidad desde una serie de retratos que realizó a sus hijos. Ahí lo disparatado en unión de la técnica del blanco y negro nos ofrece instantáneas que se acercan a lo surreal y a los tragicómico, como puede muchas veces definirse lo complejo de ser padre en un país de tantos vaivenes y circunstancias atenuantes.
No obstante, el periplo de ambos no se detiene en ese punto. El 25 de octubre en Barcelona, junto a Layna Fernández –fotógrafa española que ha expuesto en los salones de nuestra ciudad– realizarán una charla sobre cómo mantener la ilusión para no dejar la fotografía.
La temática del conversatorio quizá sea uno de los problemas más acuciantes de los artistas emergentes. En un mundo donde lo económico le hace bullyng a las musas y aún nos debatimos entre las dos hambres, la física y la espiritual, cómo sobrevivir sin perder el impulso ni la fe constituye una interrogante vital.
Además, el 28 y 29 del mismo mes participarán en el Quijotephotofest que acoge la universidad de Alcalá de Henares y el 30 volarán hasta las Islas Canarias para hacer presencia en la Bienal de Fotografía de Tenerife.
Explica Julio César que el objetivo de este periplo no solo radica en visibilizar sus obras, tanto las suyas como las de David, sino también las de esta nueva generación de matanceros. Intentarán promocionar y buscar apoyo para diferentes proyectos que auspician, como el Coloquio Internacional de Fotografía Fotonoviembre y la apertura en un futuro, esperemos que no lejano, del Estudio 101 Centro para el desarrollo de la Fotografía y el Audiovisual.
No sabemos si las islas o ciudades son fotogénicas. Hacer una fotografía no va más allá de arrebatarle la fugacidad al tiempo. Quizás entonces no se capture un espacio físico, una ciudad isla, sino un tiempo en que éramos menos felices o más desgraciados o solo estábamos ahí, aguantando los golpes de la vida.
Sin embargo, de lo que sí estamos seguros es que aún resta mucho por contar, por comunicar, por mostrar. Toda una época cabe en una cámara como la de David o Julio César. (Fotos: Cortesía de la fuente)
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