La ciudad y la grúa bocarriba

Junior, el bombero, el mismo que me ha dicho una y otra vez  que para él no hay una guardia tranquila, que está maldito, me cuenta que después de una noche sin moros en la costa  se había sentado a tomarse un café en el local al lado del Sauto, a menos de 20 metros de la Estación de Bomberos, y luego irse para casa. Entonces el estruendo, la grúa bocarriba,  como el cuarto cuando aparece el amor, como cuando quieres contemplar las nubes en la azotea de tu casa mientras tiendes la ropa.

Fotos: Raúl Navarro

Hace menos de tres minutos el equipo que se utilizaba para pintar el costado de la Oficina del Conservador se había volcado.  El brazo o boom del vehículo había pasado a pocos centímetros de donde un deambulante dormía la mona en uno de los bancos de la Calle en Medio.

Yoamed, colega de Junior, que junto a él despedía la guardia con un café, enseguida despertó al señor para alejarlo de ahí.  El tipo abrió los ojos y preguntó «si él ( Yoamed) creía en Dios».  Le respondió que sí, pero que a esa hora no se podía confiar a Dios.  Estos eran asuntos de humanos, no divinos.

No sé si Dios, el de los hombres o el de las máquinas, estuvo presente cuando la grúa se puso bocarriba, como ciertas tortugas, como ciertos días. Nadie lo sabe. Los accidentes ocurren y entonces a tirarse al piso y pensar que sucederá lo mejor posible. El caos no es lo nuestro. Aunque cuando uno apreciaba como el brazo chocó contra los adoquines de la Calle en Medio y destrozó parte de una sombrilla y abrió huecos en el cemento de la acera se asusta un poco ante el poder aniquilador de aquello que construye el hombre.

Además, no estamos acostumbrados a presenciar grúas bocarribas, como la noche de Cortazar, como los cohetes de Cabo Cañaveral a punto de partir al infinito y más allá, hacia otras tierras, pero está en el mismo lugar. Algo parecido que le hubiera ocurrido al señor que dormía en el banco si el boom hubiera caído dos metros a la izquierda.

En la punta de la grúa en una plataforma de madera había dos pintores que coloreaban a brocha gorda las paredes de la Oficina del Conservador en vísperas del Aniversario 330 de la ciudad.  En un primer momento, cuando los entrevisto,  me dicen que no, que ellos son valientes a todos, que hay que darle el pecho a la vida.

Pero no fue tan así. Luego cuando no tenían el celular grabando adelante se desahogaron. Comentan que en ese momento volvieron a nacer, los dieron a luz de nuevos. Cuando ocurrió el incidente la suerte es que estaban cercanos al suelo y pudieron saltar a tiempo y ponerse a salvo.

Para bajarse el susto se fueron a  tomar una botella de Yucayo que se les quedó «en la muela», según sus palabras. Creo que la Ronera de Santa Cruz completa no hubiera alcanzado para difuminar el susto. 

Mientras  la grúa estuvo así, bocarriba, como el libro encima de la cama, como gato para acariciarle el vientre, en la Plaza de la Vigía, los vigías se multiplicaron desde el vendedor de ajo con su bicicleta con sus ristras a ristre, hasta muchachos del pre, hasta amas de casa de vuelta del forrajeo.

Esta ciudad, Matanzas, la ciudad que pensamos que nada nos puede sorprender, el día anterior a la Virgen de la Caridad, nos demuestra que puede hacerlo y entonces nos encontramos con una grúa bocarriba que en su carcasa tiene pintado Don t stand under the boom! ( no te coloques debajo del brazo).

Lea además: En imágenes: Accidente de una grúa en la Calle del Medio

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1 Comment

  1. Estuve ahí, a pocos minutos del accidente. Se comentaba que la grúa era de Hidrología, y a pesar de lo espectacular del accidente, todo estaba tan aséptico como si alguien, con extremo cuidado, hubiera «puesto» la grúa inclinada a 50 grados sobre la Vigía y el brazo o bun como algunos le llaman, rigurosamente paralelo a la acera derecha de Medio. De inclinarse a la derecha o a la izquierda, ni Orozco empeñando su famoso sombrero retro alcanzaría para suplir los daños. Tampoco hubo que lamentar víctimas, sólo buenos sustos, entre transeúntes y vecinos. Curiosamente, en las mesitas de la hamburguesera, habitualmente con comensales acodados, no había nadie en ese momento.
    Entre el público, algunos especialistas (el cubano sabe de todo) y otros comentaristas de ocasión, hablaban de la famosa palanca, cuestionando la habilidad del operador y otros que hablaban de un fallo en los sistemas de la grúa.
    En la tarde ya habían desmontado el extremo del bun y retirado la grúa. Se estaban resarciendo los daños menos problemáticos. Al final, solo dos o tres banquitos, algunos adoquines rotos y otros que se desprendieron, una rotura en el contén y dos en la acera, y de la hamburguesera, don mesitas y cinco o seis sillas. En el lugar donde se vertió la pintura, en el pavimento todavía flotaban los grumos frescos, a pesar del intenso calor. Al borracho que, acostado en un banco le cayó el bun al lado, aún sigue su borrachera, y alguno que otro comenzó o adelantó su celebración de cumpleaños; prácticamente el único efecto del accidente es que los cafés circundantes vendieron mucho más ron que lo habitual, y los punticos de medio se les agotaron las existencias de papel sanitario.

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