Teatro Tentempié fue fundado por el dramaturgo y realizador Jesús del Castillo, junto a la actriz Fara Madrigal, en el año 1994, combinando espectáculos para el escenario y varios programas para la televisión como Soy Feliz y Barquito de Papel.
Fara se presentó en el Teatro Sauto el pasado 6 de agosto con el espectáculo Carmen Flor de los Recuerdos, un cruce de biografías y vivencias de la actriz nacida en Sancti Spíritus, quien llegó a Matanzas con la primera graduación del Instituto Superior de Arte, y fundadora de Teatro El Mirón Cubano; también integrante durante años de Teatro de Las Estaciones y de Teatro Tentempié, Fara ha incursionado además en la radio y la televisión.
El espectáculo, en cuyo diseño de luces, vestuario y escenografía están implicados los destacados diseñadores de moda Juan Carlos Jiménez Huerta y Alexander Rodríguez, contribuye a tejer de una mezcla de adivinanzas, juegos, canciones e historias con un sustento en la narración oral escénica y el teatro de figuras, que transita por textos de varios autores desde las leyendas matanceras de Américo Alvarado, Dora Alonso o las leyendas guaraníes.
Está concebido para un espectáculo íntimo, quizás más que el propuesto por el Teatro Sauto, encima del escenario; acerca al público al contacto con la mujer recreada, desde la actuación y el diseño de vestuario y maquillaje, en el personaje con el que Fara nos lleva a su viaje por espacios, situaciones y sumergirnos en el universo que propone.
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Creo que ha sido importante ver a la actriz en una nueva representación dedicada a la familia, que conserva ese espíritu del encuentro y el intercambio con el otro. Aún recuerdo el de Floripondin y Azucena, sustentado sólidamente en la dramaturgia.
Hay dos momentos que resultan vitales, desde mi punto de vista, porque armonizan el tejido intertextual de la propuesta, que es heterogénea. El primero es precisamente el de la leyenda de Américo Alvarado, que transmite desde sus recursos actorales llevarnos al universo de las metamorfosis de la gaviota del San Juan, quizás una de las más recurridas de las más de siete que distinguen a Matanzas, pensando en la creación escultural ubicada precisamente al margen del hermoso y mágico río.
En este fragmento dentro del espectáculo, Farita funde su experiencia titiritera, la organicidad de su voz y su cuerpo, para ofrecer un espacio a la imaginación. Otro instante singular por su belleza fue el de la recreación de la leyenda guaraní del zunzún, que intenta apagar el fuego, por la conmoción de la historia y la delicadeza de la intérprete al contarlo. Son instantes del espectáculo que, independientes de él, pueden vivir con fuerza, frescura, y con el espíritu de lo que descansa en la memoria de nuestros pueblos.
El escenario estaba lleno de un público heterogéneo que agradeció la tarde, que se refrescó por el aire del mar y por un espectáculo cargado de las cosas hermosas de la vida: encontrarse con alguien para que te cuente historias, como en la sala de una casa, como la tradición matancera y espirituana, que es raíz de la puesta y esencia de una actriz nuestra, como el abrazo de los amigos y el palpitar de la literatura viva en el teatro.