Regresó Calendario en su segunda temporada, una serie que viene a acabar con el letargo de la programación de las noches de domingo y a mostrarnos con todos sus matices la realidad que circunda a los habitantes de esta Isla, plural, diversa, con crisis no solo económicas, sino también de valores y principios.
Calendario es esa serie con la que todos nos sentimos identificados de alguna forma, tal vez por la multiplicidad de temas que aborda, por el realismo de sus diálogos o por esa forma tan sutil de decir y cuestionar la Cuba en que vivimos.
El consumo de drogas, la homosexualidad en los adolescentes, el uso de las redes sociales, el duelo ante la pérdida de un familiar, las deudas, la emigración o las carencias económicas son conflictos que han ido apareciendo poco a poco en cada emisión y que han conectado desde el primer momento con el público. Quizás así me sucedió cuando en un reciente capítulo ocurrió el encuentro entre la profesora Amalia y la madre de Gustavo.
Para quienes no siguen la serie, les resumo: ante la llamada de atención de la profesora a la progenitora del estudiante, debido a las reiteradas ausencias de su hijo por irse de compras a Rusia, ella cuestiona el valor que tiene un profesional en la sociedad cubana actual, poniendo el poder adquisitivo por encima de los conocimientos, la experiencia o el aporte social.
Como una bofetada en el rostro cargada de una cruda realidad, pues no sobraba ni una sola palabra, se presentó el diálogo, que vino a ser reafirmado cuando el profesor que aspiraba a ser jefe de departamento solicitó la baja de la escuela porque necesitaba solvencia.
Lamentablemente vivimos en una sociedad donde las insuficiencias económicas han puesto al dinero como el centro de todo, y en la que cada vez se agudiza más la migración externa e interna hacia trabajos mejor remunerados, que les permitan a los profesionales subsistir en un país donde los precios suben estrepitosamente y sin frenos.
Ello, unido a la baja retribución percibida por quienes ocupamos plazas menos lucrativas del sector estatal, como los médicos, ingenieros, empleados públicos, maestros, periodistas u otros que no devengan utilidades ni ningún otro beneficio salarial, hacen que la fuga de personal cualificado sea cada vez mayor. A lo cual se suma la falta de recursos y condiciones laborales que hacen más tortuoso el trabajo a desarrollar.
Por lo tanto, en este contexto se valora a quien más dinero perciba sin importar que el trabajo realizado requiera más tiempo, capacidad o esfuerzo. Todos los días nos encontramos con historias similares e igual de dolorosas de profesionales que, ante la disyuntiva de continuar ejerciendo su vocación o llevar un plato de comida a la mesa, apuestan por la segunda, y es perfectamente entendible.
Por otra parte, existe una tendencia a cuestionar y minimizar fácilmente años de estudio, de esfuerzos, saberes adquiridos y experiencia laboral, incluso a quienes, aun “comiéndose un cable”, apuestan por seguir en la profesión que escogieron.
Detrás de frases que se clavan como cuchillos en el pecho y que son muy explícitas, como “para qué estudias tanto si al final…”, “fulanito no se quema tanto las pestañas y…”, se esconde la conformidad con una práctica que no debiera ser la cotidianidad en ningún sistema.
El éxodo de profesionales es una problemática sobre la que el Estado debe poner una lupa y, sobre todo, accionar. Las consecuencias están ahí, en el mal trabajo que se realiza en muchos lugares y en la desprofesionalización. Todavía y para bien de nuestra sociedad existen quienes sustentan su trabajo en el amor, honrarlos es la única forma de mostrar respeto ante la labor que desempeñan.
Excelente comentario a mi forma de ver. Es una dura realidad que hoy enfrentamos. Se buscarán soluciones,pero a qué plazo??. Soy de una generación que se extingue y no sólo porque se fueron, si no porque estamos en la edad del retiro y tampoco tienes cómo satisfacer tus necesidades con eso. Para que estudiar tanto? Debiera desaparecer ésa pregunta hoy en muchos jóvenes.