Estás en medio de la oscuridad, no ves nada a tu alrededor, no importa la edad que tengas, has estado aquí o has oído algo sobre ellos. Conoces de las batallas que libran incesantemente el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Puedes ser un niño o un adulto y aún sentir cómo se te crispa la piel cuando ese sonido se extiende por toda la habitación. Y escuchas disparos, pero no son normales, suenan a potentes armas inexistentes que queman la piel y que no son proyectiles físicos, los ves a ellos desfilar en la distancia por donde llega un poco de luz: son blancos y llevan fusiles y para suerte de sus enemigos tienen una puntería terrible; pero los comanda un hombre que lleva una armadura oscura y una larguísima capa, además de una máscara que impide ver las cicatrices de su última batalla como Anakin Skywalker en el planeta Mustafar.
Ese hombre respira con dificultad y absorbe toda la luz del lugar, pero hay vestigios claros de esperanza por esta habitación que ahora reconoces como el cuarto de tu infancia, o la adultez más nostálgica. Y los ves, ves a tus compañeros de las guerras clon. Son ellos, Ahsoka Tano y Obi-Wan Kenobi: los Jedi más legendarios de la historia de Star Wars, junto a quien alguna vez fuera el elegido.
Y te veo allí, doliente ante cada muerte que trajo consigo la ejecución de la orden 66. Cuando veías Episodio III: La venganza de los Sith, tenías menos de 10 años y no esperabas que los héroes fueran asesinados de formas tan traicioneras. Porque sí, ahora te das cuenta de que la orden Jedi tambaleaba en el cumplimiento de sus principios en pos de alcanzar la paz; ahora te das cuenta de que ellos mismos eran generales de batallones enteros de clones. Y te tienes que acordar de Cody, de Rex, de los droides con los que creciste, te acuerdas de la inteligencia del conde Dooku y de su estilo refinado. Ahora que eres un adulto te ríes con las políticas de los Jedi: ¿cómo podía Anakin Skywalker ser parte del consejo y no poseer el título de maestro?
Se podría decir que Darth Vader existe porque a Anakin Skywalker le negaron un ascenso profesional.
Estuviste en aquella habitación, observando religiosamente todos los episodios de La guerra de los clones, por DVD o Cubavisión, y no podías creer que algo así tuviera fin. Hasta que Dave Filoni decidió terminar la serie con su séptima temporada, regalándonos otro duelo para la posteridad: el Tano vs. Maul, con el cual se confirmaba sobremanera el poderío de la padawan más famosa de todas.
De niño no odiabas las precuelas porque eras eso, un niño, y porque todo lo que fuera La guerra de las galaxias te encantaba, pero ahora entiendes la decepción que pudo significar para muchos ver La amenaza fantasma y encontrarse con esa lagartija que camina a dos patas y se la pasa todo el tiempo hablando de sí mismo en tercera persona: “Misa creer que Obi-Wan debería estar siempre en el sitio más alto, por precaución”.
Pero cómo no querer La amenaza… con ese duelo fantástico entre Qui-Gon Jinn y un kenobi aún padawan contra el peligroso Darht Maul; todo musicalizado con esa obra maestra que es El duelo de los destinos y que hoy, a mis veintitantos años, he descargado a mi teléfono y reproducido tantas veces como estrellas hay en el cielo.
Y volvimos a escuchar el ruido de naves destruyéndose en el espacio y gritos de vaqueros cuando el ratón Mickey compró los derechos. Kylo Ren supuso un soplo de aire fresco allí por donde arrasara; por primera vez no se nos mostró a un Sith completo o a un Jedi convencido. Ben Solo transitaba por los caminos de la Fuerza buscando una respuesta que no tenía pregunta, fue el personaje que decidió dar su vida como forma de redención y revivir a Rey Skywalker, la mujer que no necesitaba saber quién era porque lo consideraba irrelevante, tal como lo enuncia su sable de luz de color amarillo: la búsqueda del equilibrio y de la paz interior.
Mira a tu alrededor, ellos estuvieron contigo todo el tiempo: Yoda con sus consejos difíciles de entender, Kenobi destrozado por la culpa y con pensamientos derrotistas. Estuviste en cada pelea de la gran Ahsoka Tano y la viste convertirse no en una jedi, sino en algo más: en un ser poderoso elegido por la Fuerza para utilizarla y servir como estandarte de la justicia y la igualdad, además de servir de guía a las generaciones futuras; y Mando te mostró que ninguna máscara sirve para ocultar la tristeza y la depresión, y que un niño como Baby Yoda puede borrar cualquier pasado.
Ya no hay tanta oscuridad alrededor porque has recordado que has sido testigo de las caídas y regresos de hombres y mujeres, especies extraterrestres y androides por toda una galaxia consumida por la guerra y la corrupción. Presenciaste, al lado de un jovencísimo e inexperto Luke Skywalker, aquel horizonte de dos soles en Tatooine cuando, al igual que él, la aventura te hizo un llamado.
Hay una nueva esperanza porque sobreviviste a la orden 66, guardaste tu sable de luz debajo de tu cama cuando eras un niño o esperas legárselo a tu hijo o hija. Hay esperanza porque fuiste parte del escuadrón suicida Rogue One y ayudaste a filtrar los planos de la Estrella de la Muerte. Esperas a que sea el momento oportuno de unirte a la rebelión junto a Ezra y compañía.
Levantas tu mano, cierras los ojos y haces levitar el mando de tu televisión y recuerdas que puedes regresar a aquel momento en el que uno de los mayores villanos de la historia afirmaba ser el padre de uno de los mejores héroes. Entrenas en los usos de la Fuerza con la esperanza de evitar un contraataque del Imperio, como el de Hoth, y hasta planteas irte de entrenamiento con el maestro Yoda a esa jungla calurosa y mohosa que es Dagobah. No puedes esperar a escuchar los amigables gritos de Chewie llegando a tu casa con los brazos de un soldado de asalto junto al mítico Han Solo, cuya recompensa sigue siendo alta. Te les unes por un tiempo, rondan por planetas en busca de criminales y beben rones cubanos a bordo del Halcón Milenario.
Estás en el suelo, pensando que ya no puedes más, que la vida es muy difícil, que nada tiene sentido, que todo es oscuro, cuando escuchas las voces de esos guerreros de espadas de colores. Te dicen que te levantes y tú dudas porque ¿para qué levantarse?, y te acuerdas de que ellos, los héroes de tu infancia, nunca se rindieron.
Primero te giras, una mano y luego otra, te levantas de la cintura para arriba, las rodillas y por fin sientes el suelo bajo tus pies y solo hay en luz en la habitación, limpia y nítida luz, atraes el sable hacia tus dedos y tocas un botoncito y sientes el rápido “fiuuussss” y lo mueves y sientes el “vauuuun” y gritas: “¡Soy todos los Jedi!”.
(Por: Por Mario César Fiallo Díaz)