La necesidad de botar la basura no puede ocasionar daños que hagan peligrar la salud y hasta la propia vida. Foto: Ramón Pacheco Salazar.
Dora, así dijo llamarse, demuestra que con más de 70 años de edad se es muy útil en casa. Depositó las tres jabitas de nailon, saturadas de basura, casi en la esquina de Manzano y Santa Teresa, sin percatarse de que la observaban. Su rostro muestra sorpresa al darse cuenta de la insistente mirada sobre lo que hacía.
Al vernos sonríe, inclina la cabeza hacia los lados, frunce el ceño y exclama: “Qué voy a hacer, hace días que no pasan -se refiere a los vehículos de recogida de basura-; y no voy a guardarla en casa porque el mal olor es insoportable al pasar las horas”.
La profesora de Geografía pronto recibe ayuda de una vecina. Margarita es una mujer morena, voluminosa, de lento andar y larga vida. Conduce entre sus manos dos recipientes no menos pesados, uno de ellos goteando un líquido viscoso sin olor aparente.
“Tenemos que caminar varias cuadras, porque en este lugar recogen más que por donde vivimos. Usted verá que mañana no hay nada, aunque a veces no es así; parece que no hay carros, están rotos o van por otras zonas. ¿Usted es inspector? No nos vaya a poner una multa, porque fíjese, están bien amarraditas y no las tiramos como quiera, para que los perros no las rompan y ni las rieguen«.
“Si pasaran a menudo por nuestra cuadra no sucedería esto. Somos personas conscientes. Mire, ahí viene otro a depositar, pero en un saco. Reconozco que se ve feo y antihigiénico cuando se acumula demasiada basura en las esquinas; pero no hay otra solución, y menos mal que no vamos al parque Watkin a tirarla, como hacen muchos otros. Allí acuden numerosas personas con sus niños a mirar los animales del microzoológico. Eso sí que no, afea el Pompóm, además de contaminar la fuente de agua”.
Lo anterior no es figurado, sino real. Se observa a diario en calles y barrios adyacentes de la capital yumurina. Resultan disímiles las razones que originan la constante inestabilidad en la recogida de los desechos, agudizada en los últimos meses. No contar con suficiente y adecuado parque automotor, escasez de personal para acometer la vital tarea de saneamiento ambiental.
Por ello, como señalamos en anterior trabajo periodístico publicado en Girón, la urbe en cuestión requiere de la ayuda de vehículos apropiados de otros municipios, a veces insuficientes. Del diálogo con quienes manejan esta labor en Servicios Comunales, incluidos los jefes de brigadas, se percibe el máximo esfuerzo por solucionar un problema que va mucho más allá de brindar una mejor imagen pública. Muy por encima se hallan la salud humana y el medio ambiente por un lado, y por otro la lucha contra la constante contaminación de suelos y el oxígeno que respiramos.
En la actualidad, la principal preocupación se centra en la eliminación de los desechos, con su traslado hacia vertederos para enterrarlos o incinerarlos. Sin embargo, no son pocos aquellos que los lanzan a lugares abiertos, solares yermos, e incluso, al río u otras corrientes de agua. Estas personas no piensan que en los sitios donde se concentran dichos desperdicios, bajo los efectos del sol y la lluvia, se desintegran y se filtran al subsuelo. De esta manera devienen fuertes contaminantes del agua potable, mediante cañerías averiadas, que luego llegan a los hogares y son letales para la salud.
La descarga de la basura en arroyos y canales, o su abandono en las vías públicas, también trae consigo la disminución de los cauces y la obstrucción tanto de éstos como de las redes de alcantarillado. En los períodos lluviosos, provoca inundaciones que ocasionan pérdida de cultivos, de bienes materiales y, lo que es más grave aún, de vidas humanas.
A consideración de especialistas, sustentada en estudios y experiencias, cuando en un patio o cualquier otro lugar se vierten aceite, grasas, metales pesados y ácidos, el nivel de contaminación es alto, incluso para los cultivos, y peor, si tales espacios sirven de juego o recreación, sobre todo a niños.
Igual de perjudicial es arrojar residuos sólidos en áreas abiertas, como se observan constantemente en la periferia de dicho parque Watkin, orillas del río Yumurí, y en la parte más cercana al Puente de la Concordia, conocido como José Lacret Morlot, sobre todo en la orilla aledaña al barrio de La Marina.
Crear un vertedero, donde habitan roedores, cucarachas, moscas y mosquitos, es similar a fundar un foco para la posible transmisión de enfermedades infecciosas; y sirve de patrón para que se multipliquen otras, incluidas las infecciones respiratorias. También los microorganismos surgidos en la basura son dañinos, por lo que cualquier precaución es poca cuando está en riesgo la vida.
Cuando conversé con Dora y Margarita, además de Mario Ernesto, el último en llegar a la esquina con el mismo propósito, sobre una parte de lo expuesto en estos párrafos, lamentaron que estas cosas ocurran, y que se corra el riesgo de adquirir tantas enfermedades. No obstante, ratificaron que no pueden quedarse en casa con tales contaminantes. Abogaron por que mejore la situación en cuanto al parque de camiones -incluso tractores y carretas-, que lo hacen a cielo abierto, distribuyendo todo tipo de pestilencia por donde transitan.
En resumen, la tecnología hace falta para mejorar cuando se padece en materia de higiene e imagen públicas. No obstante, también se precisa mantener una adecuada conducta social en medio de las dificultades, porque la tierra, el agua y el aire son de todos, y tenemos la imperiosa obligación de protegerlos para sobrevivir.
Debemos tener en cuenta que somos los responsables del deterioro actual del medio ambiente, cuya contaminación registró un aumento, récord global, en el 2022, según estudios científicos.