Conrado Benítez García, en sus últimos minutos de vida, aislado y torturado en un intrincado paraje del Escambray, rechazó la propuesta de sus asesinos de conservar su vida a cambio de negar su ideal y les contestó: «Soy revolucionario, no traicionaré a mi pueblo.»
Aquel maestro, de solo 18 años, nació en el barrio de Pueblo Nuevo, en Matanzas, donde tuvo una niñez típica de un hijo de familia negra y humilde. Tuvo que combinar su asistencia a la escuela primaria con el oficio de limpiabotas hasta que el triunfo revolucionario de 1959 cambió el destino de su generación y lo llevó a integrar el Contingente de Maestros Voluntarios en mayo de 1960, como vanguardia de miles de jóvenes que llevarían la luz de la enseñanza a todo el país.
El noble proyecto de la Campaña de Alfabetización había comenzado en la Isla y Conrado Benítez formaba parte de esa honrosa tarea, la cual fue saboteada por bandas de alzados, apoyadas y dirigidas por la CIA, que se propusieron impedir su desarrollo sobre todo en el Escambray, donde actuaban centenares de bandidos que precisamente explotaban para sus fines la gran ignorancia prevaleciente entonces entre los campesinos de la región.
Al terminar su preparación como maestro, Benítez García fue ubicado en Sierra Reunión, en la zona de Tinajitas, lugar muy aislado, en el macizo montañoso y centro de operaciones de los malhechores.
Muy ajeno a esas circunstancias, el muchacho fue acogido por el campesino combatiente del Ejército Rebelde Eleodoro Rodríguez Linares (Erineo), y junto a los vecinos acondicionó un aula en un local de madera, allí alternaba las clases de 44 niños por el día con otros tantos adultos por las noches.
No tardó en ganarse el respeto de la comunidad por su laboriosidad en las tareas del campo que compartía con los agricultores durante el día, mientras por la noche enseñaba en la improvisada escuelita a la luz de su farol.
Cuentan algunos de sus alumnos, que antes de salir de permiso por unos días en el fin de año en 1960 se comprometió con entusiasmo en invertir parte de su primer sueldo en traerles regalos a sus pupilos y compañeros, así como medios para usar en su escuelita.
Su ascendencia en la zona y su labor lo convirtieron en un objetivo de las bandas que el 5 de enero de 1961 irrumpieron en el bohío de Eleodoro Rodríguez Linares (Erineo) buscando al maestro, quien ese mismo día regresó del pase muy entusiasmado para repartir presentes a los niños por la proximidad del Día de los Reyes Magos el 6 de enero.
Ambos fueron conducidos al campamento de Osvaldo Ramírez, quien una semana antes había sido aprobado por el agente de la CIA Ramón Ruisánchez (Comandante Augusto), al mando de los alzados en el Escambray, con la indicación de sembrar el pánico entre la población campesina y frustrar los planes de desarrollo de la Revolución.
Según declaraciones de los participantes, detenidos posteriormente, en el crimen de Conrado Benítez y Eleodoro Rodríguez, uno de los alzados le dijo a su jefe: «Este es el maestrico que se dedica a enjuagar los cerebros» y el asesino le propuso al educador: “Si te unes a nosotros te perdono la vida” y el maestro replicó enseguida: «Soy revolucionario, no traicionaré a mi pueblo.»
Repetidamente lo golpearon, le gritaron comunista, negro, fidelista, le clavaron varias veces una bayoneta, le cortaron los genitales y al amanecer del día 5 de enero, posiblemente ya muerto, lo colgaron junto al campesino.
Los asesinos tuvieron que responder ante la justicia y también fracasaron en sus pretensiones de frustrar la Campaña de Alfabetización, pues miles de jóvenes contemporáneos de aquel mártir maestro integraron la brigada con el nombre de Conrado Benítez.
Ellos multiplicaron su ejemplo en los más intrincados lugares de la Isla y erradicarían el analfabetismo, como anunció Fidel Castro en septiembre de 1960 ante la Asamblea General de la ONU que en 1962 Cuba sería también “territorio libre de analfabetismo”, compromiso que por primera vez en la historia de esa organización era asumido por un líder de un país del Tercer Mundo, como meta de desarrollo social para ser alcanzada en solo un año y llevar la luz de la enseñanza a más de un millón de analfabetos.
A 60 años de cumplido ese propósito, la Campaña de Alfabetización en la mayor de las Antillas ha sido reconocida como ejemplo por la UNESCO, cuando terminar con el analfabetismo en el mundo constituye todavía un objetivo pendiente de la agenda para el Programa Desarrollo Sostenible de la ONU para los próximos años.
(ACN)