Un punto y aparte en la historiografía cubana

Más de medio siglo atrás, un tío suyo, con acento machista y cierta tirantez lo interpeló: “Hay que aprender a salir de la casa porque uno se pasa la mayor parte del tiempo fuera de ella. ¿No es verdad?”. Aquel niño que todavía no tenía 11 años le respondió designando su propio futuro: “Bueno, en parte, pero no en mi caso porque yo voy a ser escritor”.

Tal vez, en ese entonces, las primeras uñas que su madre le había cortado y plantado, algunas, en el tronco de una mata de rosas, y otras, entre las páginas de un libro, ya despertaban en el nacido el 12 de febrero de 1953 la pasión por las letras. Pues según vaticinaba cierta leyenda conocida en la Cárdenas de aquella época, la primera acción garantizaría que su hijo fuera poeta, en tanto el segundo truco le concedería el don de la inteligencia. Ella hizo ambas peticiones.

Lo absolutamente real es que en la finca de sus abuelos paternos, llamada San Juan, adonde fue llevado tras el divorcio de sus padres, Urbano Martínez Carmenate espantaba soledades con la magia de los libros, quedaba embelesado ante los cuentos e historias que su abuela, casi analfabeta, le narraba como una gran actriz de teatro, y era muy feliz, allí, así, entre la literatura, el calor de la nodriza y la naturaleza.

Pero a partir de los 13 abriles se becó en una secundaria en Matanzas y de aquella felicidad campestre junto a la nana Margarita solo quedaron el refugio de los libros y los recuerdos. Una mala racha: entre las carreras que le ofertaron no había ninguna cercana a la literatura; terminó optando por técnico en Veterinaria.

Por su labor consagrada a la preservación y divulgación de la memoria histórica de la nación, recibió el pasado 23 de abril el Premio Nacional de Historia 2022. / guerrillero.cu

Marchó a estudiar a La Habana, con la esperanza de que la especialidad lo enamoraría. A los tres años, en las prácticas preprofesionales, cuando tuvo que virar una vaca al revés e inseminarla decidió que aquello no era lo suyo. Entonces pidió la baja y regresó a su natal Cárdenas.

Sin saberlo, el destino (si existe) y la vocación lo guiaban continuamente a los libros, a las vivencias de grandes personalidades de la cultura que al pasar de los años se convertirían en parte de su propia vida, pues Urbano despuntó como biógrafo desde el inicio de su desempeño laboral y ha llegado a ser uno de los más galardonados de Cuba, merecedor del Premio Nacional de Historia 2022.

Aunque no es dado a la prensa y la recibe cuando no le queda más remedio –así lo confiesa– tuvo la gentileza de abrirnos las puertas de su casa y respondernos, en exclusiva, algunas preguntas, mientras degustábamos un delicioso café preparado por él mismo.

—¿Cómo llega Urbano al mundo de la literatura: un golpe de suerte o una búsqueda constante de su esencia?

—Un poco de las dos. Porque al abandonar la especialidad de Veterinaria y regresar a mi pueblo natal comencé a trabajar como maestro junto a mi padre; enseguida, a los seis meses, los compañeros de Cultura se enteraron de que yo escribía y me buscaron para que fuera director regional de literatura.

“Es que no sé nada de eso, yo escribo, pero…, fue mi reacción, la respuesta de un muchacho de 19 años. ̀Eso no tiene nada que ver, ahí vas aprendiendo´, me contestaron. Finalmente acepté.

Un punto y aparte en la historiografía cubana
“Siempre tuve la perspectiva de que en Matanzas podía hacer una obra más interesante”.

“Esa nueva decisión me llevó a otra oportunidad, pues poco tiempo después fue inaugurada la primera Escuela Nacional de Cuadros de Cultura y allá me enviaron. Cuando culminamos el curso de dos años nos dieron la oportunidad de matricular en la Universidad de La Habana (UH), en la carrera que quisiéramos. Entonces me inscribí en Lengua y Literatura Hispanas e hice mis cinco años viajando”.

— ¡Viajar de Matanzas a La Habana durante cinco años! ¿Cuántas veces pensó en colgar la pluma?

—Fue difícil, sobre todo al principio. A veces amanecía con fiebre, además estaba lloviendo, y yo me preguntaba:  ̀¿Voy o no voy?´. Como ese malestar generalmente me duraba tres días y yo sabía que no podía perder tantas clases, me iba así mismo para la terminal a coger la guagua.

“Esto no hay quien lo soporte, pero la voy a dejar [la carrera] mañana, hoy no, ya hoy sigo para La Habana, pensaba cuando tenía esa situación u otra. Sin embargo, al día siguiente actuaba igual. Así terminé el segundo año y dije:  ̀Ahora sí que no la dejo, no pienso más nunca en dejarla´”.

— ¿La anécdota más simpática de esos viajes?

—Una vez me tocó el asiento de atrás de la guagua, justo el del medio, que no tiene donde agarrarse, y yo estaba trasnochado porque en la semana de receso escolar viajaba mucha gente y en ocasiones me cogían las tres de la mañana en la terminal de La Habana. La historia es que me dormí y le caí encima al pasajero de al lado.

“Yo no sé a qué hora, el hombre me tocó y me dijo en muy buena forma:  ̀Hermano, mira a ver si te puedes contener porque no me has dejado descansar en todo el viaje, te caes constantemente pa’ arriba de mí´.  ̀Coño compadre, perdóname es que llevo muchos días sin dormir, no te preocupes, me voy a contener´, le juré.

“¿Me voy a contener? En cuanto cerraba los ojos, otra vez caía  ̀muerto´ encima del hombre. Entonces él me volvió a despertar y le dije:  ̀Mira amigo, te voy a ser sincero, yo no me puedo aguantar, fíjate que me quedo tieso pensando en ti, en no perjudicarte y es que no puedo´. Terminó diciéndome:  ̀No hay problema mijo, duérmete, yo entiendo´”.

— ¿Por qué no se quedó en la encantadora Habana?

—Siempre tuve la perspectiva de que en Matanzas podía hacer una obra más interesante. Porque en la capital hay mucha gente, es muy tentadora. Por ejemplo, de haber estado allí en el inicio del Período Especial, lo más probable es que ahora no tendría ni la mitad de lo que escribí. Hubiera cogido contratas en 20 periódicos, en 20 emisoras, me hubiera perdido, mientras que aquí no lo hice, aunque no por falta de oportunidad.

“En ese tiempo se me acercó el gerente de Artex en Varadero. Intentó convencerme:  ̀Ven conmigo de asesor. Vas a tener propina, vas a tener otra vida´. La oferta era atractiva, sin embargo, pensé:  ̀No voy a escribir los libros que tengo en proyecto. Esto [el Período Especial] no va a ser eterno, me quedo aquí´.

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Más de 20 libros conforman su obra literaria, en la que destacan los textos biográficos. Domingo del Monte y su tiempo posee los mayores galardones, entre ellos, el Premio de Investigación de la Academia de Ciencias.

“Después vinieron a buscarme de Casa de las Américas, luego del Instituto de Literatura y Lingüística, hasta me hicieron una propuesta para trabajar en Costa Rica, mas siempre preferí quedarme en Matanzas”.

—Más de cuatro décadas en el museo provincial de Historia de Matanzas. ¿Lo suyo no era la literatura?

—En mis planes no estaba eso, pero cuando me mudé a esa ciudad para poder asistir diariamente a la UH, comencé a trabajar como asesor literario de Teatro Papalote, luego pasé al Museo Provincial de Historia en condición de investigador, algo que no me desagradaba. De hecho, ha sido mi consagración laboral e intelectual; allí llevo más de 40 años.

“Como en la institución había un fondo de Bonifacio Byrne, me dije:  ̀Perfecto, estudio esta personalidad y al mismo tiempo estoy dentro de la literatura´.

“Así mismo fue. A partir de aquellos documentos y de otros hice una biografía en dos años. El volumen, mi primer texto, ganó el premio nacional de investigación en la categoría de patrimonio cultural. Entonces descubrí que con la biografía podía ejercer mi dominio, a la vez, sobre la literatura y la historia, dos campos que me interesaban.

“A esa semblanza le siguieron las de José Jacinto Milanés, Nicolás Heredia, Domingo del Monte. Desde el primer momento empecé a triunfar, lo que me hizo quedarme dentro de ese género alternando con el ensayo, que son mis formatos preferidos. No obstante, también tengo publicados libros de cuentos y de poesía.

“Definitivamente me desvié un poco de mi ruta, pero sin dejar de ser escritor. Me bandeo entre la literatura y la historiografía. Y como historiador, al redactar le doy mucho peso al estilo, a la escritura propiamente, me siento muy responsable de todo eso por mi formación literaria”.

— ¿El mayor desafío para un literato que incursiona en la historia?

—La manera eficaz que escojamos para presentarla, porque el alcance de la historia no depende únicamente de los sucesos o las personalidades que la protagonizan; la historiografía también tiene su arte.

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Durante la gala por el aniversario 40 de la Unión de Historiadores de Cuba, el escritor cardenense recibió de manos del presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, la Medalla Alejo Carpentier. / cubarte.cult.cu

“Cuando buena parte de la humanidad respira supeditada a un teléfono, nuestra meta tiene que ser influir desde las edades tempranas, pero para esto urge sustituir el discurso monótono por un parlamento más dinámico, centrado en la esencialidad de la síntesis (evitar el  ̀teque´), la complementación dialógica y el énfasis conceptual.

“La competencia es enorme y no hay otra alternativa que someterse a ella, enfrentando su agresividad con inteligencia, utilizando oportunamente las herramientas de nuestro idioma.

“No se crea que la prosa ficcional (cuento, novela, ensayo literario) es la única con derecho a considerar la sonoridad de la palabra, el ritmo de la frase o el hechizo de una metáfora. Hermosear el lenguaje es facultad de todo el que se comunica usándolo”.

—¿Por qué siempre devela en sus semblanzas contradicciones existenciales de la personalidad biografiada?

—Es que me inclino preferentemente por los personajes complejos, personas con una vida intensa, que se distinguieron de otras no solo por una obra admirable, sino también por los azares políticos y culturales que las circundaron.

“Además, si se entiende que la biografía es la historia de alguien, pues tiene que tratar igualmente sobre esos huecos oscuros del protagonista, que suelen sacar de quicio a los lectores, a quienes les gusta establecer comparaciones con su propia persona”.

— ¿Cómo es eso de que ha hecho varias biografías de una misma personalidad porque considera la anterior “muy mala” o “coja”?

—Totalmente cierto. La primera fue la de Bonifacio Byrne, al pasar el tiempo hice otra, porque creí que él se lo merecía, así surgió Bonifacio Byrne, el verso de la patria.

“Igual pasó con la de José Jacinto Milanés, esa no era tan mala, pero podía ser mejor. Y escribí otra: Milanés, las cuerdas de oro.

“A Nicolás Heredia le debo una nueva semblanza. Aunque es un texto un poco más decoroso, debo volver sobre ella pues tengo elementos nuevos.

“Los capítulos finales de esta biografía los redacté en Luanda, durante una misión internacionalista como asesor del Instituto del Patrimonio Cultural Angolano, impresionado por la guerra; lo considero un libro cojo, y Heredia se merece algo más sustancioso”.

—Demasiado exigente con usted mismo, ¿verdad?

Un punto y aparte en la historiografía cubana
La casa de Urbano Martínez Carmenate está repleta de reconocimientos que ha merecido, por ejemplo, el título de Hijo Adoptivo de Matanzas y la Distinción por la Cultura Nacional.

—Sí. ¿Tú te imaginas lo que es un volumen como Domingo del Monte, de 500 y tantas páginas, escribirlo tres veces a lápiz? Eso lo hice yo. Actualmente redacto en la computadora, que humaniza mucho el trabajo. Tengo mucho más oficio, pero igual, busco en cada párrafo las palabras que se repiten, las sustituyo por otras; una labor de ingeniería del lenguaje. Es perseguir la perfectibilidad.

“Ahora el director de Ediciones Matanzas me dio la oportunidad, por mi cumpleaños 70, de publicar Atenas de Cuba, del mito a la verdad; y me comentó:  ̀Tú lo tienes preparado, es entregármelo nada más´.  ̀¡Pues mira que no! Es cierto que la última edición [la tercera] fue muy exigente, pero yo tengo que revisarlo y quitarle y arreglarle cosas, porque han pasado 12 años´, le riposté.  ̀Está bien, yo te conozco´, accedió.

Lo de Urbano con los libros, con las historias de la historia es un punto y aparte. Pareciera que está poseído por el encanto de los miles y miles de libros que atesora en el segundo piso de su casa. Una biblioteca enriquecida con ejemplares regalados por amigos, y otros heredados, como los de la familia Castellanos, quien lo acogió como a un hijo e invitó a vivir con ellos.

Un punto y aparte en la historiografía cubana
Miles de libros heredó de la familia Castellanos.

Casi nunca lo vamos a encontrar haciendo vida social, sino ensimismado en las propias contradicciones de los personajes que investiga. Cuando más, lo hallaremos junto a Leo, su compañero de vida, en busca de un soplo de mar y naturaleza.

El año pasado, con 69 años, empezó a escribir un artículo a propósito del centenario de la muerte de Emilio Bobadilla, según él, el escritor más importante que ha dado Cárdenas. La historia ya sobrepasaba las nueve páginas admitidas por la revista Matanzas, cuando encontró la convocatoria del Premio Literario Fundación de la Ciudad de Matanzas 2021, en la cual se acotaba: ensayo, 100 páginas. “¡Esta es mi oportunidad!”, se dijo feliz. Y en efecto, Urbano conquistó el máximo galardón con Fray Candil: la pluma del diablo.

Siempre tiene un proyecto literario en mente, otro en el teclado de su computador y probablemente alguno en la imprenta. Suele decirle a la muerte: “Espera, aún tengo muchas historias por contar”. (Tomado de Bohemia/Fotos: Ismael Francisco )

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