Apenas unos centavos caen en sus manos y va de prisa, derechito hacia el lugar donde acostumbra adquirir lo que él mismo, en broma, determinó llamar su medicina: el alcohol. Roberto tal vez no rebase los 50 años y, por el aspecto físico, cualquiera le añadiría muchos más.
Basta verlo caminar para comprender cuánto deterioro ha sufrido su organismo. La familia se disgusta, se molesta, no admite ese comportamiento. Así mismo, algunos vecinos no comprenden por qué no acaba de desprenderse de un vicio que tanto daño ha causado a su salud. Otros lo dan por perdido.
Mas, Roberto no es el único individuo que padece de este mal. Tampoco su hogar sobrelleva de manera exclusiva los efectos de tal droga en alguno de sus miembros. Y es que el alcoholismo no tiene en cuenta rostro, edad, raza, sexo, nivel de instrucción; en fin, no hace distinciones.
A veces, se identifican como alcohólicos solo a los borrachos comunes, capaces de quedarse dormidos en una acera o un parque. Se obvian o descartan a aquellos que desestiman los límites al momento de beber, sin autocontrol. Quién no ha escuchado ante determinada reacción desmedida la siguiente aseveración: “El pobre se transforma, cuando está sobrio es una bella persona”.
Resulta el alcohol la droga psicoactiva más utilizada en el mundo. A cualquier hora se puede acceder a ella, lo cual facilita su consumo. En Cuba sucede igual, pero lo importante no es arremeter contra el líquido, sino combatir la irresponsabilidad al beber, el exceso manifiesto en los últimos tiempos, que a su vez trae aparejado trastornos emocionales, familiares, sociales y laborales.
Si bien por el clima cálido predominante en nuestro archipiélago viene como anillo al dedo una cerveza bien fría, una piña colada o un mojito criollo, no hay por qué “bajarse una botella de ron en strike”, por el mero hecho de considerarlo placentero. Incluso, para algunos jóvenes, es el modo de sentirse adultos o de demostrar “hombría”. Razones que por demás pueden llevar a la adicción.
Asimismo, los accidentes de tránsito se incrementan por dicha causa. Según investigaciones realizadas en nuestro país, la tasa de alcohol mínima previsible para conducir un vehículo se ubica generalmente en los 0,5 gramos por litro de sangre. De ahí el divorcio necesario entre aquel y el timón.
Beber hasta terminar casi inconsciente es fatal para el individuo, pues está demostrado que el alcohol, además de solo aportar calorías vacías, altera el funcionamiento del sistema nervioso. En este estado surgen emociones, sentimientos y conductas, por lo general, inadmisibles. Otros traumas comprenden la disminución de reacciones psíquicas, afectación a la sexualidad y reducción de la energía y fuerza muscular.
Si está claro que produce adicción, no cura ninguna enfermedad ni logra hacer olvidar, aun cuando muchos lo empleen para refugiarse de la soledad, paliar conflictos amorosos, baja autoestima…, sino que, por el contrario, solo es factor de riesgo de distintos problemas de salud.
Quizá, en verdad, Roberto ya no tenga remedio. Tampoco, creo, se lo ha propuesto. Pero quien acostumbre a mojar sus labios con una gota de alcohol deberá siempre pensar que así puede terminar. Solo lo separa de él una línea muy delgada.