Las mañanas en la Isla poseen su propio ritmo. Abres las ventanas para que el sol bueno, el mismo que al mediodía maldecirás mientras se te pega la camisa al espinazo por el sudor, se lleve las reminiscencias de la noche. En bata de casa o chor de andar, aún con lagañas, con la boca pastosa, a través de las persianas esperas por un panadero que probablemente no aparezca, porque una semana atrás fue la última vez que lo hizo. Mas, permaneces ahí de vigía y, como tienes tiempo para llegar al trabajo, miras la vida pasar frente a tus ojos en lo que terminas de despertarte.
El vecino del frente sale con su niña. Esta tiene motonetas largas, en cada una lleva felpas de diferentes colores, una rosada y la otra verde fosforescente. Casi al final de la cuadra se detiene, se pasa la mano por la cara en un gesto muy rellollo de “Hoy amanecí mal de la cabeza” y regresa a la casa. Cuando emerge, lleva a la hija en un brazo y en el otro una bolsita de merienda de la Princesa Sofía.
Recuerdas que ayer en el noticiero dijeron que hoy inicia el curso escolar, más que iniciar se retoma. La covid fue una disonancia vital. Nos sacó de los ritmos habituales y casi un año después todavía no hemos recuperado el paso. Poco a poco se hace. Hay que hacerlo o el jet lag nunca acabará.
Imagino a todos esos padres que tienen que levantarse más temprano de lo habitual, como mi vecino del frente, y en Cuba actualmente una hora o 15 minutos de sueño valen su peso en cansancio. Tal vez la noche anterior debió forrar las libretas de la niña con hojas resbalosas y brillosas de una revista que promociona perfumes: a la de Español Literatura le tocó un Chanel, y un Givenchy a la de El mundo en que vivimos. Entonces, en la mañana deben preparar una merienda con lo que encuentren en el bojeo al refrigerador, y el panadero hace una semana que no aparece. Sin embargo, siempre se inventa algo que colocar dentro de la bolsa de la Princesa Sofía.
Por el frente de la ventana ahora transita el hijo de la señora del biplanta. Viste su pantalón de secundaria y anda distraído. Te preguntas si está así porque descubrió el amor el curso pasado y, después de dos meses de vacaciones y de darle vueltas y vueltas y decirse que de los cobardes no se ha escrito nada épico, ha decidido lanzarse. La madre me comentó hace poco que quiere que el niño coja la Vocacional, como ella, y que este curso pretende ponerle repasadores, pero que tiene que averiguar cuánto están cobrando.
Dentro de poco, saldrá del pasillo interior la muchacha que recién se mudó al barrio. Parece que le agarró tarde, así que cuando lo haga, corriendo, será una ráfaga lo que atraviese la cuadra. Estudia un técnico medio en economía, pero este año quiere presentarse por concurso a la universidad. Hace poco le prestaste un libro de historia para que escribiera sus resúmenes y le diste algunos consejos. Hay quien se pone muy nervioso con las pruebas de ingreso. Dice que quiere algo de Letras, Derecho o Comunicación, que ya se aburrió de los números.
De la casa de al lado surge el estudiante de cuarto año de Ingeniería Civil. Camina y mira el celular. El padrastro le grita desde el portal que deje eso que va a chocar contra un poste. La universidad queda al otro lado de la ciudad. Tendrá que enfrentarse al transporte público, a una parada que es un juego de la ruleta rusa. Nunca sabes si el ómnibus que viene por la esquina parará o no. Él quería ser arquitecto, pero no aprobó los exámenes de aptitud, aunque no ceja en su empeño. Alguna vez lo oíste asegurar que construirá un edificio de 50 pisos. Quizá lo que observa en el celular es algún tutorial de YouTube de cómo construir un edificio de 50 pisos.
El panadero, todo parece indicar que no aparecerá. No obstante, esta mañana te invade una nostalgia sana, una de esas que te hace sonreír al recordar cuando eras tú el que usaba bolsitas de merienda, cuando eras tú quien temía volver a la escuela porque no querías ponerte nervioso frente a ella, cuando eras tú quien se montaba en el ómnibus hacia la universidad, de último, cuando pensabas que no había chance. Cierras la ventana, porque es hora de comenzar a prepararte para el trabajo; pero estás alegre al pensar que un inicio de curso es una señal de que la vida, de a poco, recupera su ritmo.