Che, el amor que entraña la utopía

El amor que entraña la utopía

Dice Silvio Rodríguez en su Tonada del Albedrío inspirada en el Che, que: «Al buen revolucionario, solo lo mueve el amor». Hay quienes piensan a estas alturas —míseramente— que los hombres de guerrilla, de fuego y justicia, van por la vida vacíos de afecto y permeados de una coraza rígida, infranqueable.

La deidad del Che demuestra lo contrario. Aniquilar gigantes no significa desamor ni atenta contra los sentimientos puros del ser humano, siempre y cuando la metralla lleve delante la razón, la verdad, el compromiso de los menos con los más.

Guevara es el símbolo auténtico de los que luchan toda la vida aún después de muertos, y de los que aman para siempre aún en plena sobrevida. Existe una hermosa coincidencia en él que pocos se atreven a cuestionar y, sin embargo, los oligarcas temen: la luz profunda de su paradigma.

Hay ejemplos que los descorazonados y poderosos prefieren borrar de la faz de la tierra antes que se multiplique en millones, antes de que las ideas trasciendan los muros de las falsas libertades. Pero a «San Ernesto de la Higuera» no. No han podido despojarlo del suelo, ni del viento, ni de la gente.

Parece eterna la presencia aún después de nueve disparos que impactaron su cuerpo. Fue un vil y cobarde asesinato en la penumbra de aquel octubre de 1967. «Apunte bien ¡Va a matar a un hombre!», le dijo el Che ripostándole con sus ojos, directamente, a la moral del asesino. 

Los rebeldes de razón impoluta y justa usan hasta el carácter para defenderse, no se amilanan ni un instante, aun cuando tengan delante a la muerte. Quien nace para guerrillero, como Guevara, trasciende las balas más infames y ni Dios perdona cuando silencian su temple.

Han pasado 58 años desde que la metralla derribó físicamente al Che. En La Higuera boliviana, desde ese instante, solo se escucha a las montañas hablar, y al tiempo que jamás cura las heridas de la historia.

Pero cuando un hombre vive para entregar amor a otros, la existencia, más que un mito, se vuelve paradigma e ideal. Habrá quien piense en el Che como un símbolo de utopías, y habrá quien todavía lo evoque como razón perenne para la lucha.

Ambas son válidas y necesarias en estos tiempos, ambas inspiran a los que creen en el hombre nuevo, que es también apostar por una humanidad justa. Mas yo me aferro a pensar en el Comandante guerrillero como símbolo de amor y ejemplo de lo que significa ser revolucionario. 

Si alguien nos enseñó la integridad que entraña esa última palabra fue, justamente, Ernesto Guevara de la Serna. En tiempos de apatía, donde unos se apartan de las causas justas y otros prefieren cabalgar hasta el final… actuemos una y otra vez apegados al ejemplo del Che, de un revolucionario verdadero guiado siempre por grandes sentimientos de amor.

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Sobre el autor: Juventud Rebelde

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