
Detrás de cada lanzamiento en el estadio Victoria de Girón, hay una mente analítica que ha recorrido un camino extraordinario desde los polvorientos terrenos de Agramonte hasta los más avanzados laboratorios de pitcheo de las Grandes Ligas. Frank Sánchez, el nuevo integrante del colectivo técnico de los Cocodrilos de Matanzas, es mucho más que un nombre en un organigrama, es un puente viviente entre la tradición pelotera cubana y la vanguardia del béisbol moderno.
Nacido en Jagüey Grande el 14 de octubre de 1982, Sánchez no llegó al mundo del béisbol como una superestrella, sino como un estudiante perpetuo. Sus inicios como entrenador en series provinciales marcaron la pauta. “Logramos clasificar a Jagüey a la provincial, una meta que no se alcanzaba desde hacía muchos años”, recuerda con orgullo de aquella primera hazaña colectiva. Ese éxito no pasó desapercibido y pronto los reconocidos entrenadores Goire e Islay Pérez lo reclutaron para trabajar en el alto rendimiento de la provincia, dándole su primera experiencia en una academia de formación.
Su carrera dio un giro transatlántico cuando, tras salir de Cuba, decidió revalidar y enriquecer sus credenciales. Obtuvo su título de Entrenador Nacional en un entorno internacional, sumando talleres y especializaciones a nivel europeo y estadounidense. Fue a través de la Federación Española de Béisbol, donde ejerce como entrenador de pitcheo para la selección sub-18, que se abrieron las puertas más codiciadas. “Fui invitado en dos ocasiones por los Dodgers de Los Ángeles”, relata. Esas experiencias no fueron simples visitas, sino inmersiones profundas en el departamento de lanzadores y en medicina deportiva, formándose en los protocolos que hoy definen el juego de élite.


Radicado ya en Estados Unidos, su currículum llamó la atención de los Tigres de Detroit, quienes lo integraron a su staff durante el entrenamiento de primavera. Allí, se convirtió en un etnógrafo del pitcheo. Observó minuciosamente el trabajo de los serpentineros, se sumergió en el laboratorio del bullpen y descifró las metodologías para optimizar la biomecánica de los lanzadores, una ciencia dedicada a extraer más velocidad, control y prevenir lesiones. “Ahí fue donde me preparé mejor”, asegura, consciente de que había accedido a la cocina más secreta del béisbol mundial.
En su narrativa, se empeña en destacar a quienes allanaron su camino. “Desde el inicio, debo agradecer a Rigoberto Rodríguez, de los Citricultores, quien me dio los primeros pasos. Luego, trabajar con Salgado aquí en la provincia fue crucial”. Ya en el escenario internacional, extiende su gratitud hacia los coordinadores de los Dodgers y, en Detroit, a Córdoba, de las Ligas Menores. También dedica una mención especial al mánager de la selección nacional juvenil de España, José Luis Viera, y, sobre todo, al apoyo inquebrantable de su familia, “sin la cual nada de esto hubiera sido posible”.

Al ser interrogado sobre la raíz de su vocación, su respuesta es a la vez simple y profunda. “La pasión del cubano es la pelota”. Desde su infancia en los juegos escolares, sus maestros ya vislumbraban en él algo más que un pelotero: un organizador nato, un estratega. “No puedo mentir, no fui un gran pelotero —admite con sinceridad—; pero he estudiado mucho para esta labor que vengo desempeñando durante años”. Su talento no estaba en el brazo, sino en la mente.
Entre sus recuerdos más preciados brilla con fuerza el campeonato europeo conseguido con España, un hito histórico. “Nunca habíamos sido campeones. Fue algo especial, lloramos, nos emocionamos”, evoca. El staff de abridores, bajo su dirección, terminó con una deslumbrante efectividad de 1.83 PCL (promedio de carreras limpias). “Esa es la recompensa de años de esfuerzo”. Sin embargo, el camino no siempre fue recto. Confiesa que atravesó un momento de duda, considerando dedicarse a otros oficios. Fue Raúl Aballí quien lo rescató del desaliento. “Él me convenció de que sí se podía. Gracias a eso, regresé al Barcelona Baseball Club y estuve en mundiales. Aballí fue clave para que hoy esté donde estoy”.

Ahora, su misión es en Matanzas. Junto al olímpico Jonder Martínez, está liderando una transformación radical en el cuerpo de lanzadores jóvenes. Introduce técnicas y análisis biomecánicos enfocados en mejorar el control y la potencia. Los resultados son elocuentes: nombres como Silvio Iturralde, Yosney García, Jan Carlos Lorenzo y Haziel Suárez comienzan a destacar, respaldados por un impresionante promedio de carreras limpias colectivo de 3.35, el segundo mejor de la liga, solo superado por Artemisa.
Con la vista en el futuro, Frank Sánchez no solo piensa en ganar juegos. Su visión es más amplia, planea rescatar tradiciones perdidas, desde la gastronomía en el estadio hasta la afluencia masiva de público, iniciativas que nos hacen recordar la época de Víctor Mesa, en colaboración con los organizadores de la Liga de Béisbol Cardenense. “Tenemos que hacer del Victoria una fiesta, que las personas vayan a pasarla bien allí, con buen ambiente y música, además de precios gastronómicos aceptables para la economía del cubano”, concluyó.

Su historia es un testimonio de que, a veces, las revoluciones más importantes no se ganan con un jonrón, sino con la paciente y meticulosa labor de quien entiende el juego desde sus cimientos más profundos. (Por Diego Riera, estudiante de Periodismo)
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