
Semilla de palo dulce, por Fernando Valdés Fré
El título indica la manera en que el viejo Simeón “El montañez” anunciaba la venta de mamoncillos. Los traía en amplias alforjas o canastas de mimbre, a ambos lados de su traqueteado mulo.
Era él un mulato sesentón, de cabello liso y color carmelitoso; dicen algunos que esa tonalidad se debía al exceso de Sol al que se sometía buscando el diario sostén, en sabana abierta o monte adentro.
El mamoncillo se da silvestre, no necesita de cuidados especiales. ¿El precio de sus semillas de palo dulce?: cinco centavos el ramo contentivo de alrededor de 30 unidades, y el de 10 colgaba con cerca de 50 de esa gustada fruta.
El Montañez venía montado sobre su bestia, cabalgaba paralelo a la línea del ferrocarril que bajaba cerca de la barriada El Cocal, donde él tenía su humilde morada. Al llegar a la calle de Santa Rita, entre San Diego y la citada línea ferroviaria, detenía su mulo, frente a la casa de unos vecinos muy queridos en el barrio, a quienes les decían Los Moros.

El jinete-vendedor, amarraba al animal en la amplia puerta-ventana de la casa, y después de saludar amistosamente a sus habitantes, a quienes conocía desde hacía años, Simeón comenzaba a pregonar su fruta: Semilla de palo dulce.
Enseguida la muchachada, que esperaba ese aviso, se agolpaba para comprarle. Varios de los pequeños eran alertados por sus padres del cuidado que debían tener con los mamoncillos en la boca. Otros machacaban la frutilla y algunos más los depositaban en un recipiente con un poco de azúcar, mezcla a la que se le agregaba agua y así se podía disfrutar de un delicioso jugo.
Las semillas de palo dulce de Simeón eran mucho más grandes y, por ende, con mayor masa que las que vemos hoy en día. En esa disminución influye el hecho de que sus actuales vendedores, con tal de ser los primeros en comercializarlos, en las jornadas de cada día, toman las verdes redondeces de los árboles cuando aún no han crecido lo suficiente, por tanto les falta dulzor. Pero lo más lastimoso de esta situación es que el precio de cada racimo es ¡100 pesos!, con menos de medio centenar de unidades. Un total abuso.
Retomo las palabras que hace unos pocos días emitía una vecina de mi barrio: “Además de arrancarlos tiernos de las matas, seguro que algunos de esos árboles no son de su propiedad”.
¡Vaya usted a saber!
Los que alguna vez le compramos mamoncillos a Simeón lo recordamos con cariño, por su afabilidad y humanismo, porque nunca permitió que un niño se fuera del grupo por no tener cinco centavos para comprarle. El Montañez le regalaba unos cuantos.
Por eso los que ya peinamos canas desde hace años guardamos gratos recuerdos de las semillas de palo dulce de Simeón. (Por Fernando Valdés Fré)
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