Los peligros de una nación con achaques

Los peligros de una nación con achaques

El país se me llena de achaques. No hablo de que cada día más jóvenes emigren y los ancianos permanecen, mientras tratan de cacharrear teléfonos que no entienden del todo y los carcome la soledad; tampoco de que descendimos de 11 millones a 9 y de a poco esta Isla-navío se nos hace agua, o de otras tristezas. Me refiero a que la infraestructura envejece, las instituciones flaquean y se agotan los hombres.

Hace un tiempo atrás entrevisté a un bombero, un muchacho bravo que participó en los rescates del Hotel Saratoga y en el incidente de los Supertanqueros. Él me comentaba que con los años aumentarían los accidentes. Era entendible, porque con el pasar del tiempo se resentían los protocolos de seguridad y la resistencia de los objetos o edificios.

Creo que la durabilidad de las viviendas puede calcularse en cuánta lluvia soporta. Por ese motivo si me pidieran que describiera esa vieja casa, la única de Art Nouveau en Matanzas, solo diría: “una llovizna”.
Foto: Raúl González Navarro

En los últimos meses, gracias al lente de aumento que resultan las redes sociales, se nota un crecimiento de los siniestros de todo tipo. Algunos ocurrieron por la intervención de las fuerzas de la naturaleza, como los fallecidos por los caprichosos y fulminantes rayos. En otros, aunque no pierden esa impredecibilidad de lo accidental o el error humano, sí se muestran condiciones objetivas que, de existir, habrían amainado los daños y las tristezas.

Cada día el parque automotor envejece más. El Chevrolet, a pesar del mucho cromado y pintura azul eléctrica, lo fabricaron en el 56, cuando el Benny estaba en boga y Marck Zuckenberg no pensaba nacer. El cubano se ha vuelto un mago de la obsolescencia programada; no obstante, llegado un punto, no se puede combatir contra ella. La lucha acaba cuando no podemos alargar más su vida; pero ahí estamos, con automóviles que debieron fallecer cuatro décadas atrás y que no brindan ya el mismo confort o sentimiento de invulnerabilidad.

Quizás uno de los problemas que más nos afecte sea el de la vivienda. Desde el Triunfo de 1959 hasta ahora, no se ha podido resolver del todo, aceptado incluso por las autoridades históricas de la Revolución. Entonces, las personas se apoderan de inmuebles en peligro de derrumbe o, por falta de a dónde escapar, algunos propietarios contemplan cómo sus casas se vuelven roñosas y no tienen los recursos para arreglarlas.

Así también sucede con mucho del patrimonio de las ciudades, donde cada día más edificios caen en la depauperación arquitectónica, y seguirán así hasta que hagan una última ruidosa reverencia y queden destruidas más allá de la salvación. Por este hilvanado de desgracias y contextos, más de un derrumbe ha sorprendido a una pobre familia a la que el mundo se le viene abajo.

Todos los veranos proliferan enfermedades de cualquier tipo. Las altas temperaturas disparan las crisis epidémicas y ello sucede desde que el primer hombre, no Colón, sino un aborigen que creía en los espíritus de lo primitivo, pisó estas tierras. Mas, el estado de insalubridad de las calles por la acumulación de vertederos, los pésimos desagües pluviales y sistema de alcantarillado, y los constantes problemas con el abasto de agua, también ayudan a su propagación.

Muchas de estas situaciones las generan presiones externas y la mala gestión a lo interno de provincias y municipios. Sin embargo, resulta una verdad, como que la vida precede a la muerte, que están ahí: aumentan los índices de peligrosidad y las variables para que un hecho alcance sus máximas y nefastas consecuencias.

A corto plazo, no creo que pueda mejorarse la infraestructura del país, entendida como el soporte material para que los ciudadanos puedan desarrollar una vida plena y lo más tranquila posible. Los dineros no abundan ni abundarán.

Por tal motivo, ante tantos achaques arquitectónicos, higiénicos, automotrices, nos corresponde tener más cuidado, velar por nosotros mismos, someternos a la menor cantidad de riesgos. Conduzca con cautela. Esté atento a las fachadas agrietadas de los edificios. Evite los contagios. Esto último no significa dejar prevalecer el miedo, pero sí andar con precaución. Los sobrevivientes debemos ser así.

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