Con 1977 MW de déficit

Con 1977 MW de déficit. Foto: Raúl Navarro
Con 1977 MW de déficit. Foto: Raúl Navarro González

Con el pelo pegado a la frente, con el aroma ácido que deja en uno las noches calurosas, con mi silueta impresa en sudor en la sábana – como escena de crimen – agarro el móvil. Me quedan ahí unos megas para terminar el mes y que les echo mano en los momentos específico: en las mañanas después de una noche larga y en los peores obstines del apagón cuando si me hablan muerdo.

Al abrir Facebook el primer post que me aparece es de la Empresa Eléctrica Nacional. Para este sábado se prónostica 1977 MW de déficit. Con varios signos de exclamación resaltaron la palabra Record dentro del comunicado. Es decir este sábado se apagará un poco más que cualquier otro día. A mi por lo menos no me queda nada para que me apaguen. Yo ando en tinieblas completamente.

Así, de a poquitos, de marca en marca, que se suceden demasiados cercanas  en el tiempo como para no causar signos de alarma, la Isla se queda cada día más oscura. El día anterior, el viernes, en 24 horas en la casa solo hubo fluido eléctrico una hora y media. Realmente, no entendía cómo se podía estar peor.

La luz matinal que entra por la ventana me repleta de rayas el vientre, los brazos y las piernas. Por ahora son mínimas, del grosor de un lápiz; sin embargo, mientras más asciende el sol en el horiozonte más se ensancharán hasta que me cubrirán por completo. Sin embargo, no tengo fuerzas para levantarme. ¿Para qué?, me pregunto ¿Para rondar por el sábado como un muerto? ¿Para deshidratarme y los ventiladores en silencio absoluto?

Despertaba de una noche larga. Todas las noches últimamente parecen la noche de nunca acabar. Quizás sea porque no se duerme bien. Pataleas, giras, sudas, tu vida pasa por delante de tus ojos como una película de cine ceniciento, pero no logras conciliar el sueño; solo existes sobre ese colchón que se siente como los maderos al que el náufragos se aferra para salvarse en una ciudad que de tan apagada parece un mar sin Luna ni medusas fluorescentes.

Lloré y recordé una caricatura de Abela o recordé una caricatura del tiempo de la República y me dieron ganas de llorar, cualquiera de los versiones pudo suceder. Hay dos hombres en el malecón de La Habana. Uno le comenta al otro, «Por lo menos esto no se puede poner peor», «Eres demasiado positivo», le riposta el otro.

Me percato que las rayas de sol han crecido. Miden ahora dos dedos. Ya siento, además del sopor, ese calor del sol que puede parecer tierno, pero que después te saca el sollate, como ciertos amores. Trato de escuchar un poco el ruido del barrio que de a poco se desespereza. La gente comienza sus jornadas ahí, a media máquina, como pueden. Tal vez ellos aún no se enteran lo del record y por eso logran echarle un poco de ganas a la mañana.

Me preocupa que Julio aún no ha llegado y yo ya me asfixio. Está ahí, a las puertas, pero junio aún aguanta. Temo que cuando llegue me ponga la mano en el hombro y con ese reguero de dientes me diga, «La vida sigue igual» y yo deba responderle, » no sé si pueda aguantarlo».

Oigo a la vieja desde la cocina abrir el refrigerador y con esa manía de las madres cubanas de hablar solas, de esa predisposición al soliloquio, suelta «al final esto ya es otro escaparate, ni enfría ni nada». Siento un portazo como de rabia y continua, como cada mañana, a preparar el café.

Ni siquiera el primer pitazo de la cafetera. Repito, ¿Para qué? Estoy obstinado. Traigo los 1977 entre ceja y ceja; porque ya sé que mañana tampoco lograré conciliar el sueño, que no me quedan megas por si me aburro, que aunque sea sábado no podré escaparme a la ciudad que de tan apagada parece un mar sin los focos de los busques petroleros, sin el compás de los faros.

Sudo a mares o mejor dicho sudo a ciudades. El sol me cubre por completo. Pero no me quiero salir de la cama. No doy más de mi. Me rindo. Mi sábana es mi bandera de rendición.

«Mimita, ahora vamos a encender el carbón para preparar el desayuno», le escucho decir a la vecina chillona de atrás a la casa que vive sola con sus dos padres, ambos cercanos a los noventa. Oigo el frufrú de las chancletas del niño de al frente y luego la madre diciendo, Junior, ven a lavarte los dientes. 

Estoy muy «sangaletón» para esta caídas de ánimo, pienso. Incluso con 1977 MW de déficit, no podrán conmigo. Si tanta gente, por los hijos, por los padres, porque pueden ser destruidos, pero no vencidos, no dejan que los contextos los apabullen, quién soy yo para no hacerlo. Ábreme el pecho, vida, que allá voy, mal dormido, mal humorado, pero voy. No me apagarán a mi. Esta Isla no será apagada.

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1 Comment

  1. Realmente desesperante..la comida se echa a perder…no hay agua no hay electricidad para nada…ni lavar ni cocinar …ya no se puede más …nosotros seguimos aguantando y resistiendo…pero mis viejito no se cuanto más podrán….es muy triste…😰😥😢😭

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