
Evidentemente el camino se puso sinuoso desde aquella reunión de las delegaciones estadounidense y rusa en Riad, hasta esta fase de indefiniciones en las negociaciones emprendidas por mera voluntad entre Donald Trump y Vladimir Putin para poner fin, de manera consensuada, a la guerra en Ucrania.
Lo acordado aquélla vez, el 18 de febrero de 2025, por los cuerpos diplomáticos de Asuntos Exteriores de uno y otro país incluía la creación de varios grupos de trabajo que implicaban, no solamente una progresiva y muy deseable visión compartida hacia la construcción de una arquitectura de seguridad en Europa que respete el principio de la seguridad indivisible, sino también conversaciones mucho más amplias e intensas sobre armas estratégicas, colaboración económica, un flujo normal de relaciones e interconsultas en otros asuntos de gobernabilidad global.
Sinceramente, se trataba de un punto de partida que rememoraba una de las faces de la Guerra Fría —la comunicación constructiva, más allá de la notoria rivalidad geopolítica y la estructura de contención—, y auguraba el reconocimiento final por parte de la dirigencia estadounidense de que la Hegemonía Occidental había llegado a su fin y las cuestiones globales ahora tendrían que someterse a discusiones creativas, y pulseadas también, con Rusia y China.
Por supuesto, los equipos reunidos en Riad tenían estrictas instrucciones de los presidentes, quienes se habían adelantado mutuamente sus lineamientos básicos el 12 de febrero de 2025 en una charla telefónica de una hora y media de duración, inaugurando así el primer acercamiento directo entre primeros mandatarios desde 2022.
Tras esa conversación, el presidente Trump, con su estilo locuaz y farandulero, sostuvo que las conversaciones de paz comenzarían “inmediatamente”, depositando sobradas expectativas. No faltó a la verdad, al menos en parte, pues seis días más tarde estaba en Riad la segunda línea ejecutiva para llegar a puntos de acuerdo. Pero Putin sin embargo fue más cauteloso, pues si bien parece creer en las buenas intenciones de Trump, también conoce y ha cultivado una sobrada experiencia sobre la “complejidad” del aparato de gobierno estadounidense, y entiende que no se trata de la voluntad del presidente sino de la hercúlea tarea de anulación de ciertos mecanismos administrativos “aprendidos”, soldados ideológicamente por los think tank, en las agencias interiores y los lobistas.


Posteriormente a ese encuentro, la férrea negativa de Donald Trump y su vicepresidente JD Vance en las reuniones desarrolladas en White House con el presidente francés Emmanuel Macron, el 24 de febrero, y con el primer ministro británico Keir Starmer, el 27 de febrero —quienes a dúo intentaron lograr que Trump respaldara el despliegue de tropas anglofrancesas en Ucrania con una fuerza estadounidense de apoyo—, fueron un baldazo de agua fría para las exigencias de los representantes europeos, dando un espaldarazo de confianza a Moscú.
Trump se negaba en la cara al eje anglofrancés aquello que la burocracia neo-imperial europea, comandado por ese tándem, más la pantalla de la UE y la estructura formal de la OTAN, había decidido el 17 de febrero en el Palacio del Elíseo de París, en conjunto con un puñado de dirigentes colegas, representantes de la flor y nata de la élite prooccidental.

Es más, el mismísimo día 24, mientras Macron se encontraba en Washington como mensajero particular, tuvo lugar a través de una videoconferencia la reunión del “G7 ampliado” —incluyéndose a Zelenski—, donde los presentes intentaron “extorsionar” a Trump sobre la necesidad de una “unidad”, que en los hechos implica asegurarse la contribución en la guerra —y en el día después— de los medios, infraestructura y aporte dinerario de Washington, sin el cual la OTAN y su ala civil, la misma Unión Europea, tienen peligro de desintegrarse.
Las élites europeas, en verdad, están conmocionadas por tener que asumir la responsabilidad de garantizar la seguridad de sus propios países… y sus costosas estructuras políticas basadas en «una unidad amalgamada gracias a la noción de un enemigo». Con la retirada estadounidense, consciente de sus fisuras internas de todo tipo, incluso económicas —como la colosal deuda pública—, la Europa fiel se siente de pronto huérfana, ante un padre abandónico que les dice “manténganse solos”.
Pero incluso más allá de las cuentas de almacenero, de la ejecución de presupuestos de recursos y gastos, lo que aterra internamente a los europeos es que, desde la Guerra Fría y durante la pos-Guerra Fría, han supeditado políticamente el continente a los Estados Unidos (y su colaborador británico), que los ha disciplinado bajo su manto protector: la OTAN.
Es la OTAN quien verdaderamente manda en Europa. Su esqueleto normativo es la UE. La OTAN no fue diseñada únicamente para evitar “por las malas” el charme del comunismo soviético —“por las buenas” crearon el Estado de Bienestar y la sociedad de consumo—, sino para evitar los choques internos, los nacionalismos tóxicos, las ansias de liderazgo, y finalmente, el surgimiento de una nación-estandarte que intente el dominio continental, como lo fueron, en su momento, Francia (bajo Napoleón), Alemania (bajo Hitler o Wilhelm II) o Reino Unido (bajo la Era Victoriana).
Parafraseando al eslogan de cohesión del Tercer Reich —«Ein Volk, ein Reich, ein Führer» (Un Pueblo, Un Imperio, Un Líder)—, esta Europa Continental podría estar eligiendo sus parámetros de unión en la frase «eine Identität, eine bürokratische Organisation, ein Beschützer» (Una Identidad, Una Organización Burocrática, Un Protector). Los europeos han creado un nuevo concepto de identidad — una bandera común que es erigida al lado de cada verdadera insignia nacional—, que no dice nada sin un esquema de estandarización de gobierno y representación, y mucho menos, sin un protector que “aporte, mande y organice”, si es extracontinental, como Estados Unidos, mucho mejor. 1
Para muestra basta un botón: la OTAN está bajo las órdenes de un Supreme Allied Commander Europe (SACEUR o “Comandante Supremo Aliado en Europa”), que ¡siempre ha sido un general estadounidense designado directamente por el presidente de los Estados Unidos!
No es casual, entonces, que países como Francia y Reino Unido, que tienen una altísima tradición imperial, y que no hace demasiado tiempo atrás (Crisis de Suez de 1956) todavía se percibían como imperios colonizadores con suficiente potencial remanente, se sientan llamados a la gravedad de la hora. Reino Unido dio el primer paso con su paquete de ayuda militar a Ucrania valorado en 5.400 millones de dólares. Luego Francia ofreció su «paraguas nuclear» 100% galo. Ambos compiten ahora por liderar, pero como todo cambio traumático, lo hacen aún con ciertos miedos encima.

Por un lado, por supuesto, entienden que podría ser una oportunidad de protagonismos. Por el otro, sin embargo, entienden que no disponen de ejércitos capaces de garantizar la defensa de los territorios. Sólo cuentan con “fuerzas de proyección” que utilizan aleatoriamente para conservar aquellos restos diseminados de sus antiguos imperios coloniales. Pero acá se debe aplicar otra escala. Sin un ejército realmente poderoso, no se puede liderar toda Europa. Y por eso, lamentan la retirada norteamericana, pidiéndoles “apoyo”.
Justamente, el más torpe pedido de apoyo provino de parte de Volodimir Zelenski, el ariete que se cree parte de Europa, pero que simplemente es una “excusa argumentativa” de cuestiones que lo exceden. Ucrania es la experiencia vívida de que “existe una amenaza” (rusa) que debe “aunar los esfuerzos conjuntos de Europa”. Ucrania les da un “enemigo común” sin el cual se matarían entre ellos.
La llegada de Zelenski a Washington el 28 de febrero fue un paso en falso que quedó registrado ante las cámaras, dando vergüenza ajena. No sabemos si Zelenski se ha creído realmente las mentiras occidentales sobre su papel crucial y su prometida inclusión en la OTAN, si está pasado de rosca con su rusofobia, o si los años de guerra (por no decir otra cosa) han afectado su capacidad de raciocinio. Lo cierto es que fue a exponer el mismo discurso infantiloide que era aplaudido por Biden ante un presidente diametralmente opuesto.


La otra posibilidad, es que Zelenski sea, como siempre se sospechó, un agente británico. Las redes de protección del MI6 a su círculo personal podrían reforzar esta teoría. Y en este caso en particular, respecto de la manipulación ucraniana, los británicos ahora piensan diferente a los estadounidenses, al menos, al presidente Trump, pues subsisten elementos conspiradores en el Deep State.
No se comprendería, entonces, la inmediata visita del ucraniano a Londres —tras el reto de/en Washington—, a buscar cobijo bajo la dupla anglofrancesa. Tampoco se comprende por qué no quiso firmar la cesión de tierras raras y minerales sensibles que Trump exige como un fee (un honorario) para pautar una “rendición condicional” ante los rusos… si es que no los tuviera comprometidos a los británicos.
El enfoque político de Trump, no es solamente contra todo el aparato europeo, sino contra el protagonismo e influencia que el Deep State estadounidense sigue emanando y tendiendo sobre él, usualmente, a través de las agencias de Inteligencia, ONG, “fundaciones”, think-tanks, el Partido Demócrata y los medios de comunicación tradicionales, entre ellos, CNN. Todos son hostiles hacia las iniciativas trumpistas. Hay demasiados detractores en el Occidente Colectivo a las reformulaciones de Trump que procuran insistir en una derrota rusa en Ucrania y preferirían mantener la guerra.
No sorprende entonces que una de las primeras medidas haya sido la disolución de USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), el «equipo B» de la CIA para promover revoluciones de colores y cambios de régimen, y que financiaba gran cantidad de grupos encargados de activar burguesías-compradoras (neocoloniales). El cierre definitivo tuvo lugar el 28 de marzo.
Otra muestra que supo dar Trump fue la suspensión temporal de datos de Inteligencia a la máquina militar ucraniana, que evidentemente les dio una rápida desventaja en el campo de batalla. Esta situación, que dejó por un tiempo “ciego y sordo” al aparato ucraniano, fue intensamente aprovechada por las fuerzas armadas rusas, que embolsaron (y aún los tienen así) prácticamente de forma total a las tropas invasoras en Kursk.
Esto pareció una medida con varios destinatarios: (1) hacia Ucrania, por su negativa a ceder sus recursos naturales y pretender no pagar “las ayudas” estadounidenses, como así también, por aliarse con el eje anglofrancés a expensas de darle la espalda a Washington, (2) hacia Rusia, para que aproveche en el campo de batalla una situación táctica favorable, que los rusos parecen haber decidido a través del cerco, con opción a la aniquilación, como una forma mejor de “negociar” a futuro y reducir el desgaste propio, (3) hacia Europa, para hacerles notar que no tienen la capacidad fina de hacerse cargo del conflicto, capacidad que sí tiene Estados Unidos gracias a la gran cantidad de sistemas de información y de reconocimiento, especialmente, espaciales y cibernéticos, que posee la potencia americana.
Sin embargo, el 11 de marzo, una delegación ucraniana solicitó una reunión similar a la sostenida por Rusia, en Riad, para abordar eventuales treguas parciales sobre la energía y la infraestructura civil en Ucrania… y Estados Unidos, que hasta ese momento parecía inflexible, accedió.

No casualmente, mientras sucedía la reunión el Riad, en la estratégica Rumania, país a orillas del Mar Negro que oficia de retaguardia atlantista, la democracia era sepultada por las acciones del tándem «Estado Profundo-UE». El Tribunal Constitucional, manipulado por dicho tándem, anuló la primera vuelta presidencial y deslegitimó a Calin Georgescu, quien había prometido justamente cortar la ayuda militar a Ucrania. Georgescu fue primero arrestado, y ante la presión de la ciudadanía, fue liberado, solo para que luego la Oficina Electoral Central le prohíba participar en la repetición de las elecciones presidenciales, programadas para mayo.
La UE anuló las elecciones en Rumania para usar al país como plataforma para la guerra en Ucrania, aseguró el ganador de los comicios, Călin Georgescu.
Lo cierto es que tras la reunión con los negociadores ucranianos, Estados Unidos hizo un ¿inesperado? cambio de rumbo. Donald Trump no solamente exigió a Putin que “perdone” a las tropas embolsadas en Kursk, mientras reiniciaba el soporte en Inteligencia y los abastecimientos militares que había pausado previamente, sino que el 18 de marzo hizo una llamada telefónica a Putin en donde le insistió con una tregua de 30 días, aquello que justamente solicitó Kiev y que Moscú explícitamente declaró que no iba a aceptar, en la negociación mantenida en Arabia Saudita, como parte de su «plan de paz».
El Kremlin evaluó esto, no como una traición —la profusa acumulación de contramarchas y promesas incumplidas de Estados Unidos no debería sorprenderlos—, sino como una zancadilla neocon que debía saltar con maestría. No podía negarse rotundamente porque iba a quedar como inflexible y fomentar al “partido de la guerra”, tan activo en Washington como en Bruselas, que conspira contra la buena voluntad de la Casa Blanca.
Putin manifestó sus reservas respecto del control efectivo de un posible alto el fuego a lo largo de toda la línea de combate, y puntualizó en la necesidad de detener la movilización forzada en Ucrania, evitando asimismo el aprovechamiento para el rearme. Pero para mostrar su disposición, informó que el 19 de marzo habría un intercambio de prisioneros entre las partes rusa y ucraniana de 175 personas (de cada bando) y aceptó la propuesta de la tregua de 30 días… para ataques contra instalaciones de infraestructura energética (únicamente).

Rusia sabía perfectamente que Ucrania iba a violar el alto al fuego y efectivamente así sucedió: en la madrugada misma del 19 de marzo, poco después de efectivizarse el intercambio de prisioneros, Ucrania llevó a cabo su primero de tantos ataque con drones, esa vez contra una instalación energética rusa en Krasnodar, ¡apenas horas después de que Rusia y Estados Unidos acordaran un cese al fuego “energético”! ¡Lógicamente, los europeos y Zelenski colaboran para sabotear el reinicio de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia!
Evidentemente, Rusia quería dejar en claro que la estrategia de Trump de centrarse en un alto el fuego limitado como una forma de llevar adelante conversaciones de paz algo más amplias es una propuesta que nunca va a prosperar.
Putin sabe que, o Estados Unidos aplica una política de shock donde asuma una empate hegemónico (lo que se puede traducir como una convivencia hegemónica) con Rusia2 —algo que los neocons infiltrados jamás reconocerán—, o la guerra solo podría terminar con la capitulación total del régimen de Zelenski. Es por eso que, cuando habló, antes de asumir la tregua limitada, ante el cónclave de la Unión Rusa de Industriales y Empresarios en Moscú el 18 de marzo —su principal grupo de nacionalistas conservadores—, les previno que no es esperable un alto el fuego y que tanto la guerra como las sanciones se mantendrán en el mediano plazo.
Putin en el congreso de la Unión Rusa de Industriales y Empresarios, en Moscú. Sostuvo que más de 28.500 sanciones fueron introducidas contra Rusia, una cifra que supera el número total de medidas (ilegales) restrictivas al comercio impuestas al resto del mundo. Aún así, afirmó que los empresarios rusos aprendieron a trabajar bajo las sanciones occidentales y lograron poner en marcha mecanismos de cooperación. Vaticinó una espiral de rivalidad económica y una intensificación de la lucha competitiva global. Pero confió en la capacidad rusa para sortear los desafíos. Como dato, en 2022, el superávit comercial fue de 332.000 millones de dólares. “Fueron por lana y terminaron esquilados”, dijo.
Uno de los que parece estar jugando a dos puntas es el secretario de Estado, Marco Rubio, que tiene un claro perfil anglosionista: declaró que necesita “comenzar a ver un progreso real” de Rusia pronto, “o tendremos que concluir que no están interesados en la paz”. ¡Oh vaya casualidad! ¡Declaración cínica nada esperable!
Es más, recientemente Marco Rubio, sostuvo “no estamos interesados en las negociaciones por el bien de las negociaciones en sí mismas, no continuaremos esto indefinidamente. Tenemos una cierta cantidad de tiempo durante la cual queremos entender si están listos o no, y este tiempo ya está llegando a su fin. El Congreso ya ha comenzado a trabajar en un proyecto de ley de sanciones adicionales, y la presión del Capitolio seguirá creciendo”.
¡Por eso Putin se les adelantó y aseguró ante la Unión Rusa de Industriales y Empresarios que la guerra estaba vivita y coleando!
Este 2 de abril, el inefable amigo del (fallecido) John McCain, el republicano Lindsey Graham y el demócrata Richard Blumenthal, ambos considerados grandes lobistas del complejo militar-industrial estadounidense en el Senado, presentaron un proyecto para nuevas sanciones contra Moscú, así como aranceles del 500% a las importaciones para los países que compran petróleo, gas, uranio y otros productos rusos… todo ello, “para lograr una paz duradera con Ucrania”, pues “comparten la frustración del presidente de Estados Unidos Donald Trump con Rusia por el alto el fuego”.

El repugnante de Graham es conocido por su odio exacerbado a Putin. En marzo de 2022 pidió que los rusos se alcen y asesinen al presidente. Luego, en una entrevista con Zelenski en mayo de 2023, sostuvo que “los rusos están muriendo” y que “es el mejor dinero gastado” (aunque luego dijo que fue sacado de contexto y que el video estaba editado). Pero en este vergonzoso vídeo inserto abajo no hay ediciones, y hasta parece aprovecharse impúdicamente de un Zelenski visiblemente “alterado en sus funciones cognitivas” (¿drogado?). Allí reconoce que Ucrania se desangra por Estados Unidos, que ellos “necesitan armas” y que “lo pagarán con minerales”. ¡Incluso antes de que Trump llegue a la presidencia y plantee esa compensación!
El escandaloso vídeo, del 6 de septiembre de 2024, no solamente muestra el grado de perversa manipulación que hace el Deep State del régimen banderista —y cómo tiene de rehén sacrificable al pueblo ucraniano— sino las pretensiones de saqueo económico final. El nivel obsceno de supeditación y servilismo feudal del ucraniano es inaudito ¡incluso el senador le da una irrespetuosa palmada en la espalda… a un presidente!
Los temores de un estancamiento en ese géiser de novedades dado en Riad, sumado a la cachetada dada por el dúo Trump-Vance a Zelenski en Washington, están creciendo. La Administración Trump renunció a algunas de las herramientas de persuasión barajadas en el principio, como la normalización de las relaciones con Moscú, la quita de sanciones y la revisión de las causas profundas del conflicto. Incluso aquéllas declaraciones públicas del secretario de Defensa Pete Hegseth que aseguraban que restaurar las fronteras anteriores a 2014 eran objetivos «poco realistas» están cayendo en saco roto.
Por supuesto, mientras Kiev violaba la tregua solicitada por ellos mismos en Riad, la Comisión Europea, bajo la presidencia de Úrsula von der Leyen y la vicepresidencia de Kaja Kallas, anunciaba que “Europa debe prepararse para la guerra”, fijando al año 2030 como horizonte temporal para que el bloque “cuente con una defensa fuerte” y tenga “una base industrial de defensa que sea una ventaja estratégica”.

Afortunadamente, existe también una segunda línea de comunicación representada por Steve Witkoff, y el jefe del Fondo Ruso de Inversión Directa, Kirill Dmitriev. Rusia está ofreciendo a Estados Unidos grandes oportunidades de inversión en minerales, petróleo y tierras raras. Esta es la zanahoria de Putin, mientras el ejército ruso progresa.
De hecho, Dmitriev sostuvo que “fuerzas no identificadas —[mentira, están hiper-identificadas]—, estaban tratando de sembrar la tensión entre Rusia y Estados Unidos… Estas fuerzas están distorsionando deliberadamente la posición de Rusia, tratando de interrumpir cualquier paso hacia el diálogo, sin escatimar dinero ni recursos”.

“Los opositores al acercamiento temen que Rusia y Estados Unidos encuentren un terreno común, comiencen a entenderse mejor y construyan la cooperación tanto en asuntos internacionales como en la economía”, dijo, dando perfectamente en la tecla.
El 27 de marzo, Vladimir Putin visitó la base de Múrmansk para la botadura oficial del submarino de propulsión nuclear con misiles de crucero hipersónicos Zircón clase «Yasen-M» [Proyecto 885M] Arkhangelsk («Архангельск»), el primero de esos sigilosas navíos con ese tipo de proyectiles. La visita no solamente simboliza la confianza de la Ródina en sus poderosas armas —esas a las que se enfrentaría hipotéticamente «Europa» a partir de 2030—, sino también una nueva zanahoria de Putin.
El primer mandatario se dirigía al «Foro Ártico 2025», un tema que se ha puesto espinoso por las pretensiones estadounidenses sobre Groenlandia y la ruta marina del Ártico, a la que Putin le abre el juego para situaciones de colaboración y no de competición, aunque jamás renegando de la condición de potencia ártica que tiene la Federación. El lema del foro fue «El Ártico: Territorio de Diálogo».

Probablemente haya algún gesto de distensión en este puntapié inicial hacia la Primera Guerra Mundial Comercial que ha inaugurado Estados Unidos con su agresiva política arancelaria (proteccionista) —que será material de otro artículo venidero—; Ucrania acaba de recibir un auspicioso arancel del 10 %, mientras que Rusia, ¡directamente no está entre los países afectados!
Para aquellos que creen que las «sanciones infernales» impiden absolutamente el comercio bilateral ruso-estadounidense, siento decepcionarlos: Estados Unidos, en esencia un país importador (ojo con este dato), importó en 2024 desde Rusia 3.007 millones de dólares en productos y materias primas (según datos de la U.S. Census Bureau), y les exporta apenas 526 millones. No es un gran intercambio, pero no es nulo y además es ¡deficitario!

Con Ucrania, el nivel de importaciones es de 1.186 millones, con exportaciones por 1.683 millones, generando superávit. Estamos hablando, por supuesto, de una balanza comercial, sin incluir aquí ayudas financieras, que fueron exorbitantes.

El tipo de bienes comercializados por Rusia son en verdad hipercríticos y de altísimo valor agregado: hablamos fundamentalmente de uranio y fertilizantes —casualmente no alcanzados por las sanciones—, mientras que Ucrania vende básicamente tuberías de hierro y zumo de frutas.
(Por Christian Cirilli/Tomado de La Visión)
- Nunca se vio tan claramente ese poder extracontinental protector-organizador como cuando Estados Unidos decidió el 26 de septiembre de 2022 volar los gasoductos Nord Stream —que no sólo eran propiedad del gigante ruso Gazprom (50%) sino también de las compañías alemanas BASF/Wintershall y Uniper, de la francesa Engie, de la austriaca OMV y de la británica Royal Dutch Shell—, llevando a un aliado, miembro de la OTAN y la UE, Alemania, a la actual recesión económica, que además se extiende al resto de la Unión Europea. La solidaridad europea y los intereses de Europa de golpe quedaron a la vera del camino y nunca nadie dijo absolutamente nada. ↩︎
- La vocera de la cancillería rusa, María Zajárova expresó: “La gran pregunta es cómo abordará Estados Unidos a esta escoria terrorista desquiciada a partir de ahora y cómo logrará ponerla bajo algún tipo de control y dirección”. ↩︎