El Cinematógrafo: Emilia Pérez

El Cinematógrafo: Emilia Pérez
El Cinematógrafo: Emilia Pérez

Cuando en el futuro alguien olvide el título en una conversación, le quedarán múltiples formas de dar a entender de qué está hablando: ese musical sobre un narcotraficante que cambiaba de sexo y de vida (“¿No es lo mismo?”, llegaba a decir), antes de consagrarse a la búsqueda de desaparecidos en México, podría ser una opción.

La gran mayoría de las películas, ese infinito tan variado, son irregulares. Rara de encontrar es la que, incluso siendo buena, no contiene un solo fallo de continuidad o una mínima inconsistencia narrativa. Por otra parte, hasta la peor del mundo contiene un plano memorable, una escena, una actuación… Algo. Casi siempre hay algo que señalar, positivo o negativo, tanto a la mejor como a la peor. Por tanto, partamos de que no es justo exigir a obra o creador alguno la perfección, por más que sea el instinto del cinéfilo buscador de joyas.

Pueden empezar tediosas y remontar a partir del segundo tercio, o al contrario: arrancar como promesas de una obra fascinante y perder fuerza a medida que avanzan, caer en el absurdo involuntario, y en última instancia en el cajón de las olvidables, ese que todo espectador guarda en su cabeza por muy asiduo que sea. Temo que Emilia Pérez ocupe el lugar de estas últimas, de las que más bien pasan por uno sin quedarse porque lo que más interesa fueron las circunstancias en que llegaron. Y temo también que, como película irregular, a la vez merezca dedicarle un poco de atención.

De por sí, su sinopsis es tan vistosa, tan deudora de los mayores delirios almodovarianos, que es difícil no fijarse en ella entre toda la cartelera internacional de 2024 que podamos agenciarnos para nuestro consumo. Otra realidad es que, sin el estruendo —todavía resuena el eco, y resonará— de las redes sociales y las polémicas incrustadas al film de Audiard, muchos habríamos tardado en ver Emilia Pérez más de lo que lo hicimos. Ya ha llovido desde su estreno y pese a ello sigue siendo la película que urge, la que exige posicionamientos a un extremo u otro de una excesiva balanza.

¿Estás a favor o en contra de Emilia Pérez? Bueno, en mi caso estoy a favor del cine. Ni siquiera “del buen cine”, como podría especificar, sino de que exista ese soporte audiovisual que en pocas horas de tu vida te aporta historias y sensaciones con su amalgama de artes (pictórica, literaria, teatral, musical…). Pero…

¿Emilia Pérez le hace un bien o un mal al cine? A este grado de arrinconamientos llega la estela de una película que ni siquiera me gusta, que tampoco me atrevo a injuriar —las encuentro peores, incluso, entre grandes premiadas de los últimos años—, pero que supone un fenómeno del que es muy difícil enajenarse. Lo he intentado.

Es que se ha abierto la caja de Pandora más nefasta posible para una aspirante a las cúspides actuales de la aceptación popular y del palmarés fílmico: sus responsables han sido masivamente criticados por las propias comunidades que buscaron representar (mexicanos y transexuales) en la ficción, y a esta actitud se han sumado gentes de cualquier nacionalidad e identidad de género. Se ha vuelto la cinta más incendiaria, e incendiable, de la temporada.

En principio no creo que este arte deba —como ningún otro— aspirar a ese “quedar bien con todo el mundo” que, en vista de los hechos, Emilia Pérez no ha conseguido. Resulta imposible, máxime cuando dependes precisamente de la “representación”, de decorados y extras, de la buena voluntad del público y de un metraje limitado, para contar lo que te interesa. Los estereotipos, aunque existentes y dañinos en muchos casos, en otros tantos son relativos, pues aportan realidad a la ficción.

El espectador no necesita la verdadera Marruecos cuando ve la homónima de Sternberg, solo una ambientación que le recuerde a Marruecos. El espectador no necesita un tratado minucioso de personajes y sus motivaciones para hacer lo que quieran con sus cuerpos y vidas: necesita en primer lugar personajes, que ganen su interés, y lo otro se acepta o no en dependencia de su pacto con el narrador.

Ahora bien; me resultaría más fácil defender esta insólita audiardada si cuanto menos me pareciese buena, más fructuosa, en lo que no compete a abordar México (narcotráfico y crisis de desaparecidos, principalmente) o la transexualidad (el protagonista Manitas del Monte se transforma en la protagonista Emilia Pérez). Es decir, si más allá del argumento me pareciese en lo estrictamente “cinematográfico”, en lo técnico, en el “cómo está hecha”, tan reivindicable como, por lo visto, les ha parecido a varios autores pronunciados en apoyo al francés (Cameron, Del Toro, Schrader, etc.), a quienes tanto admiro en ligas mayores. Si, confiado en su ritmo, en su irrealidad y en su representación de X temas, me dejase llevar sin más.

No lo consigo. Encuentro baches considerables en el trayecto, tanto argumentales (¿su cuerpo empezó a cambiar y en dos años su esposa no lo notó?) como conceptuales (¿optar por el musical dentro de su particular mezcolanza… no la perjudica más de lo que la beneficia?).

Como musical, todavía lamento las letras pobres y sin rimas que pueblan la mayor parte de los números, así como el insufrible “canto” de Karla Sofía Gascón que descalabra uno de los mejores momentos. Como melodrama, en cuyas raíces coquetea Audiard para no acabar hallándolo, se convierte en ejemplo de lo no aconsejable, de arbitrariedad y desvirtuación emocional.

De hecho, mencionaba antes a Almodóvar, porque aquí se intuye una mezcla entre los alocados inicios del manchego y la madurez Matria de Madres paralelas, sin alcanzar la plenitud en ninguna de ambas esferas. Y no desvelo ninguna novedad: la decisión de confiar el peso de la dramaturgia al idioma español fue tan errada, no ya como demuestra Selena Gomez en su estridencia, sino como demuestra un guion que parece dialogado en traducción de Google, por su mecanicismo y torpeza —contra lo cual hubiese sido preferible la práctica del doblaje, o el uso de otro idioma con subtitulaje, por más que esto no aminorase la cólera del público latino—.

Veo, no obstante, algo de positivo en la operación ejercitante que acometió Audiard. El inicio es portentoso. Te agarra para no soltarte… hasta que el inicio cesa y pasamos al desarrollo… al desestimulante desarrollo, que tantas posibilidades argumentales deja de aprovechar para devenir en su final trágico, a esas alturas en que ya deseo que todo acabe cuanto antes para no ver sufrir sobreexplotada a la historia. La paleta de colores es diversa y adecuada según el momento de la narración, el montaje es muy dinámico —sobre todo en los números musicales—, las actuaciones buscan el encanto del melodrama, aunque hasta Zoe Saldaña —la mejor del reparto— se diluya a partir de la segunda mitad…

Entonces, si aplicamos estos cuestionamientos desde la distancia personal, ¿a qué podemos atribuir el reconocimiento en Cannes, los Globos de Oro y otros lares del cine que se celebra? ¿Qué explicación nos queda para semejante polarización? Pues… supongo que muchos ven cumplida en este film la cuota inclusiva, exótica y no hollywoodense del año. Cambian los rigores bajo los que antes se solían examinar las candidatas a obras maestras. Imperan las políticas de representación social en el ámbito. Poco más.

Esa es, para mí, Emilia Pérez. Ni mi enfado ni mi disfrute. La película nominada a 13 premios en los Oscar de mañana. La que duele “hasta la pinche vulva” de pensar en ella.

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