Crónica citadina: La huerta de Mario

Crónica citadina: La huerta de Mario
Crónica citadina: La huerta de Mario

Tomo prestado el título de un popular filme norteamericano: Cuán verde era mi valle, para referirme a la muy bien cuidada huerta de Mario, situada en la intersección de la Calzada General Betancourt y Línea del Ferrocarril, en la frontera entre los barrios de Pueblo Nuevo y La Playa, en esta ciudad de Matanzas.

Ocupaba un no muy amplio espacio, pero sí excelentemente aprovechado. Tenía alrededor de 40 metros de ancho por 20, tal vez 25 de profundidad, donde la tierra pródiga yacía ante el portal de la humilde morada de Mario, construida de tablas y techo de zinc, con tres ventanas, una de las cuales ubicada en la cocina del viejo labrador.

En horas de la tarde, después de darle una segunda “toma de agua”, reverdecían las hojas, brillosas por las gotas del preciado líquido, tal parecían pequeñas perlas, haciéndole guiños a los potenciales compradores de ajo, cebolla, berro, perejil, acelga, lechuga, tomate, ají, ajo puerro…

Por ello el terreno estaba moteado, aquí y allá de otros diversos colores, no solo verde, sino también, el rojo intenso del tomate, el verde pálido del ají, todos: hortalizas y legumbres, con áreas específicas, muy bien delineadas, entre canteros y canteros.

Mario, después de darle el segundo riego a la plantación, se sentaba en su taburete, recostándolo en la pulcra fachada y su mirada se extasiaba mirando, orgulloso, el prodigio que puede proporcionar la tierra cuando a los cultivos se les trata con la merecida atención diaria.

Muy atento salía al encuentro de compradores, no importaba si adquirirían mucho o poco, lo importante no era solo la calidad de los productos del agro, sino también la amabilidad con que Mario trataba a todos.

Sí, con frecuencia mi familia me enviaba a comprarle algo, por ello supe su nombre y del trato amable que dispensaba a todos.

A pesar de que la barriada de Pueblo Nuevo contaba con otras huertas, como la localizada en la Calzada de San Luis, por ejemplo, muchos acudían a la de Mario, porque no era carero, incluso, si a la persona concurrente no le alcanzaba el dinero porque se excedió en la compra, él le decía que eso no era problema, que la deuda se la pagara otro día.

Así lo recordamos, mulato, fuerte, de manos amplias, acostumbradas al trabajo de campo y una mirada de lince que le permitía acercarse para verificar que tal, o más cual producto ya estaba a punto, entonces, por ejemplo, colocaba tomates, berro, perejil, etc. En cestas de mimbre.

Ya se podía sentar, feliz, con el taburete recostado en la fachada de su casita.

Trasladándonos en el tiempo, podríamos decir que en su mente latía la frase: ¡Cuán verde es mi valle!, perdón, ¡cuán verde es mi vergel!

(Por: Fernando Valdés Fré)


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