Una pianista matancera con manos mágicas

Una pianista matancera con manos mágicas

El aire de la sala se detiene, expectante. Un silencio denso, cargado de la promesa de algo hermoso, llena el espacio antes de que las primeras notas resuenen. No es simplemente música la que emerge del piano, es una conversación, un susurro de emociones que se desliza a través del tiempo. Son las manos de María de los Ángeles Horta Hernández, las que hacen magia en esa sala llena de búhos de adorno recolectados en cada viaje.

Desde niña ha sentido predilección por estos animales, símbolos de la sabiduría, puesto que su vida ha estado repleta de la misma, al estar rodeada de tantas personas que hicieron de su amor por el piano, una forma de vivir.

«Siempre el piano ha ocupado un lugar especial en mi vida, considerándolo el rey de los instrumentos. Mi madre, una talentosa pianista, solía tocar en casa, y esas melodías se convirtieron en un referente fundamental para mí. Aunque también me atraía el chelo, mi verdadera pasión siempre ha sido el piano. No me arrepiento en absoluto de haberlo estudiado, ya que es el instrumento más bello y significativo que existe», comenta la artista.

Una pianista matancera con manos mágicas

La pasión por la música se instaló en su corazón de manera profunda. La influencia familiar resultó esencial; también la convivencia con su vecina Elvira Santiago, una pianista excepcional, cuya interpretación la motivó a seguir su camino, además del talento musical de su hermano, un trompetista consumado.

Bajo la tutela de Mercedes Oliver, una pedagoga reconocida que dejó una huella indeleble en su carrera, comenzó su formación. «La influencia se siente en la familia y en las personas que te rodean», comparte María de los Ángeles, reflexionando sobre cómo estas conexiones moldearon su camino.

A medida que avanzaba el tiempo, desarrolló una fascinación por la escuela rusa del piano. Aunque la era digital aún no había llegado, su amor por la música la llevó a adquirir discos rusos en el bulevard de San Rafael, en La Habana, donde descubrió obras que la acompañarían en su viaje artístico. Su dedicación y amor por el piano la llevaron a estudiar con una maestra soviética, quien amplió su conocimiento y técnica. «Me aportó muchísimo», recuerda con gratitud, subrayando la importancia de la enseñanza en su desarrollo como pianista.

Una pianista matancera con manos mágicas

Una anécdota que marcó su vida ocurrió en 1998, cuando la artista tuvo la oportunidad de realizar su primer concierto fuera de Cuba en Brasilia, acompañada por la maestra Elena Serra Peraza. Este evento resultó significativo para ella, ya que interpretó el segundo concierto de Liz. Solo 15 días después, se enfrentó al reto de presentar una obra de Beethoven, un repertorio diametralmente diferente. A pesar de la dificultad de la tarea, su preparación y dedicación al estudio, junto con su amplio repertorio, le permitieron afrontar ambos conciertos con confianza y entrega, marcando así un hito importante en su carrera musical.

En el mundo de la música cada compositor tiene su propia perspectiva y fuente de inspiración. Para algunos la fase de creación es un viaje metódico, mientras que, para otros como María de los Ángeles, la espontaneidad desempeña un papel crucial.

«Al componer música original, el proceso creativo adquiere mayor libertad, ya que la inspiración surge de manera espontánea. En mi caso, la musa aparece en momentos determinados. Incluso, cuando la hago para teatro me inspiro directamente en la obra, buscando crear un fondo musical que complemente y realce la narrativa», explica la entrevistada con un brillo especial en sus ojos.

Una pianista matancera con manos mágicas

Durante una noche de apagón este procedimiento fue evidente, cuando la oscuridad parecía envolverlo todo, su musa despertó la creatividad. En ese instante surgieron casi todos los temas de la obra teatral Emilia, escrita por Ulises Rodríguez Febles. Cada uno de ellos basados en la historia de una mujer que portó la bandera cubana en tiempos difíciles.

En el corazón de la música y la enseñanza, esta talentosa pianista ha encontrado su verdadera vocación: la transmisión del amor por la música a las nuevas generaciones. Su pasión por la educación es palpable, y su compromiso con sus alumnos ha dado frutos que resuenan en el ámbito nacional e internacional. Con una trayectoria que incluye la formación de jóvenes que han obtenido premios destacados, esta educadora no solo enseña notas, sino que también cultiva sueños.

Desde la creación de Los Pilluelos, un proyecto inclusivo y lleno de vida, la pianista ha dedicado su energía a trabajar con niños. Esta iniciativa, que comenzó cuando su hija era chiquita, ha evolucionado a lo largo de los años, convirtiéndose en un espacio donde la música se vive como una fiesta. Con un enfoque espontáneo y dinámico, ha logrado mantener la motivación de sus pequeños alumnos, enseñándoles no solo a tocar un instrumento, sino también a disfrutar del proceso creativo y de la expresión artística.

Una pianista matancera con manos mágicas

Las presentaciones en espacios emblemáticos como la Sala White y el Teatro Sauto se convirtieron en momentos memorables para los infantes, quienes, bajo la guía de su maestra, aprendieron a brillar en el escenario. La pianista recuerda con nostalgia esa época, llena de risas y descubrimientos, donde cada actuación se transformaba en una celebración.

En el mes de diciembre del pasado año fue galardonada con el Premio White 2024 por la Obra de toda la Vida, donde resaltaron su desempeño integral como docente, compositora e intérprete.

«Recibir este premio resultó una gran sorpresa. Aunque estaba nominada, competía con varios artistas que presentaron trabajos de alta calidad, por lo que no esperaba ser la seleccionada. La emoción que sentí fue inmensa, ya que este reconocimiento representa el esfuerzo y la dedicación que he puesto en mi carrera. Sin duda, me siento muy feliz con esta decisión».

Una pianista matancera con manos mágicas

Hoy, al mirar atrás, siente un profundo orgullo por el camino recorrido y por los «pilluelos» que han crecido y se han convertido en adultos exitosos, como médicos e ingenieros. Sin embargo, su deseo de retomar el proyecto es inquebrantable. Para ella, trabajar con niños no solo es un acto de enseñanza, sino una fuente inagotable de energía y esperanza. El contacto con la inocencia y la curiosidad de ellos le recuerda la importancia de seguir cultivando la pasión por la música y por la vida.

Su labor es un testimonio del poder transformador de la educación artística, un legado que espera continuar y expandir, con la convicción de que cada niño tiene el potencial de hacer música y crear su propia historia. En sus manos, la enseñanza se convierte en un arte, un viaje compartido donde cada nota es un paso hacia un futuro lleno de posibilidades.

Actualmente, María de los Ángeles Horta es un referente en el mundo de la música, combinando su pasión por el piano con una profunda admiración por aquellos que la inspiraron. Sus dedos, ágiles y delicados, se deslizan sobre las teclas como si fueran alas de mariposa, dibujando en el aire melodías. Existe una historia en cada pieza, una narrativa que se discurre lentamente, revelando secretos íntimos a través de escalas ascendentes y caídas dramáticas, de ritmos suaves que acarician el alma. Y en esa experiencia, en esa magia intangible, reside la verdadera esencia de su arte.

(Por: Lauren Quirós Alonso y Camila Pérez Domínguez)

Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *