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En línea con lo efectivamente adelantado en la parte final de mi artículo «La Colmena Occidental está enloquecida» —donde vaticiné que habría una reunión para la primera quincena de marzo y una resolución para mayo—, ya hubo una primera conversación telefónica directa, de una hora y media, entre los máximos mandatarios de Estados Unidos (Donald Trump) y la Federación Rusa (Vladimir Putin).
Por supuesto, el punto focal estuvo en la resolución, lo más equitativa posible, del conflicto ucraniano. Pero no fue lo único que estuvo en la bandeja de entrada. La situación en Oriente Medio y la cuestión del programa nuclear de Irán 1 —con todo lo que ello atañe —, y posiblemente también, las tensiones que se acumulan en el Extremo Oriente, estuvieron en la agenda, casi como marcando una hoja de ruta de los múltiples temas que deben hablar naciones de porte y la influencia política como las que representan.
Esto de por sí es un giro geopolítico de Washington, asignándole a Rusia la importancia que tiene en los asuntos globales, y un reconocimiento de que la gobernanza mundial ahora es un asunto (mínimamente) tripartito. Dicho en palabras sencillas: el conflicto en Ucrania ha precipitado el fin de la hegemonía occidental y obliga a negociaciones con el eje euroasiático.
El cómo Rusia pasó a ser una “potencia regional”, un país que “no produce nada” y apenas una “gasolinera” — según palabras de Barack Obama, representante del establishment straussiano— , a un “jugador de toda la cancha”, se justifica en su resistencia incólume al embate conjunto de todo Occidente Colectivo, desde lo cognitivo hasta lo militar, y el balance general en donde no solamente no salió debilitada, sino fortalecida, con una economía mucho más autónoma y en crecimiento, un pueblo civilizatoriamente hablando consolidado (sacudido de sus logias liberales quintacolumnistas) y encima, con perspectivas de una victoria política que no solamente debe ser vista como “territorial” sino como “transicional”: Rusia ha hecho temblar los cimientos de la oligarquía democrática occidental (las mal llamadas democracias liberales), que lentamente se acomodan y se transfiguran — por ahora en el limitado menú— en híbridos neorreaccionarios, neojacksonianos o neofascistas.
(Lo cual recuerda, salvando las enormes distancias y la imposibilidad de repetir fenómenos de manera exacta, la Revolución Bolchevique en el este, y la caída de las democracias socialdemócratas —y las monarquías parlamentarias adjuntas— en Europa Occidental, para convertirse en fascismos totalitarios, aunque profundamente populares).
Pero basta de extrapolar, que después los miopes me tildan de “mentiroso”. Así que retornemos al punto.
Según el vocero de la presidencia rusa, Dimitri Peskov, “El presidente Trump se pronunció a favor de un pronto cese de las hostilidades y de resolver el problema por medios pacíficos. El presidente Putin, por su parte, mencionó la necesidad de eliminar las causas profundas del conflicto y coincidió con Trump en que se puede alcanzar un acuerdo a largo plazo mediante negociaciones pacíficas”.
Nótese la diferencia de conceptos: Trump busca un rápido cese de hostilidades —como en el caso Hamás-Israel en Gaza—, sin conversar previamente sobre los asuntos profundos del conflicto, que es justamente lo que Rusia ha puesto sobre el tapete como condición de partida. Dicho en criollo: no habrá suspensión o detención de las operaciones militares rusas durante las negociaciones, atento a que Moscú ya no confía en las maniobras occidentales como las desplegadas en Minsk I y II, donde se respetó el alto al fuego por parte de (las repúblicas populares del) Donbás bajo las falsas promesas de autonomía, sólo para que Ucrania “ganase tiempo” para fortificarse militarmente y lanzar una operación devastadora. Si esta disimilar visión inicial no cambia, será difícil hacer avances…
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Previo a la conversación, como “gesto mutuo de distensión”, los gobiernos de Putin y Trump concedieron la liberación a sendos ciudadanos condenados y presos en sus respectivos países: se dio mucha publicidad a la llegada a Estados Unidos del profesor de Historia Marc Fogel, arrestado en agosto de 2021 por tráfico de estupefacientes (según Washington, capturado con cannabis medicinal), por lo cual fue sentenciado a 14 años de prisión, pero muy poca a Alexander Vinnik, detenido en Grecia en 2017, extraditado y encarcelado en Estados Unidos por transacciones ilegales de criptomonedas (lavado de dinero).
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Por supuesto, también existieron otros gestos de distensión, que tuvieron que ver con declaraciones que aludían a la amistad histórica entre los pueblos (“Ambos reflexionamos sobre la gran historia de nuestras naciones y sobre el hecho de que luchamos juntos con tanto éxito en la Segunda Guerra Mundial, recordando que Rusia perdió a decenas de millones de personas y que nosotros también perdimos muchas”, declaró Trump).
Estas alusiones no son asunto menor: se habla extraoficialmente que tropas estadounidenses podrían desfilar el 9 de mayo en el Día de la Victoria, aunque sería prudente no dejarse llevar por sobradas expectativas. Lo cierto, es que Putin invitó a Trump a que visite Moscú, lo cual es totalmente factible (recordaremos que Trump no tuvo inconvenientes en dirigirse hacia la zona desmilitarizada coreana para reunirse con Kim Jong-un).
Otro tema de gran importancia es que los jefes del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR), Serguéi Naryshkin, y de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), John Ratcliffe, recibieron instrucciones de intensificar los contactos para las negociaciones sobre el fin de la guerra en Ucrania, lo cual es un asunto harto transcendental por cuánto gran parte de esta guerra se libró “en zonas ocultas” (probablemente, la recordada y surrealista rebelión de Prigozhin con “su” PMC Wagner tuvo mucho que ver con cuestiones de infiltración de las agencias occidentales, y también, muy probablemente, su “resolución” —el accidente aéreo—, haya sido programada por las agencias de seguridad rusas… y todo ello por no hablar de la masacre de Crocus Hall).
Además, las conversaciones entre funcionarios de inteligencia (y diplomáticos de Exteriores) serán vitales para los preparativos de la Cumbre Putin-Trump que se daría en Riad, Arabia Saudita, bajo la mediación del primer ministro Mohamed bin Salman (MBS).
La designación de Arabia Saudita no debe sorprender: en primer lugar, saca la cuestión de la esfera europea, lo cual es un símbolo de la irrelevancia —un ninguneo—, de la opinión consensuada del Viejo Continente en el asunto. Esto ha exasperado a los globalistas masones de la UE, quienes elevaron la teoría de la “traición a Ucrania” y la “traición a la democracia”.
Por otra parte, fue el mismo príncipe heredero quien, entre el 5 y 6 de agosto de 2023, a instancias del asesor en Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, llevó a cabo una Cumbre con más de 40 países invitados —¡pero no Rusia!—, para intentar imponer la “Fórmula de Paz” de Volodimir Zelenski —invitado especial a la reunión—, que incluía la restauración de la integridad territorial de Ucrania y la retirada de las tropas rusas.
Probablemente, MBS sabía que sería un intento fútil. Recordemos que Vladimir Putin y el entonces vice príncipe heredero saudí pactaron en la cumbre del G20, Hangzhou, el 5 de septiembre de 2016, el grupo de trabajo sobre la producción de petróleo que fructificó luego como OPEP+, organización que se negó a subir la producción (y bajar los precios) para perjudicar a Rusia en plena guerra. O sea, Putin y Salman son aliados en temas clave.
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El tiempo ha pasado desde ese 2023 y ahora Trump le dijo directamente a Zelenski —un cadáver político a estas alturas—, que no debía contar con la devolución de territorios ocupados por Rusia. Esto significa que el cacareado “Plan de 10 puntos” quedó archivado para siempre.
Además, Trump insinuó una vez más que se necesitan elecciones en Ucrania, dando la derecha a Putin, que ya anticipó que no considerará a Zelenski como un interlocutor válido, dado que tiene mandato cumplido desde mayo de 2024 (aunque existe un “estado de excepción” por la guerra). Esa “emergencia” justificada por Kiev no hizo mella en el general Keith Kellogg, designado por Trump como su enviado especial en Ucrania, quien ha declarado: “En la mayoría de las democracias se hacen elecciones incluso en tiempo de guerra.”
Paralelamente, Mark Rutte, actual secretario general de la OTAN, que cuando era primer ministro del Reino de los Países Bajos invitaba a Zelenski a subirse en las cabinas de los F-16 neerlandeses entre risas y palmaditas en la espalda, engañándolo con su ferviente apoyatura a la membresía ucraniana, ahora sostiene que nada de lo que dijo efectivamente fue dicho….
El confiado belicista neerlandés Mark Rutte sacando los pies del plato en el asunto de la tantas veces prometida membresía ucraniana en la OTAN.
En algo tiene razón en hayanense Rutte: ni en Madrid (España) en 2022, ni en Vilna (Lituania) en 2023, ni en Washington (Estados Unidos) en 2024, las Cumbres OTAN pusieron nada por escrito sobre un verdadero compromiso de la Alianza Atlántica con la membresía ucraniana ni fijaron una fecha precisa para su adhesión.
Todas las menciones del caso fueron mediáticas, y la hicieron distintos funcionarios europeos y estadounidenses para exigirle a Kiev más y más sacrificios en su nombre. Fue la zanahoria delante de sus ojos, para que el burro siga tirando del carro. Se ve que eso de “no dejar pruebas escritas” es una costumbre occidental que arrastran desde las conversaciones con Mijaíl Gorbachov por la unificación alemana y el famoso “no nos expandiremos ni una pulgada hacia el este”… que trajo como consecuencia, entre otras cosas, esta guerra, más de 30 años después.
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En mi escrito del 30 de enero [«La Colmena Occidental está enloquecida»] comenté que Trump tiene una pésima relación personal con Zelenski, después de que éste se negara a enviarle información sobre las actividades ilegales de Hunter Biden y favoreciera indirectamente un impeachment que le propinó la oposición. Ahora, Trump sostiene que Estados Unidos ha invertido demasiado en Ucrania y que no está clara la utilización de esos fondos. Para nuevas ayudas, Trump solicitó garantías de reembolso: “Ucrania tiene tierras tremendamente valiosas, en términos de tierras raras, en términos de petróleo y gas, en términos de otras cosas”, agregando que “Quiero tener nuestro dinero asegurado, porque estamos gastando cientos de miles de millones de dólares”.
Moviendo la cola como un can obediente, Zelenski pensó que era una oportunidad para asociarse a Trump. En una entrevista en Reuters dijo alegremente “Si estamos hablando de un acuerdo, entonces hagamos un trato, solo estamos a favor”, aludiendo a ponerlo de su lado contra Rusia.
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Pero pronto Trump sostuvo que Estados Unidos debería tener acceso a los recursos naturales ucranianos independientemente de si se puede negociar con éxito un acuerdo de paz, argumentando que los “más de 300.000 millones de dólares” que Estados Unidos ya ha proporcionado a Ucrania empequeñecen lo que otras naciones han contribuido al esfuerzo bélico. Para más inris, agregó: “Pueden llegar a un acuerdo. Pueden no hacerlo. Puede ser rusos algún día o puede que no. Pero vamos a recuperar todo este dinero y digo, lo quiero de vuelta. Quiero el equivalente a unos 500.000 millones de dólares en [minerales] de tierras raras, y esencialmente han accedido a hacerlo”.
El presidente Donald Trump declarando que exigirá garantías para recuperar las “inversiones” estadounidenses en Ucrania.
Todo este sainete de Trump puede tener dos objetivos: alargar la guerra con Rusia a sabiendas que no puede dar una imagen de derrota total al ceder a sus pretensiones, o liquidar las existencias, lo máximo posible, del débil gobierno ucraniano antes de dejarlo a la buena de Dios. Me inclino por esto último.
Existe una realidad y está sobre el terreno. Ucrania resiste hoy por hoy por dos motivos: por el respirador artificial de la OTAN —que es un agujero negro de dinero—, y porque Rusia dosifica sus ataques (por su debilidad demográfica).
Pero lo cierto es que la guerra tiene un horizonte de victoria rusa, algo que quedó ya claro a fines de 2023, cuando fracasó la tristemente célebre «Ofensiva de Verano», fenecida a los pies de la Línea Surovikin.
El ex presentador de televisión y actual Secretario de Defensa estadounidense, Peter Brian Hegseth, sostuvo que volver a la fronteras de Ucrania pre-2014 es “un objetivo poco realista” y que su gobierno no apoya la membresía ucraniana en la OTAN. Sin embargo, sostuvo que “una paz duradera para Ucrania debe incluir sólidas garantías de seguridad para garantizar que la guerra no vuelva a comenzar, pero eso sería responsabilidad de las tropas europeas y no europeas en una misión no perteneciente a la OTAN, no protegida por el compromiso del Artículo Cinco de la OTAN con la defensa colectiva”.
El secretario de Defensa estadounidense, Peter Hegseth, y sus contundentes declaraciones.
Este punto no va a ser admitido por Moscú. Ni siquiera Zelenski quiere arriesgarse a eso: sin Estados Unidos, Kiev piensa que Rusia la fagocitará.
Pero el proceso parece irreversible respecto a estos puntos:
- Ucrania deberá ceder definitivamente territorio; los ex oblast de Jersón, Zaporozhie, Donetsk y Lugansk, incorporados vía referendo a la Federación Rusa el 30 de septiembre de 2022, tras la firma de tratados por parte de Vladimir Putin en el Kremlin.
- Ucrania deberá reconocer definitivamente a la península de Crimea como territorio ruso, anexionada oportunamente el 18 de marzo de 2014.
- Ucrania no será miembro de la OTAN.
- Estados Unidos no dará garantías de seguridad a Ucrania.
- Ni las fuerzas armadas estadounidenses ni de la OTAN participarán en ninguna misión de mantenimiento de paz en Ucrania.
Y como cereza en el postre, ha llegado el tiempo de la Conferencia de Seguridad de Múnich, que siempre se ha destacado por anunciar puntos de inflexión en la geopolítica global.
El 10 de febrero de 2007, un joven presidente ruso, Vladimir Putin, expuso su discurso profético (y disruptivo) en donde anunciaba que si Occidente no mermaba su política de hegemonismo asfixiante, la multipolaridad se abriría paso de alguna manera u otra:
Al notar en este mandatario ruso una evidente diferencia con el domesticado Boris Yeltsin, la respuesta de la Anglosfera fue declarar la independencia de Kosovo (17 de febrero de 2008, cercenada de Serbia) y darle la membresía exprés a Ucrania y Georgia “sin fecha concreta”, mientras se aprobaba la adhesión para 2009 de Albania y Croacia (Cumbre OTAN de Bucarest, abril de 2008). Esto trajo el reconocimiento de Abjasia y Osetia del Sur como “”repúblicas autónomas” por parte de Rusia, hecho que derivó en la guerra ruso-georgiana de agosto de 2008, en mi opinión, la primera línea roja de Putin al expansionismo occidental.
Ya desde el 2007, Putin insistía “en el carácter universal e indivisible de la seguridad, el principio básico de que la seguridad para uno es seguridad para todos”, llave de las “nuevas” negociaciones según Moscú.
También en una Conferencia de Múnich, el 18 de febrero de 2022, Volodimir Zelenski, ante el aplauso generalizado de la colmena occidental, declaró que rompería con el Tratado de Budapest de 1994, por el cual Ucrania se desnuclearizaba. Esto implicaba que Kiev se declararía libre de fabricar sus propios artefactos nucleares, capacidad que podría lograr rápidamente. Este hecho sin ninguna duda precipitó la Operación Militar-Especial el 24 de febrero de 2024.
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Ahora llegó el turno de un nuevo discurso disruptivo: el del vicepresidente estadounidense JD Vance, en esta 61.ª Conferencia de Múnich del año 2025. Lejos de referirse puntualmente a Ucrania, su discurso fue identitario, confirmando que Europa —bajo estas formas—, no tiene cabida en las discusiones futuras sobre Ucrania por falta de entidad política.
Vance llegó a Múnich para decir que los clásicos «valores comunes» que compartían con el Viejo Continente ya no existen… porque ellos mismos los han pisoteado. Justamente en Alemania, a días de las elecciones (que tendrán lugar este 23 de febrero), defendió las posiciones de Elon Musk, quien no dudó en interferir directamente en favor del AfD de Alice Weidel, y su rechazo a la multiculturalidad (de allí su alergia al wokismo).
Sostuvo: “Podemos llegar a un acuerdo razonable entre Rusia y Ucrania, también creemos que es importante que Europa tome medidas importantes en los próximos años para garantizar su propia defensa. Porque la amenaza que más me preocupa en Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo. Es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales.”
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Asimismo, Vance criticó lo que considera una característica actual europea: un retroceso de la libertad de expresión, incluso tomando prestados conceptos de (el euroasianista) Aleksander Duguin, calificándolos de «wokismo de derecha», fustigó a una élite europea considerada envejecida —y desconectada de los ciudadanos—, y llamó a los comisarios europeos «Commissars» 2 [“Me sorprendió que un excomisario europeo 3 se expresara recientemente en televisión alegrándose de que el gobierno rumano anulara unas elecciones presidenciales 4. Advirtió que, si las cosas no salían como estaba previsto, lo mismo podría ocurrir en Alemania”]. Agregó además que “los organizadores de esta conferencia prohibieron a los legisladores que representan a los partidos populistas de izquierda y derecha participar en estas conversaciones”.
¡Sin duda este es un discurso que podría haber dicho, con palabras quizás más suaves, el mismísimo Vladimir Putin! ¡Y vaya que fue reconocido —y agradecido—, por Alice Weidel! ¡Está engendrándose un tiempo de nacionalismos soberanistas! (y probablemente, la Unión Europea haya empezado un camino de salida…)
En el medio, incluso, se encargó de fustigar a los diseñadores globalistas de Davos, acusándolos de tratar a los ciudadanos del mundo como “engranajes intercambiables de una economía mundial” (agregando “si la democracia estadounidense puede sobrevivir a 10 años de reprimendas de Greta Thunberg —conocida comunicadora financiada por Soros 5 —, ustedes pueden sobrevivir a unos meses de Elon Musk”).
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Como resultado, estalló la histeria en la Unión Europea, y Frank-Walter Steinmeier (presidente de Alemania) pidió a sus “colegas” que no fueran “ciervos en los faros”, insinuando la parálisis en la que cayó el establishment europeo después de las acusaciones ¡y revelaciones! de Vance.
A la vez, el ex presidente ruso Dimitri Medvédev declaró que:
“El discurso abiertamente provocador del vicepresidente Vance ha desconcertado especialmente a los grupos antirrusos de Múnich. Debo admitir que ha aumentado sorprendentemente la temperatura. Todos esperaban de su socio las habituales cortesías diplomáticas hacia Europa, junto con comentarios sobre las declaraciones de Donald Trump sobre el fin del conflicto en Ucrania. Pero, en lugar de eso, tomó la palabra y reprendió duramente a los europeos, que en los últimos años se han perdido por completo: vuestra democracia es débil, vuestras elecciones son una basura y vuestras reglas, que violan la moral humana básica, también. ¡Y ni siquiera tienen libertad de expresión! Seguramente se lo habrían reprochado… si no fuera el jefe estadounidense. Pero como lo es, lo dejarán pasar y se tragarán con resentimiento la brutal reprimenda… Dijo la verdad. Dijo exactamente lo que es la Europa moderna. La era de esa Europa ha pasado irreversiblemente. Es débil, poco atractiva y de poca utilidad para cualquiera, excepto para sí misma.
Evidentemente, por lo que impensablemente ya se empieza a hablar, el desenlace de la guerra en Ucrania entre la OTAN/UE y la Federación Rusa tiene efectos muchísimo más profundos que una simple demarcación territorial.
Estamos hablando de una aceptación de una gobernanza global compartida, el fin del hegemonismo occidental, y con ello, un cambio de paradigma político, con nuevas re-organizaciones, lo que implicaría cierto repliegue de la OTAN y un retorno al concepto de Estado-nación por sobre el de Entidad Supranacional, una tendencia que se ha visto emerger tímidamente en Hungría y Polonia, pero ahora con más bríos en Alemania y (probablemente) Francia, elementos fundamentales de la gravitación europea. Estamos, muy probablemente, ante el punto de inflexión que determinará el fin de la masonería burocrática paneuropea.
Probablemente, y esto es una hipótesis muy aventurada, el gobierno estadounidense intenta desligarse de la UE —con quien no comparte sintonía ideológica y la considera parasitaria—, para apostar a una Alemania fuerte, con un ámbito de influencia propio, que junto a Rusia y ellos mismos, puedan confrontar con una China que se encarama como la gran potencia mundial en el marco de la IV Revolución Industrial, no solamente por su vanguardia tecnológica, sino por sus economías de escala (y costos competitivos). Así, con un acercamiento germano-ruso —paradójicamente lo que quiso evitar la guerra en Ucrania—, pero bajo una égida norteamericana, podría sumar peso específico para torcer el proceso de desdolarización impulsado por Moscú (en BRICS), la asociación estratégica integral euroasiática (el triángulo China-Rusia-Irán, la telurocracia tan temida por Zbigniew Brzezinski) y un bloque político-económico diseñado para poner freno a las importaciones chinas pagadas por el dutch disease 6 (como dice Emmanuel Todd), la fábrica de dólares estadounidense, que es su bendición y a la vez su perdición.
Definitivamente, la guerra en Ucrania cierra el ciclo iniciado en 1990 con la reunificación alemana y las olas expansionistas aprovechadas tras el colapso soviético y la debacle rusa (durante Yeltsin), como así también la caída del Estado de Bienestar, con la colateral globalización capitalista.
Empieza a darse, entonces, un proceso inverso, de des-globalización, impulsado, esta vez, no desde la periferia, sino desde los países centrales. Estados Unidos pretende recuperar su nación, bajo axiomas tradicionales. Invita a Europa (especialmente a Alemania) a seguirlo. El modelo, paradójicamente, es el ruso.
No sin resistencias (por supuesto), el acuerdo de paz que le dará la victoria política a Rusia en el conflicto parteaguas de Ucrania, implicará un reordenamiento geopolítico de primer orden. Esto recién empieza…
(Por: Christian Cirilli/Tomado de su blog La Visión)
- Esto me confirma en algún punto, más allá de las lógicas preocupaciones que implicaría una guerra desatada en Oriente Medio, que Rusia se ha instalado como un representante iraní frente al representante hebreo que es Estados Unidos, lo cual, a la vez, me lleva a mi hipótesis del «Momento Suez» donde cada cual atiende su juego. ↩︎
- El término inglés commissar es la transliteración del ruso комисса́р (komissar) y significa «comisario». Se refiere a los comisarios políticos soviéticos o a los comisarios del pueblo (ministros). Tomado del francés «commissaire», este título existe en Rusia desde Pedro el Grande. Aquí, el vicepresidente de los Estados Unidos parece retomar la retórica desarrollada por Orbán y el PiS polaco, que ven en Bruselas la capital de una nueva Unión Soviética y en los comisarios europeos nuevos agentes imperiales. . ↩︎
- Se refiere a Thierry Breton. ↩︎
- El 4 de diciembre, los servicios secretos rumanos supuestamente recolectaron información que acusaba que «más de 100 influencers (con un total de 8 millones de seguidores) fueron manipulados y movilizados para promover la figura de Georgescu». También se habría llevado a cabo una financiación ilegal masiva de forma sistemática y oculta para apoyar la campaña de Călin Georgescu. El informe señala: «Rusia ha inundado el espacio informativo con relatos divisivos y favorables a vectores (personas o formaciones políticas) que comparten puntos de vista cercanos al Kremlin (extremistas, nacionalistas, populistas, figuras políticas antisistema, etc.)». Acto seguido: el Tribunal Supremo rumano anuló los resultados de la primera vuelta electoral, declarando que había que volver a empezar todo el proceso. De esto hablé en mi artículo «La “injerencia rusa” oculta la injerencia atlantista: el caso rumano». ↩︎
- Esto es una nota agregada mía. ↩︎
- La «enfermedad holandesa», también conocida como la «maldición de los recursos naturales», a menudo se la asocia con el petróleo o el gas. La abundancia de un recurso natural hace que se favorezca el monocultivo y se desincentiven otros sectores de la economía. Estados Unidos, según Todd, padece de una «super-enfermedad holandesa»: el dólar. Producir la moneda mundial a un costo mínimo o nulo hace que todas las actividades que no sean la creación de dinero no resulten rentables, y por lo tanto, sean poco atractivas. Esto explicaría (no de manera absoluta) la tendencia hacia la financiarización de la economía estadounidense, y asimismo, el creciente peso de la deuda pública por acción de constantes déficits en la balanza comercial. ↩︎