Aunque desde la distancia la torre del Central Jesús Rabí no muestra señales de actividad, en su interior se vive por estos días una batalla campal para domeñar los pesados hierros de una industria precisada a extraer de la caña el jugo suficiente para la producción de 16 700 toneladas de azúcar.
Como viejo adagio azucarero, todos reconocen que el éxito de la actual campaña dependerá de la etapa de reparación y, si bien desde la lejanía aún se espera por el pitazo inicial, desde septiembre los hombres y mujeres inmersos en este vital proceso no conocen de descanso ni asueto.
Al traspasar una de las entradas de la instalación, el ajetreo se hace perceptible con el continuo ir y venir de operarios, soldadores y obreros en general, quienes comparten el mismo convencimiento de Jorge Luis Bregio Bejerano, director de la Empresa Azucarera Jesús Sablón Moreno, quien marca la arrancada para finales de este mes de diciembre.
Los tropiezos han sido incontables. Sin embargo, a diferencia de zafras anteriores, sí han contado con los insumos necesarios para la óptima reparación, aunque también han sufrido las afectaciones eléctricas y la falta de combustible para el traslado de las fuerzas.
Pero el semblante de este colectivo no muestra contrariedad, más bien certidumbre y optimismo, sobre todo cuando ha logrado restarle días a la etapa de reparación, con una labor sostenida de jornadas de 24 horas distribuidas en dos turnos detrabajo.
En las áreas decisivas donde se determina la vitalidad y funcionamiento del central, ya ha culminado el grueso de las acciones, y solo restan detalles para declararlas óptimas y listas para la arrancada definitiva.
Advierte Bregio Bejerano que ya se instalaron los cincos molinos y se laboró en su lubricación y enfriamiento.
Los hornos cuentan con la leña suficiente y, de un momento a otro, entrarán en calor; algo similar sucederá en el área de las casas de calderas, donde se trabaja arduamente en la recuperación de la estructura tras la caída de un vaso que no comprometerá la puesta en marcha de la industria.
La demora del lubricante necesario ha creado tensión, pero se espera el arribo gradual de este insumo.
A pocos centímetros de una gran armazón de metal, el joven Renier Suárez, jefe de área de basculador y molino, supervisa e interviene en la labor de sus hombres, asumiendo el mismo esfuerzo que sus compañeros, al operar piezas que pueden alcanzar hasta varias toneladas de peso.
Con sus 30 años, a lo sumo, ya ha dedicado 10 a las labores azucareras, justo en un espacio de importancia vital para el central. Aunque le llamen mecánica bruta por la dimensión de cada aditamento, la precisión es de milímetros, lo que complejiza las acciones.
“Es una área linda pero, bastante trabajosa. Digo ‘linda’ porque, al iniciar la molienda, cada parámetro de eficiencia, como la poll en bagazo o el poco tiempo perdido por rotura, determina la efectividad de los cinco meses de trabajo previo. Es un trabajo de mucho esfuerzo físico, muy complicado, de mucho peso.
“Terminamos zafra en julio; luego, norma técnica hace la limpieza y desarme y, sobre septiembre, comenzaron los trabajos de reparación. Se ha trabajado doble turnos de 12 horas, tratando de acortar el tiempo de las reparaciones”, explica el joven especialista.
Tras la realización de la prueba eléctrica en vacío para “afinar los hierros”, como se dice en argot azucarero, se realiza una prueba con caña. Del resultado de este proceso se decreta la fecha de inicio de la zafra.
“Aunque todos los períodos de reparación son tensos, esta en particular se ha caracterizado por la dedicación del personal, las buenas condiciones técnicas, lo que permitirá una campaña superior a la pasada.
A varios metros de Renier se halla Roberto Linares Cardenal, mecánico de molinos. Tal parece que presume de su longeva edad, al observársele subido en una de las masas del molino. Sube con agilidad, como si sus 77 años de vida no le hubieran menguado su anatomía.
Él es una especie de símbolo en el interior del Rabí. Es de los cincuentenarios trabajadores azucareros que permanecen en pie, batallando. “Cuando estos hierros empiezan a moverse, se siente una alegría tremenda, a uno le cambia hasta el estado de ánimo, porque al comenzar la molienda es cuando se ve el resultado de lo que hicimos.
“La labor ha sido dura, pero para el trabajador azucarero eso es costumbre. La etapa previa a la arrancada es forzosa, se trabajan muchas horas, comenzamos en la mañana y nos sorprende la salida del sol entre el golpeteo del metal y el chisporroteo de las máquinas de soldar”.
Hazañas como la de Renier y Roberto se escriben diariamente en el Central Jesús Rabí, y muchas veces desde el total anonimato. No obstante las vicisitudes, el empeño por iniciar la zafra y que al pueblo llegue el azúcar es mucho mayor, y tan determinante como el arte de dominar los pesados hierros de la industria y echarlos a andar.