Odiseo, para llegar a Ítaca, necesita sobrepasar diversas islas. En cada una de ellas le espera un desafío diferente: el Señor Nadie, el cíclope, que pierde la visión por su testarudez; Circe, la mujer que exterioriza el animal que llevan por dentro los hombres; Escila y Caribdis, que nos muestra que hay ciertas situaciones en que no tienes hacia dónde virarte y, por último, al llegar a casa, enfrentarse con los pretendientes de la ultrapaciente Penélope.
Homero nos regala un relato épico que nos habla de los tres conflictos principales de los hombres: su lucha contra la sociedad, la naturaleza y los dioses. Cuba, como Odiseo, ha sobrepasado muchas islas, unas detrás de otra; quizá no se traslade en el espacio, como una galera, pero sí en el tiempo, y en cada época debe superar diversas coyunturas.
La épica forma parte imprescindible de la idiosincrasia de los pueblos. Necesitamos creernos que podemos vencer a la inmensidad. Tal vez el momento, cuando se comprendió este principio y se aplicó de manera más efectiva, resultó con el triunfo de la Revolución. Fidel, un maestro en lo que a comunicación se refiere, posibilitó crear toda una mística con la causa de Cuba.
Éramos una Ítaca, un trozo de tierra en el mar, que luchaba contra un viejo imperio, con muchos caballos de fuerza, con mucho fuego griego, con muchas dracmas en sus arcas. Resistimos embates y embates, como el peñasco donde las sirenas esperan a los marineros.
Entonces, emergieron las consignas: «Patria o muerte», porque aquí todo está en juego, hasta la sangre; «Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla», y se te eriza la piel y te dan deseos de montarte en el cuatro bocas más cercano.
A todo este discurso heroico lo apoyaban -por supuesto- productos culturales, íconos fotográficos como el Che claroscuro de Korda, o el Fidel que se lanza del tanque de la victoria. En la literatura tenemos el realismo socialista, y en la música: «llegó el Comandante y mandó a parar».
De a poco, se construyó un ideal colectivo, la visión del hombre nuevo, de la misma forma en que después de la Revolución francesa los súbditos se convirtieron en ciudadanos. Sin embargo, mucho pasó. Pasó la caída del muro de Berlín. Pasó el Período Especial y el desmerengamiento del socialismo real. Pasó el dólar. Ocurrió la vejez -inevitable- que le obligó a dejar su cargo y luego su muerte. Pasó la llegada de la unimente de Internet.
Ítaca no era la misma Ítaca de la que Odiseo llegó en el 59. Había demasiados cíclopes que de repente se transformaron en Nadie —les cuesta ver la necesidad ajena—, demasiados hombres que andan con su animalidad suelta sin necesidad de Circes, demasiados pretendientes a nuevos ricos; y Escila y Caribdis parecen más difíciles de superar que nunca.
Asimismo, cambiaron los dioses, la sociedad —de lo analógico a lo digital, de lo bipolar a lo unipolar—; y la Naturaleza irascible y caprichosa siguió con sus perretas de ciclones y terremotos.
Por tanto, la épica también debió cambiar. No sucedió que los viejos enemigos hayan desaparecido. Ahí siguen. No obstante, el cansancio de navegar de isla en isla, sin saber a dónde llegaríamos y cuál sería la próxima prueba, cobró factura. La gran batalla de supervivencia de un país se redujo a las cuatro paredes de una casa. Aún se pelea por grandes causas, no obstante, también para ver cómo se llega a mañana.
Desde lo comunicativo, muchos códigos que se utilizaron desde el 60 hasta el 80 y buena parte de los 90 quedaron obsoletos, porque no estaban acordes a la realidad inmediata. Mas, estos quedaron tan escritos con el cincel de la repetición en los manuales de mármol, que ha costado abandonarlos. Si no se renuevan estos o se crean otros, ajustados a los contextos actuales, sencillamente, desvirtuaremos lo que nos queda de épica y no podremos aprovechar el legado simbólico que nos heredaron.
Tampoco se podrá sumar a jóvenes que dominan otros lenguajes. Odiseo, cuando llegó a su destino, estaba cansado, después de 10 años de guerra y 20 de travesía en alta mar, y necesitó el hombro de Telémaco para descansar del salitre y el polvo.
Mientras exista Ítaca solicitaremos de la épica. Somos una mínima tierra en un océano inmenso. Debemos pensar que podremos encarar la inmensidad y que, cuando Penélope termine su bordado, donde cosió nuestro futuro, será una hermosa historia de resistencia.
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