“¿Ese es tu papá? ¿Pero no estaba muerto?”, preguntó sorprendido el adolescente a su amigo de años. Cómo es posible que no supiera de la existencia del padre, si llevaban tanto tiempo compartiendo en las aulas, en el parque y hasta en la casa, juegos electrónicos o estudios para exámenes finales.
Quizá se debía a que Alejandro tenía un hermetismo muy particular en su personalidad, por el que prefería intercambiar sobre videojuegos o chicas antes que sobre temáticas familiares. De todas maneras, era demasiado extraño que aquel adolescente no mencionara ni una sola vez una frase relacionada con la figura paterna. Pero sí, era su papá, solo que cuando se divorció de la madre tal parece que también lo hizo de su retoño.
Aunque parezca un caso extremo, alejado de realidades, el hecho narrado no forma parte de la ficción. Constituye apenas uno de los tantos ejemplos de padres que se distancian de sus roles y responsabilidades bajo cualquier excusa.
Unos recapacitan de su error a tiempo, mientras que otros dejan que la vida y los años hagan más estragos. Entonces, lamentablemente para ambos, el perdón se pierde en el camino.
Crecí escuchando el viejo dicho popular de que “madre es una sola, pero padre…”. Alega que solo la maternidad es irremplazable, por eso de que, ante rupturas matrimoniales, casi siempre ellas asumen la custodia total de los menores, mientras que a los padres les toca partir con sus mochilas a la espalda y sus sentimientos encontrados.
Sería injusto pensar que para todos resulta fácil abandonar a sus hijos, por las incongruencias hogareñas. Los hay “de oro”, que no ceden ante bloqueos e impedimentos para compartir espacios con el pequeño de casa, y que hasta en tiempo de cumpleaños, si es preciso, se hace doble celebración: una, puertas adentro, y la de papi en el portal.
Existen excelentes padres que acompañan desde la primera semana de vida, esa en la que un dedo queda atrapado en el ínfimo puño y, junto a él, un corazón. Padrazos que hacen maravillas con el sueldo, volviéndolo goma de mascar para satisfacer necesidades y complacer antojos, que se preocupan y ocupan de notas, que siempre tienen tiempo para aclarar una duda matemática o escuchar un problema, por más agobiante que haya sido su jornada laboral.
Pero también están los que derivan cargas sobre otros hombros, y deciden ser el padre ausente: el que olvida cumpleaños, el que se pierde los momentos importantes, el donante del espermatozoide. El que no se ha percatado aún de que tanto la maternidad como la paternidad son insustituibles y, por demás, un privilegio. Ese que no comprende que, pequeños o grandes, todos necesitamos a papá.
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