A Lourdes la conocí de nombre cuando apenas cursaba décimo grado, por boca de los profesores de la Vocacional, sobre todo por el ya desaparecido Pedro Sánchez. La vida después se encargó de que la conociese personalmente, pues, cuando se tiene alguna duda en Matemática en el reparto Armando Mestre, te recomiendan a Lourdes.
Años más tarde, nos reencontramos en la parada de los coches, en espera de que pasara la guagua de Cupet; ella, para poder llegar puntual a su escuela, y yo para ir a la Universidad.
Pero quién diría que en ese metro con casi 60 centímetros de altura se esconden 49 años de docencia, con una infinidad de anécdotas, y sobre todo una mente y un corazón que viven perpetuamente en el aula. Por algo se retiró y recontrató, porque las paredes de su casa no podrían contener a esta pedagoga, veterana en explicar fórmulas y logaritmos a los jóvenes.
Lourdes Mondejar Alonso es una de esas educadoras que vive por y para enseñar. Una profesora de carácter fuerte, con la que tienes que estudiar con pecho y alma, porque no se le escapa una. No obstante, con esa fiereza ante el estudio, te demuestra cariño y empatía. Una mujer que aboga por la superación, sin importar la edad, todo conocimiento es válido y necesario.
Hija de las matemáticas, una asignatura a la que le tiene total devoción. Pilar del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Carlos Marx, de Matanzas, institución que fue su casa por más de dos décadas, para luego seguir con tiza en mano en el Preuniversitario José Luis Dubrocq, labor que no ha interrumpido, a pesar de sus 67 años de edad.
─¿Hace cuánto tiempo se desempeña como profesora?
—Hace casi 50 años, comencé en el destacamento pedagógico, en el segundo contingente del curso 7374. Estuve los dos primeros años en Jagüey Grande; cuando terminé segundo, mi papá tuvo un accidente en el que perdió la mitad de un pie y tuve que venir para Matanzas. Luego, empecé en el Pedagógico, hice los seis años por dirigido y fui a trabajar en la Facultad Julio Antonio Mella, actualmente, el Pre, donde pasé mi primera década laboral. Ahí terminé, me hice licenciada y me gradué como la mejor del año.
“Después, hubo un llamado para empezar a trabajar en la Carlos Marx, cuando se convierte en IPVCE. En aquel momento, los maestros teníamos que hacer un grupo de pruebas y yo me presenté. Fui seleccionada y me ubicaron en la unidad 3, de las cuatro que existían, y a los dos o tres años comencé como jefa de Cátedra de esa misma unidad. Estuve en ese cargo hasta que desaparecieron las unidades de estudios.
“Me mantuve en la Vocacional hasta el 2010; un año más tarde me incorporé al IPU José Luis Dubrocq. Desde que entré ahí hasta hoy, solo he trabajado la preparación de ingreso en 12 grado”.
─¿Cómo surge la pasión por los números?
—En la primaria. Cuando terminé el sexto grado, fui seleccionada en el municipio de Matanzas por ser el primer expediente para irme a la Lenin. Mi papá no me dejó porque era una niña. A mí lo que me gustaba era el mundo de las ciencias. Bueno, en Química me sé todos los compuestos; sin embargo, Física no me gusta tanto.
─¿Qué significa el IPVCE Carlos Marx para usted?
—Significa 25 años de mi vida. Nosotros los matemáticos éramos muy unidos, llegamos a ser más de 50 en la escuela, y en mi departamento 16, todos excelentes. Vivíamos allí, dábamos 11 turnos diarios, trabajábamos sábado y domingo, íbamos al campo con los niños; aquello era una familia. Mis amistades queridas son de ese lugar.
“Allí crecí como profesional. Los docentes pasamos seis meses en La Habana, en una facultad de superación que nos dio un nivel muy grande, porque aprendimos mucho. La cantidad de posgrados no te los puedo contar, en la Vocacional se hacían cuatro al año; la escuela obligaba a los maestros a superarse, sobre todo Fermín, que era jefe de cátedra. Y bueno, luego me hice máster en Matemática Numérica.
“La relación con los estudiantes fue bella. Eran tan competitivos que llegaban al punto de contar los cien que tenían en el trabajo de control y salir por los otros grupos a ver cuál era el que más acumulaba. Recuerdo una vez, durante la etapa en que todavía los matanceros permanecían becados, eran de décimo grado. Ellos empezaban a protestar un poquito cuando les ponía muchos ejercicios y todos los días yo sentía que los contaban, hasta que dije para mis adentros que ellos no iban a contar más. Al día siguiente, les puse como tarea un epígrafe con todos sus ejercicios completos; tuvieron que llenar casi una libreta en una noche. Nunca más contaron.
“Hace unas semanas, me llama por la tarde un grupo que se graduó hace 21 años. Estaban en una fiesta en Varadero Había llegado uno que estaba afuera, para reencontrarse, y ellos diciendo que van a hacer otra para llevar a la vieja”.
─¿Para usted las Matemáticas son las verdaderas enemigas del estudiante?
—Tienes que demostrarle al estudiante la matemática de la vida. Existen miles de ejemplos, te voy a poner uno. ¿Qué es el puente Canímar?, una parábola en contracción. Pero también, por ejemplo, la función exponencial de dos a la x es una ameba.
“Con esos ejemplos, el alumno ve que la asignatura no está fuera del mundo, que tiene miles de aplicaciones. Hay que motivarlos, no ver los números y las ecuaciones como un monstruo, demostrarle y llevarle ejemplos de la vida cotidiana.
“El profesor debe tener paciencia. Hacerle saber a ese joven que todo se puede, nunca
decirle que es imposible”.
─ ¿Qué es lo que le apasiona de la profesión?
—En primer lugar, los resultados que uno obtiene; y en segundo, lugar cuando te ven y te dicen “profe” y tú no te acuerdas ni del nombre; pero ellos son capaces de recordar toda la vida lo que tú hiciste. En el 2010, un año complejo, en Matanzas casi nadie aprobó la prueba de ingreso y se realizó una segunda vuelta; entonces, llega a mis manos Randy.
“Este muchacho era alumno del Enrique Hart. Llegó a la Vocacional porque estábamos dando repasos, y le dijo a Pedro Sánchez que quería entrar al repaso de Lourdes. Pedro le respondió que no podía mandar a más nadie, porque el aula estaba repleta. Ese muchacho se me paró en la puerta y me dijo: ‘Profe, yo quiero ser profesional, pero dicen que usted no me deja entrar’. Le respondí: ‘Coge una silla y entra, que tú vas a ser profesional’. Randy aprobó, hoy en día es un hombre y viene a verme todos los 4 de enero, que es mi cumpleaños, y reafirma que cuánto ha logrado es gracias a mí”.
─¿Cambiaría de trabajo?
—No. No me concibo haciendo otra cosa. Me gusta ser maestra y enseñar. Mientras tenga capacidad y fuerza, yo estaré en un aula.