Generalmente los maestros son quienes ven crecer a sus alumnos, pero a veces la situación puede ser al revés. Así sucedió con Yaima Villavicencio Rodríguez. Mi yo de 13 años nunca pensaría que años más tarde sería la directora de la secundaria en la que estudié.
La conocí en el 2016. Mi grupo era de esos que “se las traía” de verdad. Nos la presentaron como nuestra profesora de Química y la guía de ese revoltoso octavo 3. Tenía mucha paciencia con los adolescentes, pero con un timbre de voz muy fuerte, era difícil no escuchar sus advertencias en el medio del pasillo.
La observas y pareciese que los años que lleva de docencia son ínfimos pero la realidad es que ya son 24. La experiencia y el amor por el magisterio fluyen por sus venas y, si hablamos de la pasión por la Química, diríamos que fue una asignatura que la marcó a una muy corta edad, y no se visualiza en ningún lado que no sea impartiéndola.
Es de las tantas profesoras que posee Enrique Betancourt que entrega cuerpo y alma, para estar todos los días en la escuela, puntual; no importa la distancia o las circunstancias, a las siete de la mañana ya está cruzando la reja de la que considera su segunda casa. Debido a eso y mucho más me alegró que accediera a esta entrevista, para poder contar su historia, porque en esa institución existen grandes maestras, y Yaima las refleja a cada una de ellas.
─¿Cómo inició su historia en el magisterio y con la Química?
—Cuando terminé noveno grado, decidí ir al pre pedagógico, porque no quería irme para la Vocacional, no me gustaba. Una vez en el pre, me enamoré de la profesión. Después de que terminé el 12 grado, hice las pruebas de ingreso y las de aptitud para entrar al pedagógico. Y lo logré, en la carrera de Química; y en el 2005 me gradué de la licenciatura junto a mi hija, que tenía apenas cuatro meses.
“Mi amor por la Química surge gracias a un profesor que me marcó cuando yo estaba en décimo grado. Fue la única asignatura que suspendí en todo mi tiempo de estudio; en un inicio, como estudiante, me costaba mucho esfuerzo, pero eso fue lo que hizo que me enamorara de ella”.
─¿Por qué la secundaria Enrique Betancourt?
—Después de hacer mi primer año de práctica docente en el antiguo José Luis Dubrocq, que ahora es el pre pero antes era una secundaria, vine para acá, la Enrique Betancourt. Realicé el resto de los años de mis prácticas, que eran tres, y me quedé aquí; ya de eso hace 23 años.
“Son miles las razones por las que he permanecido aquí: la gente, la escuela, el tiempo, el amor que uno le llega a tener al centro. En un principio, vivía en el Naranjal Norte, después me mudé para Los Mangos; actualmente, llevo ocho años viviendo en Guanábana y me levanto a las 4:30 de la mañana para venir, y no me arrepiento.
“En esta escuela todos somos familia, los más antiguos y los que entran nuevos, que son muy poquitos. Llevamos mucho tiempo trabajando juntos, existen muy pocas personas que han salido, y los que se fueron mantienen el contacto con todas nosotras. Enrique Betancourt atrapa, porque tiene un colectivo excelente, tanto en lo personal como en lo profesional; nos ayudamos muchísimo en las buenas, en las malas y en las regulares, en las que vienen y en las que vendrán”.
─¿La enseñanza secundaria es una de las más complicadas de todas, cuál es la razón por la que nunca ha cambiado de enseñanza?
—Me encanta el trabajo con los adolescentes. Tú logras con ellos cosas buenas o cosas malas, y al comprenderlos te enamoras de su vida y entiendes cada una de las acciones que hacen. Prefiero los estudiantes de secundaria que los alumnos de primaria. De siempre he considerado que es la enseñanza más difícil, porque ni son niños ni son adultos, y como mismo te hacen cosas de adultos te hacen cosas de niños.
“Además, en todos estos años de docencia es imposible decirte que no haya existido ningún grupo que me marcara, por el contrario. Recuerdo un noveno 2 que logró sacarme de todo, de que yo fuera fuerte y a veces tuviera que pasarle la mano. Un grupo 4, porque hubo un tiempo en que los llevábamos, cogíamos desde séptimo hasta noveno, y cada uno tenía sus características, pero me enseñaron muchísimo.
“Un estudiante que me dejó una huella fue Yuldre Antonio, no está en el país, pero el trabajo con él fue fuerte, era hiperactivo, sin embargo, muy inteligente y cariñoso. Era de los bastante intranquilos, pero, cuando tú te ponías a trabajar con él, hacías maravillas.
“Ellos se van, pero regresan con la nostalgia de ver su escuela. Muchos son doctores, enfermeros, periodistas, y donde quiera que me ven, me saludan”.
─¿Cómo le fue posible afrontar los retos de la carrera y ahora con el desafío de ser directora?
—Al comenzar mi labor como educadora, tuve mucho apoyo familiar, de mi mamá, fundamentalmente. Ella estuvo conmigo hasta que terminé y me gradué, al igual que mi padre, mis abuelos. Siempre estuve acompañada.
“Y en esta nueva faena tuve un gran ejemplo, Arianna. Ella, como directora, me enseñó muchísimo y ahora tengo que seguir aprendiendo, porque ya la escuela y la comunidad me las conozco”.
─¿Alguna vez ha querido renunciar?
—Nunca, siempre decía que cuando mis hijos culminaran noveno grado terminaría con la secundaria. Ya cada uno cogió su rumbo, la niña estudia Comunicación Social y el varón cumple con el Servicio, en camino hacia la universidad. Los dos salieron de aquí hace tres o cuatro años, y todavía estoy aquí y parece que seguiré.
─¿Qué le dirías a la Yaima joven que apenas transitaba por el camino de la docencia?
—No te arrepentirás nunca de lo que acabas de hacer. La profesión la escogiste bien, sigue adelante. Quizás al principio con un poco de dificultades, pero p′alante.