Fidel, el corazón de una Isla en medio del mar
El 26 de noviembre de 2016 el pueblo de Cuba despertó con una impactante noticia: había partido el día 25 hacia la eternidad el Comandante en Jefe, el líder innato, el padre de muchos, el amigo de tantos…. El hombre cuya dimensión estremecía y que fue al mismo tiempo idolatrado por millones y odiado por quienes nunca alcanzaron a entender la grandeza de su espíritu.
Me atrevo a asegurar que pocos silencios en la historia de Cuba han sido tan desgarradores y profundos como el de aquellos días cuando su cuerpo reducido a cenizas recorrió el gran caimán. La Isla a la que devolvió su independencia y soberanía, en la que forjó una Revolución que dignificó a su pueblo y le restituyó la esperanza de volver a confiar, luego de tanta miseria y tortura.
No había manera de no sentir la partida de un ser como él, al que pareciera no quedarle justo ningún calificativo, porque sus hazañas lo precedían y ante cualquier injusticia ahí estaba para “arrancar de cuajo la mala hierba”, no sin antes dejar una enseñanza, una lección. Por eso en muchas bocas pululaba la frase: “Si Fidel lo supiera…”
Y creo que justo ahí radica la grandeza de su figura: Fidel siempre fue ejemplo. Nunca pidió nada que no fuera capaz de hacer él primero. Precisamente su actuar consecuente lo llevó a asaltar el Moncada y estar en la primera línea de fuego; a denunciar en su alegato de autodefensa conocido como La Historia me Absolverá la situación precaria en que vivía el pueblo de Cuba, al mismo tiempo que esbozaba su programa de acciones, una vez triunfara la Revolución.
Cuando se habla de Fidel es imposible no remontarse a la Sierra donde se convirtió en estratega militar y guerrillero, no verlo entrando triunfante en La Habana en los primeros días de enero de 1959, encima de un tanque en Girón o imaginarlo intranquilo, pero seguro, en los tensos días de la Crisis de Octubre.
Es el mismo Fidel que despidió a las víctimas del crimen de Barbados y que nos enseñó que cuando un “pueblo enérgico y viril llora la injusticia tiembla”. Ese que previó la caída del campo socialista y trazó las más ingeniosas estrategias para recuperar una economía mellada y dependiente durante los crudos años del Período Especial.
Es el Fidel que salió a la calle cuando las “cosas se pusieron feas en el 94”, el que burló más de 600 atentados, el que comió codo con codo la misma comida que los demás en una escuela al campo. El mismo que en el Aula Magna de la Universidad de La Habana dijo que ningún enemigo desde fuera podría destruirnos, solo podrían acabar con la Revolución nuestros propios errores.
El Comandante en Jefe se preocupó tanto por el medioambiente como por crear un polo científico, un ejército de médicos o por hacer producir la tierra, porque nada le fue ajeno y supo lo mismo del microbio que de la nube. Su principal legado fue el humanismo de su pensamiento que tradujo en solidaridad, creación y amor por Cuba.
La magnitud de su obra y de su estirpe es incuestionable, incluso, sus enemigos más acérrimos no han podido ocultar la grandeza de sus ideas que convirtieron a Cuba en referente de los principales movimientos progresistas de América Latina y el mundo.
Por eso, cuando se habla de Fidel el corazón de los cubanos dignos se estremece y achica y no puede ser de otra forma, al recordar al hombre que justo un 25 de noviembre de 1956 inició junto a otros valerosos expedicionarios la travesía que le daría la libertad absoluta a esta Isla en el medio del mar.