El Cinematógrafo: La Sustancia

El Cinematógrafo: La Sustancia
El Cinematógrafo: La Sustancia

La Sustancia explora sin límites la mutilación cultural a que ha sido sometido el cuerpo femenino de forma ininterrumpida y cambiante durante toda la historia de la raza humana. El patriarcado, que, adueñándose de los centros de poder, y por consiguiente los medios de comunicación, ha convertido a la mujer en un artículo de venta. Su cara, senos, nalgas, curvas, pies, cejas, pelo, todo se convierte en la base sobre la que la directora, Coralie Fargeat concibe esta body horror que más que encasillarse en dicho género, utiliza su metodología en partes específicas y en el último tramo del film.

Demi Moore coprotagoniza esta historia macabra a lo Dr. Jekyll y Mr. Hyde situándose ante la cámara como Elisabeth, una actriz ganadora de todos los premios imaginables (incluido el Oscar) caída en desgracia en medio de las gigantescas palmeras de un Los Ángeles que renueva su plantel femenino de estrellas constantemente. La sustancia, ahora como producto farmacéutico, es un kit quirúrgico que la hace transmutar a una versión más joven de sí misma: Sue, chica interpretada por Margaret Qualley, quien protagoniza escenas tan eróticas como incómodas.

La propuesta es directa, sensual, rítmica, sangrienta; pareciera un anuncio de dos horas ideado no para vender la belleza superficial que ya estamos acostumbrados a ver, sino la decadencia del cuerpo humano: proceso natural que ha sido maquillado por los círculos de poder del espectáculo y el glamour. Como protagonistas de este crimen pasional y generacional tenemos a la industria fílmica y del Streaming que desechan actrices como si fueran cigarrillos fumados.

El diablo está en los detalles y quizás por eso se hace uso de planos tan cerrados que convierten la exageración mímica y rimbombante de los personajes masculinos en figuras llenas de libertad. Mientras, el más mínimo detalle de la cara de Moore es explotado, se maximiza su imperfección; cada arruga se convierte en un brochazo accidental a lo que alguna vez fue una pintura perfecta. Es una Norma Desmond del siglo XXI, una has been en un mundo liderado por showmen.

Fargeat relaciona el cuerpo de la mujer con la mercantilización, una metáfora que le viene como anillo al dedo a un género (el terror corporal) que casi siempre utiliza la deformación como elemento narrativo; en este caso es la reformación corporal lo que permite redactar la película. La Sustancia llega a ser el preludio de una pornografía que nunca ocurre en pantalla, pero sí en la mente de los espectadores. La inherente sensualidad que emana el joven cuerpo de Qualley hace contraste inmediato con el de Moore, quien se atreve a mostrarse tal y como es a sus 61 años de edad.

La película funciona como una reinterpretación de El Retrato de Dorian Gray, donde la Elisabeth del pasado es un recordatorio de lo que ha perdido la Elisabeth del presente.

Vestigios de una leyenda del séptimo arte como Sunset Boulevard y algunos elementos de películas de David Lynch se fusionan para dar paso a La Sustancia, que describe a la perfección el mayor pecado que puede hacer una mujer en el mundo del espectáculo: envejecer. La locura de la estrella olvidada, Norma Desmond, sirve como punto de partida de una producción que hace homenajes directos a la filmografía de Stanley Kubrick (tanto al principio como al final) y expulsa del frame lo que toma prestado de Billy Wider para complementar con la dualidad chica/actriz que propondría Lynch con su enigmática Mulholland Drive y la deformación de su Hombre Elefante.

Si bien Barbie planteaba una visión demasiado satírica y absurda de los hombres, La Sustancia hace todo lo contrario. No generaliza o sesga al género masculino, pero sí representa a un determinado grupo. Productores y directores de programas de televisión que encuentran en Qualley lo que perdieron en Moore. Un cuerpo joven, fitness, todo está donde tiene que estar; esto se traduce en un aumento en los índices de audiencia. Por la seriedad con que se abordan aquí las injusticias de género es que considero que la verdadera Barbie feminista demoró demasiado en llegar, y lo hizo desde Francia, no Estados Unidos.

Margaret Qualley se convierte en un intruso vampírico que deslumbra a la vez que pervierte.

Susan Sontag en sus escritos ensayísticos de Contra la Interpretación dejaba muy en claro que el crítico de cine no debe revelar nunca la película al espectador, ya que se rompe el verdadero significado de la obra. En La Sustancia siempre ha sido más que evidente qué se critica. La palabra transgresor se queda muy corta como calificativo de este neo Saló que no necesita coprofagia para incomodar (y no tengo nada en contra de Pasolini). La escena en que una docena de hombres investiga el cuerpo semi desnudo de Qualley en busca de alguna imperfección es la menor dosis de terror que se experimenta durante el transcurso del film.

El hombre como brazo fuerte y la mujer como herramienta, esa es la primicia, el pitch. El desenmascaramiento de evidentes abusos de poder dentro de las industrias del entretenimiento: música, cine, televisión, comerciales, shows, Instagram; ¡necesitamos muchachas delgadas de entre 18 y 30 años! Queremos que vendan los trajes de baño que tan minuciosamente hemos confeccionado para ellas. ¿Has engordado un poco, cariño? Ponlas en un traje de baño, ¡Claro que las puedes tocar, es su trabajo! ¡inspecciónalas! ¿quieres un rato a solas con ella?, lo podemos arreglar. Más tarde vamos a tomarnos unos tragos en mi habitación, ¿vienes?

Las actrices en el estreno de La Sustancia en el Festival de Cine de Cannes.

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Sobre el autor: Mario César Fiallo Díaz

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