Hablando sobre el Matador
En estos días más allá de lo habitual -apagones, el precio de los alimentos, los asuntos del corazón- un tema ha cobrado auge en los quicios, en los mostradores de las cafeterías, en el muro de los malecones, en las sillas de la mesa del comedor: el disparo en la cabeza que recibió el reguetonero cubano José Manuel Carbajal Zaldívar (El Taiguer) hace unos días en Miami.
El pasado jueves en la mañana lo encontraron casi muerto en un todoterreno negro con una herida de bala en su frente. Lo trasladaron a un hospital lo más pronto posible, pero por lo sensible del traumatismo su vida corre peligro y, si lograra salvarse, quedaría con secuelas en sus funciones cerebrales bastante severas.
Aún no se ha dado una explicación a cabalidad sobre lo sucedido. Al principio, incluso, se habló de un intento de suicidio; pero al ser esto descartado, es probable que el atentado ocurrió por un ajuste de cuentas, relacionado con lo que no resulta un secreto: la adicción a las drogas del cantante y el vínculo con toda la violencia que rodea este mundo.
Miles de seguidores del artista en redes sociales, y en sobremesas donde se beben un «laguer» por el Taiguer, han expuesto su apoyo y sus bendiciones. Ocurre lo mismo en esta Cuba que en la otra, la de la emigración. Muchos se han acercado al centro médico donde está internado a orar o sencillamente a demostrar su solidaridad.
Vilipendiado por unos y vaticinado como moda pasajera por otros, el reguetón desde finales de los 90 y principio de los 2000 se ha vuelto un fenómeno de masas dentro de la Isla. Han querido enterrarlo a lo «underground» cuando se ha apoderado de la escena, digamos oficialmente establecida, pero como viene de ahí, de lo «underground», sabe cómo moverse y reproducirse en ese ambiente.
Entonces, se ha convertido en la expresión de varias generaciones de cubanos. Tal vez no sea el producto cultural más puro o liberador, pero sí uno de los más cercanos a la población. Este éxito se ha trasladado también a sus exponentes, sobre todo a aquellos que han logrado mantenerse en un mundo tan fluctuante, de gloria pasajera.
Más de una personalidad de la cultura cubana ha muerto en los últimos tiempos, desde el Premio Nacional de Literatura Antón Arrufat hasta la compositora Marta Valdés, esta hace bastante poco. Si su pérdida resultó un golpe fuerte para la espiritualidad nacional, no se reflejó igual en ese consciente colectivo que llamamos «la calle»; al contrario de quien perteneció a la agrupación Los desiguales, o de Daniel Alejandro Muñoz Borrego del duo Yomil y El Dany, fallecido unos años atrás de una afección cardiovascular, que se han vuelto fenómenos populares, duela o no.
En verdad, respecto a lo sucedido con El Taiguer, a la prominencia de la víctima se suma el morbo y el misterio de cómo ocurrió -el balazo en el cráneo, la manera en que lo hallaron-, y la falta de certeza de si sobrevivirá o no. No obstante, el hecho forma parte de casi todas las conversaciones casuales, de diálogos intrascendentes; en los que se especula sobre culpables y causas, y se preocupan por el estado de salud del artista.
El intérprete de «Habla, matador» también nos recuerda la existencia de dos Cubas, la de adentro y la de afuera; y, a diferencia de otro de sus pares, no quiso renunciar a ninguna de las dos, a pesar de trabas ideológicas o campañas de hate. Eso se nota en diversas presentaciones ofrecidas en la Isla, aunque resida en los Estados Unidos. Ello también se traduce en que seguidores suyos de ambas orillas muestran su respeto y dicen que la cultura, en su expresión más amplia, funciona como un puente elevado entre las dos.
Solo queda esperar por nuevas noticias sobre el progreso del Taiguer, si ese fino hilo que nos separa de la nada se rompe o no, porque, más allá de la circunstancia o profesiones, una vida es una vida y, por tanto, contiene en sí lo sagrado. Si bien le pesa a algunos, parte de un pueblo vela por la salud de uno de sus ídolos, no el más moralmente adecuado, pero un ídolo al fin y al cabo.