Mientras algunos se preparan para dormir el sueño de los rectos y los puros, Fátima realiza sus últimos toques para lanzarse a la noche. Las niñas buenas se cepillan el pelo, una y otra vez, para que no sea nido de pájaros y ella acomoda su peluca.
En lo que los precavidos se lavan los dientes, de arriba a abajo, de abajo a arriba, y sin olvidar las encías, ella se pinta los labios, se esparce el carmín de una comisura a la otra y tal vez le lance un beso al espejo. Las señoras se embadurnan en cremas hidratantes y contra las arrugas y ella termina de delinearse los ojos, de sombrearse los párpados, ella va a jugarse su piel.
Fátima trabaja, cuando los otros duermen, cuando la oscuridad la protege como el manto de una Virgen. Muchos prefieren ignorar que anda por ahí, como un pecado, y por eso la arrinconan en la noche.
Quizás en darle un poco de luz a todas las que han esquivado en la madrugada – los faros de un automóvil que al pasar rasante por la calle las salva por un momento de la oscuridad, como perros nocturnos que les brillan los ojos – se encuentre la grandeza de «Fátima o el Parque de la Fraternidad».
Esta puesta en escena de Mefisto Teatro, basada en la obra homónima de Miguel Barnet, se presentó este sábado en el Café Teatro Biscuit en la ciudad de Matanzas.
El unipersonal de Ray Cruz nos trajo de regreso a este personaje incongruente, como lo son los buenos personajes, en una función íntima adaptada al pequeño escenario de la sala de teatro- cabaret en un costado del Parque de la Libertad.
El actor se apropia de Fátima, la exprime, la vacía, la zarandea. Se nota en la gestualidad acusada donde se entrevé esa hiperfeminización que utilizan los travestis como una forma de amainar lo torpe y tosco de lo masculino. También se percibe en la inflexión de la voz para evitar los tonos graves. Incluso se pavonea de su éxito en la mimesis al cantar viejos boleros o al modelar con sus tacones en el tablado. Recuerda a cierta película noventera de Pedro Almódovar.
En lo dramático muestra un registro desde lo simpático costumbrista – incluso juega con los códigos homofóbicos como una manera de ridiculizarlos – hasta lo trágico visceral de quien el escenario constituye un sitio para desnudarse, para despellejarse ( para jugarse la piel), para abrirse en canal.
La mezcla de estas dos facetas, que si se equilibran mal pudieran restarle seriedad e impacto a la puesta en escena, logran al contrario dejar entrever a una personalidad que utiliza el humor como mecanismo de defensa. Es el último chiste del ahogado; el vals de los ahorcados que se irá de este mundo en medio de un baile.
El nombre Fátima proviene del árabe y significa única. Tal vez ahí esté el encanto de esta creación de Barnet que Ray se apropia y toma como suya.
Es cabaretera en el sentido de quien se dirige hacia la noche como si fuera el altar de los secretos. Tal vez por ello en el mínimo escenario del Biscuit se le notaba a su aire, como si no pudiera estar en otro lado que no fuera entre tragos y gente que saca a pasear sus mejores cobas. Muestra una espiritualidad hermosa, de vírgenes dadivosas y celestiales y orishas agradecidos y humanos, que limpian, por así decirlo, un cuerpo obligado a mancillarse para sobrevivir.
Fátima resulta única y a la misma vez no. De ahí surge su valor artístico, del supramensaje que debe poseer un hecho cultural para trascender y no ser solo un entretenimiento vistoso, pero que sucede en silencio, como el vuelo de las lechuzas.
En los rincones de la sociedad, abundan las Fátimas. Los Manolos que reniegan de su nombre de albañil; los que su biología les queda chiquita para expresarse; los que los padres lanzaron a las calles como si fueran un televisor defectuoso que no pueden devolver a la tienda; los que algunos piensan que como el cuento de Medusa si los miras a los ojos te convertirán en blanda gelatina; los que a veces no les queda más remedio que sumergirse en la marginalidad para ganarse los frijoles y el detergente para lavar sus medias pantys; los apartados, los inconformes.
En los últimos tiempos, de los noventa para acá, la sociedad cubana dejó un poco atrás ese mutismo machista con el tema de la homosexualidad y la transexualidad. Desde entonces hemos visto más de un personaje parecido desfilar por el cine y el teatro, no todos felices u originales, como puede suceder con cualquier creación. Fátima gracias a los contrastes, a ese relato íntimo que va en paralelo con el contexto de un país logra imponerse. Fátima será inmortal mientras la necesitemos para quebrar todos los silencios y cuando ello suceda quizás aún no podamos deshacernos de ella.
Ella rondará por el Parque de la Fraternidad, cerca de una ceiba sagrada donde las ofrendas de fe por un cambio dan fuerza al árbol; pero este sábado se presentó en una esquina del Parque de la Libertad, donde la estatua de una mujer rompe sus cadenas y enseña las tetas como un reto a todos los ofendidos.
Según los franceses para concluir esa triada de lo humano, después de la Fraternidad y la Libertad solo faltaría la Igualdad. Ella, la única, con sus chistes verdes, con su llanto violeta por la sombra de ojos corrida, con su palabra roja manchada de creyón nos lo recuerda eso una y otra vez.