Un par de horas en la cima. Fotos: Keily Rodríguez Vargas
Ayer subí a Monserrate, después de mucho tiempo. Allá arriba el aire es más puro, o al menos sigo sintiéndolo así. Quizá no sea una propiedad exclusiva de ahí, sino de los espacios naturales a los que la gente no suele acudir en tropel. Incluso en los más recurridos, siempre hay algún horario en que la soledad te recibe con una calma inversa a cuando se multiplican los visitantes.
El caso es que, a esas alturas del suelo matancero, los problemas se empequeñecen en la distancia que separa del resto del llano mundo. Por eso, periódicamente, dan ganas de volver, así sea a tumbarse a merced de los insectos y la paz, a la sombra de un árbol. Una postal en primera persona, sin fotógrafo ni cartulina.
A cambio de esos instantes incomparables, si se pretende llegar a pie, es preciso superar una serie de obstáculos: la dura loma, la sed, el sudor que arde en los ojos, burlar la lejanía sin desgastar las suelas… Y, sobre todo, uno que a veces puede tornarse más difícil que los anteriores: el tiempo.
No hablo del clima, que también. Porque arriesgarse a subir con un nubarroncito cercano ya es tener osadía, lo mismo que con el sol y sus ultravioletas a toda marcha. Me refiero al tiempo libre, ese privilegio tan inexistente; y a que alcance para darnos el capricho. Para limitarnos, aunque sea un par de horas, a Monserrate y sus contornos.
De un lado, el magnánimo valle del Yumurí. De otro, la hormigueante ciudad de Matanzas. Qué privilegiada colocación le concedió la naturaleza a esa cima con ermita y despeñaderos, verdor al fondo y celeste en la cúpula que la corona. Me pregunto si los humanos, al surcarla, no pareceremos intrusos a ojos de las aves que la sobrevuelan.
Todo esto, en fin, no son más que reflexiones que le salen a uno de la nada, como ronchas por picadas de santanicas, a la sombra de Monserrate. Tendido sobre su hierba, parado en sus muros, contemplando lo que solo te ofrece esa cumbre.
Cada vez que uno desciende de vuelta al hogar, ya transpirado el agotamiento y relajadas las piernas, dan ganas de escribir una redacción como de primaria. Que empiece más o menos así: “Ayer subí a Monserrate, después de mucho tiempo. Allá arriba el aire es más puro…”.