Marco Antonio y los secretos del vidrio

Marco Antonio y los secretos del vidrio
Marco Antonio y los secretos del vidrio. Fotos: De la autora

Por más que se empeña en dejarse barba para lucir mayor el rostro juvenil de Marco Antonio Rodríguez Rivera delata que apenas pasa los 20 años, aunque por la seriedad que asume su trabajo bien pudiera pensarse que se trata de un quincuagenario. 

Asegura que a los 12, a regañadientes, comenzó a adentrarse en el mundo del vidrio, cuando su papá, un cristalero del municipio de Perico, le imaginó fiel defensor de su legado, quizás por esa visión que tienen los padres de ver más allá de los ojos y vaticinar el futuro. Transcurridos dos años, ya hacía sus montajes.

Marco Antonio y los secretos del vidrio

“Al principio no me gustaba mucho, de hecho, recuerdo decirle que ni loco seguía sus pasos. Lo que quería era estudiar y logré hacer el duodécimo grado. Pero después me fui ‘enganchando’ y ahora mismo ya no me imagino sin esto.

“Trabajo todo lo relacionado con cristales: marcos, cuadros, puertas, ventanas, peceras y dentro de la artesanía he hecho cotorras usando varios colores y hasta una bocina. Sí, una bocina ¡y eso no es cualquier cosa! Hasta he montado cristales en hoteles, como en el Tuxpan, de Varadero”.

La profesionalidad de Marcos se denota desde el contacto previo en las redes sociales por donde asegura le localizan la mayoría de los clientes potenciales. Allí toma el encargo, hurga en sus dimensiones y muestra su catálogo de cristales que van desde lisos hasta rugosos de color ámbar.

“Siempre tengo trabajo todos los días: lo mismo estoy picando en el taller que en proceso de montaje en algún lugar. Hay personas que me buscan para cortar espejos. Hace un tiempo por medio de un contrato con un fotógrafo montaba cuadros de quinceañeras.

“También me dedico a hacer rejas, sin embargo el cristal me gusta mucho más, y no es tan sensible como parece, pero cuando te adaptas a trabajarlo lo haces con naturalidad, como si fuese un pedazo de hierro.

“El trabajo más difícil en ocho años ha sido el primero que hice solo, sin mi papá al lado. Ese principio me costó porque estaba adaptado a hacerlo todo con él. Juntos, él era el que invertía, buscaba los clientes y yo era su ayudante. Cuando empecé tuve que aprender hasta cómo tratar a las personas, consciente de que las cosas no podían salir mal. Ser tan joven no siempre es bueno, porque los clientes pueden pensar que no eres responsable, que no seas lo suficientemente bueno para asumir la tarea”.

Marco Antonio y los secretos del vidrio

Envueltos en cartón y perfectamente amarrados con cordeles, los cristales viajan desde Perico hasta el destino final, agrupados por las diferentes medidas que previamente fueron tomadas. “Lo más difícil y lo que menos me gusta es picar los cristales, porque debes medir varias veces para sacarle el mayor provecho posible a la hoja. Lo más fácil es empaquetar, algo que no deja de ser importante porque si no lo haces bien en el traslado se pueden romper.

“Tenía a mi hermano de ayudante, pero él prefiere las rejas. Cuando son trabajos grandes se conversa con el cliente, sobre todo si se realizan en lugares distantes, para quedarme allí. En algunos la premura implica apenas dormir, y me agarran a las seis de la mañana en el montaje.

“En esto hay que tener paciencia, porque los platos rotos siempre los pago yo. ¿Te imaginas que vaya a Cienfuegos y en el trayecto se me rompa el cristal? Esto lleva su paso, y la velocidad no es una buena aliada. Aunque la práctica te da destreza nunca te debes confiar. Si en un baño recién enchapado se te cae un cristal puedes partir una losa y debes reponer lo roto”.

Marco Antonio y los secretos del vidrio

En su rutina hay tres cosas que no pueden faltar: la música de fondo que lo mismo suena a Beret, Arjona que al más moderno de los trap; el agua en demasía; y algún que otro cigarrillo que intercala entre las extensas horas de quehacer.

“Este desempeño lleva precisión y mucha responsabilidad. El vidrio no es peligroso cuando lo tienes picado así, pequeño, pero es diferente en el taller donde una plancha mide 2.50 X 1.83 metros, y debes trasladarla de un lugar a otro. Sería desde que llega bajarla con una grúa, de ahí moverla hacia adentro del local, y luego ponerla sobre la mesa, para entonces empezar a cortar.

“El problema es que ese vidrio puede tener un ‘pelo’, o sea, así se le dice al cristal cuando se golpea en una esquina y se abre una boquita hacia arriba. Si cargando la plancha no te das cuenta y haces ese esfuerzo hacia arriba, se parte. Ahí no hay solución, tienes que dejar que se rompa y no intentar salvarla, porque te vas a lesionar y las heridas nunca son pequeñas. Tuve la amarga experiencia de mirar a un hombre mientras perdía la mano.

“Estuve inmerso en un accidente laboral donde no salí herido yo, pero sí mi papá. Estaba debajo del cristal de una ventana que estábamos poniendo, y una corriente de aire lo tumbó. Por la forma en que cayó solo le hizo una herida discreta en la cabeza, si hubiese sido en otra posición quizás no viviera.

“Al material no se le debe temer, sino respetar. Me protejo con guantes. En las manos la lana de vidrio no molesta tanto, sin embargo si estoy sin camisa sí se vuelve incómoda, porque pica”.

Marco Antonio y los secretos del vidrio

Quien le ve con su pulóver del pato Lukas, Silvestre y el demonio de Tasmania, su aspecto aniñado y su jocosidad constante, no imagina que Marcos pueda alcanzar la excelencia en su desempeño como cristalero.

“Soy perfeccionista. Considero que si voy a hacer algo, y a pasar trabajo, que sea para hacerlo bien. En ese sentido me considero exigente conmigo mismo.

“He asumido encargos desde el municipio de Sandino, en Pinar del Río, hasta el poblado de Manacas, en Villa Clara. Pronto estaré por Cienfuegos. Los clientes me contactan por las redes. El oficio de cristalero es poco común, pero una vez que lo asumes te atrapa y de qué manera”.

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