En ningún caso debía el 26 de Julio, según Frank, concertar pactos que sirvieran políticamente a otros, y no implicaran una ayuda efectiva para desarrollar la insurrección: «(…) nunca hemos estado reacios a ningún acuerdo (…) siempre que sea efectivo, que tenga resultados prácticos, ya saben allá lo que necesitamos. Ahora quisiera saber, en realidad, qué es lo que persiguen los auténticos. Lo que sí no podemos hacer es conversar, hablar y hablar perdiendo el tiempo en diplomacias, mientras allá en la Sierra el Dr. Fidel Castro y nuestros bravos compañeros sufren mil penalidades y enfrentan la muerte diariamente».
Hacia el exilio había partido el 8 de julio Léster Rodríguez, como Delegado del Movimiento 26 de Julio, con la misión de unificar los grupos del Movimiento en la emigración, y organizar la compra y envío de suministros bélicos. Esta tarea incluía reunirse con los auténticos y otros sectores insurreccionales para llegar a acuerdos que permitieran asistir con armas, dinero y recursos a las fuerzas rebeldes del 26 de Julio que combatían en Cuba.
Cuando estalló la huelga de inicios de agosto de 1957, a raíz del asesinato de Frank, sobrevino una crisis en las gestiones de unidad que se desarrollaban en el exilio. En ese contexto climático, cuando la intervención coordinada de todos podía resultar decisiva para la caída del régimen, se puso a prueba la real voluntad y disposición de cada uno de aportar a la causa insurreccional. Indignado por la noticia del asesinato del joven dirigente, Fidel había escrito a Celia Sánchez el 31 de julio: «¡Ha llegado la hora de exigir a todo el mundo que haga algo!¡Ha llegado la hora de exigirles a todo el que se dice revolucionario, a todo el que se dice oposicionista, a todo el que se llame persona digna y decente, sea cual fuere la institución, partido u organización a que pertenezca! ¡Basta ya de gentes que se crucen de brazos esperando que otros mueran y hagan todos los sacrificios!» En Miami, Léster convocó a auténticos y al Directorio a una reunión de urgencia para actuar de inmediato. El contenido y los resultados del encuentro fueron informados luego por el Delegado del Movimiento 26 de Julio a su Dirección Nacional:
«…propuse que se utilizaran todos los efectivos que se tenían de una manera inmediata y que intentáramos decidir el problema cubano de una vez. P. [Prío] contestó que él no tenía el suficiente efectivo como para realizar una cosa que resultara victoriosa, y que creía que aceptar mi planteamiento era una locura. A todo esto le contesté que cuando él considerara que lo tenía todo listo para zarpar me avisara, para entonces poder hablar de posibles pactos, pero que mientras tanto me hiciera el favor de dejarme trabajar a mí, y por tanto a lo que yo represento dentro del Movimiento 26 de Julio con entera independencia».
De esta manera, quedaban rotas por el momento las posibilidades de un acuerdo. Si la imputación era cierta en el caso de los auténticos, no sucedía lo mismo con el Directorio Revolucionario. A pesar de no contar con material bélico abundante, sus combatientes en la Isla tomaron parte en las acciones de apoyo a la Huelga General el 5 de agosto, fecha señalada para extender a La Habana la paralización de actividades que desde hacía varias jornadas vivían la provincia de Oriente y otras zonas del país. Ese día realizaron sabotajes y ocuparon una estación de radio para transmitir la convocatoria a la huelga.
Al no poder extenderse a La Habana, cuyo aporte la habría tornado definitiva, el Movimiento 26 de Julio tuvo que desconvocar la huelga en Oriente entre el 6 y el 7 de agosto. En su sacrificio, Frank estuvo a punto de vencer a la dictadura. No llegó a conseguirlo, pero en opinión de René Ramos Latour, Daniel, su sustituto en la jefatura nacional de Acción y Sabotaje, «la enorme conmoción que se produjo ha enseñado al régimen nuestro poder (…) Nos hemos colocado en condiciones de acelerar todos los trabajos a fin de darle la batalla final a la tiranía en un futuro mucho más próximo».
Con la formidable huelga general desatada tras conocerse la noticia de su asesinato, y la multitudinaria manifestación de dolor que acompañó su sepelio, Frank parecía seguir ganando batallas al régimen aun después de muerto. Su caída representó una irreparable pérdida, no solo para el Movimiento 26 de Julio y la insurrección, que se quedaban sin su líder clandestino más brillante y capaz, sino también para todo el pueblo cubano.
«Tenemos que llegar para hacer justicia», escribió Frank un mes antes de su muerte. Solo haciéndola, a 67 años del derramamiento de su sangre generosa, será permanente la victoria de Frank.