Juan: una historia entre ríos y mar

Juan Duquesne Cárdenas conoce a las aguas como a la palma de su mano, da igual si son de río o de mar. Aunque ya con sus 86 años no se adentra en ellas sí le siguen aportando sustento. 

Juan Duquesne Cárdenas conoce a las aguas como a la palma de su mano, da igual si son de río o de mar. Aunque ya con sus 86 años no se adentra en ellas sí le siguen aportando sustento. 

Desde hace un tiempo las herramientas de trabajo del longevo pescador pasaron de ser atarrayas, nasas y palangres a cuchillos, una rústica mesa en medio del platanal en la base de pescadores de la bajada de San Luis, y un par de cubetas donde lo mismo se enjuagan que se descongelan pescados.

Cada jornada, sea lunes o domingo, viene desde muy cerca del Combinado, en el matancero Naranjal Norte, a ese espacio que se ha vuelto su segunda casa y donde alega que tiene hasta otra familia. Cada jornada “limpia” uno, dos, tres… pescados y entre escama y escama, de vez en cuando, deja escapar su historia…

VIVIR ENTRE OLAS

Desde niño mis padres y mi tío trabajaban en la Planta Juraguá, allá en Cienfuegos, cuando aquello estaba muy mala la cosa, y mi papá se mudó con toda la familia para Matanzas. En la calle San Juan de Dios ·#113 consiguió un cuarto y el trabajo en la plantación Henequenera. Yo lo ayudaba, pero ganaba muy poco y a los 13 años y un poquito vine pa acá y dormía en una nave como esa.

Miguelito Camargo me dijo que le cuidara el barco. Un buen día se le ocurrió decir: “¡Vamo´ negro, vamo´ a pescar!” Y así fue como empecé a acercarme al mar.

En la Plaza viendo a un viejito hacer jamos aprendí a crear los míos. El primero no lo hice bien, el segundo tampoco, pero le fui cogiendo la vuelta fijándome bien. Pescaba camarones con crucetas, y se los vendía a los chinos que tenían una fonda cerca. 

Con mi sudor me hice de un ranchito a orillas del San Juan y poco a poco me acomodé. La vida del pescador es una vida sana, lo que hay es que aprender a pescar y pasar mala noche. 

Tenía una lanchita, una nave como esa que ves, de cubierta, pero con techo. A los 26 años, cuando termino de estudiar para capitán, me dan un barco y ahí estuve un chorro de años trabajando. Fui en Matanzas el mejor productor, cogía más toneladas que los demás. ¿El secreto? Los artes de pesca que hacía, las que aprendí a tejer. 

Yo dirigía la pesca y también echaba los palangres y enseñaba a los compañeros a hacer un tranque, un trasmallo… La nasa se echa a una distancia una de otra y se le pone la carnada dentro. A los dos días la sacaba llena de pescado: emperadores, aguja, atún… No pescaba cerquita, me iba para Caibarién por Cayo Sal, que es un estrecho que yo palangreaba.  

Navegaba con cartas marinas, tenía brújula y compás. Sabía ubicarme bien. A mi tripulación los mandaba a veces a dormir, y los dejaba “refrescar”, porque el mar puede ser agotador, pero también les enseñaba cómo navegar por si en un determinado momento me enfermara supieran qué hacer. 

El barco contaba con 63 pies de largo. Le echaba 100 piedras de hielo a la nevera y estábamos 10 días pescando. Desembarcábamos por el puerto de la base de Milanés final. Veníamos pa acá, cogíamos cinco de descanso, nos suministrábamos de petróleo, agua y hielo y salíamos de nuevo. Llevábamos comida para más de 10 días, porque eso era el mínimo que nos pasábamos.

Cuando venía el tiempo malo nos metíamos detrás de la cayería. Un tiempo malo en altamar se pone feo, pero más feo fue cuando estábamos preparando condiciones para venir para casa y mercenarios nos tirotearon en Cayo Sal…

ABRIL DUELE

Invocar el pasado se siente como dedo en llaga: hurgar en los días difíciles de aquel abril, en cuánto sufrieron quienes hoy ya no están, en la tortuosa incertidumbre de no saber si habrá un mañana.  

El 6 de abril de 1976 dos barcos pesqueros: Ferro 119 y Ferro 123, fueron atacados por lanchas piratas procedentes de la Florida causando la muerte a Bienvenido Mauriz y graves daños a las embarcaciones. Fue el mismo año de la bomba en la embajada cubana en Portugal, y de 73 personas inocentes perdiendo la vida en un vuelo desde Barbados. Duele demasiado 1976..      

“Esos asesinos intentaban vengarse por la victoria de Playa Girón. Me tirotearon en el banco de Bahamas y quedé herido. El barco me lo hundieron y tuve que coger un chapín, un botecito plástico, junto a la tripulación que eran cinco. Nos recogió un yatecito americano que venía de la Florida”.

La voz se entrecorta. Las escamas dejan de saltar por un momento, como si el cepillo que hasta hace unos segundos las desprendía bruscamente, esta vez las acariciase. El río atrapa la fija mirada del pescador, en la que se proyecta el dolor que por décadas se ha mantenido incauto en los adentros. Pensar en metrallas, sangre y pérdidas estando en medio de la nada eriza y oprime el pecho de hasta el más insensible.  

 “Luis Orlando, Osvaldo San Martín y yo fuimos para el hospital porque teníamos esquirlas y el niño que yo estaba enseñando, de 23 años, que mejoró, pero tiempo después falleció a consecuencia de una esquirla que tenía en el medio del pecho.

“Estuve siete meses ingresado y no contaban con la vida mía. Estaba el team médico de Fidel en la cabecera. Ese Fidel vino con Raúl y Esteban Lazo a Punta Hicacos a verme, oye y que el Comandante no salía del hospital, ¡pa arriba y pa abajo haciéndole preguntas a los médicos! Y yo de muerte. Mis piernas eran un jamón, tenía cantidad de metralla en ellas”.

La congelación del pescado sacado de redes el día anterior parecía indomable al filo del cuchillo y los improvisados dientes metálicos del cepillo de escamar, pero no más que las balas de aquel 6 de abril ¡Y ni ellas pudieron doblegarlo! Juan voltea el pargo de ocho libras y jala de sus agallas con poca fuerza, mas sobrada destreza. Enseñan en demasía 70 años entre aguas.

“Después de salir del hospital trabajé ocho años en el turismo”— acota— pero para mí era aburrido ir en un Ferrocemento desde el puente de Canímar hasta Versalles. A mí lo que me gustaba era pescar— y mientras lo dice una sonrisa se dibuja entre los pliegues del rostro al que se le nota el paso de los años y cuánto le ha curtido el sol. 

“En el 2000 me jubilé. De la cooperativa de aquí llevaron unos barcos para Puerto Escondido y estuve en Cárdenas trabajando, pero ya me sentía agotado. Aunque en una cosa o en otra, la verdad es que no he podido parar”.

AUNQUE LOS AÑOS NO PERDONEN

Juan se empecina en burlar al almanaque. Extensión de su cuerpo se ha convertido un bastón que le ayuda a desplazarse por aquella zona de irregularidades y vaivenes situada en la margen sur del San Juan. 

El ritual allí siempre es el mismo. Tras la solicitud de un cliente el anciano se desplaza, despacio, hacia el cuartico donde guarda sus herramientas de trabajo: el cuchillo largo y afilado, el de jalar las agallas que parece un destornillador, el cepillo con dientes de hierro para las escamas… Algunas parecen tan rudimentarias como aquellas de los recolectores-cazadores-pescadores creaban con las piedras o trozos de concha y de madera que encontraban en su camino y determinaban su supervivencia. 

“Porque me gusta la pesca todavía es que me puse a hacerle esto a la gente”— y señala el pargo sobre la mesa. “Fulano, límpiame aquí”, y yo lo hago. 

“Esto no es algo nuevo para mí porque yo cuando estaba en activo evisceraba el pescado para que no se me echara a perder. A veces son más, otras menos. Los sábados y los domingos estoy hasta el mediodía, entre semana sí es hasta las 3, 4, 5… hay días en que salgo oscuro de aquí. El pesca´o  congelado es lo más difícil, sino… ¡otro gallo cantaría!”— comenta jocoso mientras le da el acabado final al último pargo de la mañana.    

El cobro es irrisorio. Tan ínfimo que nadie se lo piensa dos veces para solicitar el servicio, y tan excelente que sería difícil quedar insatisfecho. Nadie puede negarse a ayudar al pescador, noble de alma y meticuloso en el quehacer. Demasiada experiencia acumulada. Son los años: los del cuerpo y los atados al mar, los que se pulieron en academias para capitanes, los que más que mellar forjaron las balas.  

“Mis hijos no se dedican al mar. Lo de ellos es sembrar. En Boca de Camarioca tienen sus casitas, uno bien cerquita del otro, para ayudarse y tenerse. Vivo orgulloso de mis hijos. Lo de ellos es la agricultura y lo mío las aguas. 

“La verdad es que si no fuera por la pierna que tengo enferma yo todavía estuviera en el mar”.

Recomendado para usted

1 Comment

  1. Esta historia de Juan, así como otras, son de los textos que deben ser contados, a nuestros adolescentes y jóvenes, para que no quede en el olvido, de donde llega. Nuestra resistencia…Gracias Juan

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *