El tercer domingo de junio es una fecha de ausencias tanto como de presencias. A propósito de Volver y las madres, hace poco un colega insistía en este aspecto contradictorio y cómo, cuando ya no queda nada por hacer y los abrazos están rotos, el cine puede ser una saludable herramienta de reencuentro. En tal sentido, Aftersun es como el agolpamiento de recuerdos que implica revisar una foto o video de aquellas vacaciones junto al mar, cuando papá parecía ser para siempre.
Bien difícil lo tienen las televisiones y plataformas de todo el mundo cuando llega el Día de los Padres o el de las Madres. Hay que seleccionar títulos presumiblemente felices, lo que más opuesto a la tristeza parezca. Siempre habrá discrepancias entre el deseo de La vida es bella y el de Padre no hay más que uno, pero por lo general prima la opción menos dramática. Ello suele ocasionar también la emisión de propuestas lamentables, de escaso valor cinematográfico, si bien adecuadas para no amargar un día tan señalado.
Sin embargo, con Aftersun se produce un singular fenómeno. En absoluto se trata de una buena comedia que, con un poco de seriedad, tribute a los padres; más bien se apega al concepto de sólido drama que algunos pueden juzgar inadecuado para la sensibilidad mayoritaria. Aun así, siendo muy real, intensa, de las que mueven al llanto, un hálito especial la diferencia de otras experiencias similares. No es la típica película triste. Uno sale de ella transformado por dentro, inyectado de una dosis renovada de ternura. Y, sobre todo, con una noción inusualmente vívida de lo que es la paternidad. Y de lo que es el cine.
Se da el caso de que la temática está acompañada de una calidad extraordinaria, y confieso mi sorpresa al descubrirlo, estremecido ante la pantalla de mi laptop aquella madrugada en que caí bajo su hechizo. Una debutante y potente Charlotte Wells logra, a través de la historia de Calum (Paul Mescal) y su pequeña Sophie (Frankie Corio de niña, Celia Rowlson-Hall a mayor edad), uno de los pasos hacia delante más significativos que el cine mundial ha dado en las últimas temporadas.
Muy poco tiene que ver con mis otras preferidas de su año, incluyendo las más arriesgadas en narrativa y sentimiento, como sucede en todas las épocas con las contadas películas que realmente le abren caminos a su arte sin pisar en falso. Es, además, de las más emocionantes que he visto en mi vida. Tiene en su totalidad, sin guardar mayor relación, esa melancolía soleada, inaprensible, que hay en el flashback del Alas de águila de Ford. No menos eficaz es la regresión en el tiempo que nos cuenta Wells, del mismo modo que para enamorados del montaje y la caligrafía fílmica no puede ser más estimulante la mecánica con que está conseguida.
Da la impresión de que la directora sabe que existen unos aparatos llamados cámaras, hasta qué punto permiten modificar la realidad y crear una nueva, y con tacto iniciático y entrecortada osadía hace el cine por primera vez como algunos adolescentes el amor. Sin prisas y exponiéndose de a poco, vence los remilgos y reservas personales escena tras escena, como si la única forma de alcanzar un descubrimiento fuese el autodescubrimiento, a través de sus propias técnicas e ideas.
Su instinto de pionera conduce a momentos tan maduros, lúcidos y admirablemente instintivos como la observación que hace Sophie de dos hombres besándose (seguida de su expresión asimilativa, preludio de la conformación de su propia identidad sexual), justo antes de pasar a un escorzo de Calum alejándose en la noche rumbo al mar, tan inquietante como cuando Fredric March se adentra en las olas en Ha nacido una estrella; no sé por qué, pues el cine no es una ciencia exacta, pero la yuxtaposición de ambas acciones me sumerge un poco más a mí también en lo que estoy viendo, en los latidos que creo escuchar.
Uno de los principales encantos de Aftersun se encuentra en el misterio continuo que plantea. La visibilidad que tuvo en su momento bastó para reparar en su condición de obra enigmática, bastante autobiográfica por lo visto, y sobre todo en que, por lo general, su resolución conmueve sin ser demasiado explicativa. Me recuerda a las películas de Víctor Erice, otro “moderno” perfectamente compatible con los clásicos, que también ha narrado maravillas entre padres e hijas y posee esa especie de secreto para llegarnos al corazón sin que veamos su golpe venir.
La prestidigitación de autores como Erice y Wells no es que sea demasiado compleja, sino que, como los mejores magos, lo disponen todo ante nosotros sin darnos cuenta de que tenemos las respuestas enfrente.
Sucede con la conducta de Calum, para algunos consecuencia de la presión de ser padre tan joven; para otros, de una latente homosexualidad; para mí, y cada vez estoy más convencido, se debe a una progresiva enfermedad mental. SPOILER a continuación. A lo largo del metraje notamos en él conductas tan bipolares, tan sugerentemente esquizofrénicas, que en el final no puedo hallar más lógica la semejanza de su vestuario con las batas de enfermos psiquiátricos, y en la reacción desesperada de Sophie percibo la comprensible alarma de una joven dedicada al cuidado de su padre demente. En cualquier caso, que cada cual se quede con lo que su sentido cinematográfico le indique. Fin del spoiler.
Hay tal fuerza en los abrazos definitivos que da Sophie a Calum en cada etapa, niñez y juventud, que hasta editados de una manera más convencional seguirían destellando afecto. Cuesta mucho resistirse a la música de Queen y David Bowie, al bajo de Under Pressure y a la desnudez contagiosa del alma que desprende un progenitor bailando sin ataduras. Tampoco se olvida la foto de ambos en proceso de revelado, metáfora perfecta del pasado cuando se ve desde la claridad del presente y se descubre más de lo que creíamos conocer. Ni el último movimiento de cámara que enlaza a Mescal y Rowlson-Hall, unidos por el poder del lente.
En este Día de los Padres, al mío y a todos hago extensiva mi suerte y recomiendo la obra maestra de Charlotte Wells. Es en sí misma una felicitación, una oda a la abnegación del que debe educar y cuidar y querer hasta su último aliento.
Aunque no venga mal tener a mano también Padre no hay más que uno, por si las lágrimas, insisto en la pureza reconfortante de este regalo que ante todo sabrán valorar los hijos. Y todos lo somos.
Una amiga, casi una pequeña aprendiz en esto de sacar el cine que se lleva dentro, me recomendó Aftersun con fervor hace mucho tiempo. Ella me llama padre, aunque solo le saco seis años y, ahora, un océano de distancia. En fin, Gaby, que te extraño mucho.
Aprovecho esta “crítica” pasada por agua, a deshoras y sin café en mi mente, para darte las gracias. Por tus regalos de celuloide. Por ser mi hija de película.“¿Por qué no podemos darle al amor una oportunidad más?”, inquiere Freddie a los cuatro vientos desde una bocina envolvente, y Charlotte le responde. Con los planos más hermosos que una cineasta primeriza ha concedido al amor.
Ficha técnica
Título original: Aftersun; Año: 2022; País(es): Reino Unido, Estados Unidos; Guion y dirección: Charlotte Wells; Fotografía: Gregory Oke; Música: Oliver Coates; Reparto: Paul Mescal, Frankie Corio, Celia Rowlson-Hall; Duración: 101 minutos.