El Cinematógrafo: ¿Saint Maud tiene que dar miedo?

Saint Maud es una celebración del storytelling que fusiona Taxi Driver y Sunset Boulevard, y como resultado nace un filme opuesto al terror, caracterizado por sobresaltos (los llamados jump scares), una deformación a lo Guillermo del Toro, con monstruos a veces más humanos que los mismos humanos.
Saint Maud

El género del terror es quizás uno de los que más cambios ha sufrido a lo largo del tiempo, transformaciones que se traducen en películas de cualquier tipo, atmósfera o personajes. En una era donde filmar es relativamente asequible, con la facilidad de teléfonos inteligentes y equipamientos más o menos adecuados, se puede afirmar que vivimos el sueño de John Carpenter, por llamarlo de alguna forma. El cineasta dijo hace apenas unos años que nosotros la tenemos fácil, que podemos grabar cualquier cosa, que si en sus tiempos ya era difícil conseguir buenos actores y crew, peor era hacerse con una buena cámara.

De Carpenter saltamos a Scorsese, quien en los años 70 creaba una cinta que se convertiría en la piedra angular de muchas posteriores. Las ilusiones seminales y sangrientas de un conductor de taxis convirtieron a Travis Bickle en un arquetipo que trascendió a la época actual, como afirma y homenajea la obra a la que estas letras se deben. Saint Maud impregna un amor inmenso, además de su género, por los antihéroes. Es una ópera prima con alma propia, aunque este tipo de historia, la del paria que cree ser el elegido, haya sido ya contada.

Pero, ya que hablamos de Carpenter y Scorsese, ¿por qué no incluir también a Billy Wilder en la combinación? El autor de tragicomedias que fue Wilder, en ocasiones con esencia noir, también está vivo en muchas de las películas modernas, con su tono agridulce pero capaz de sacarle provecho a la vida y ver el lado menos negativo de las cosas. Haciendo un nimio reconocimiento, se pueden encontrar vestigios de su Sunset Boulevard en Saint Maud. El personaje asediado por el mundo exterior que huye, encontrándose amparado en un refugio sombrío, dominado por la sombra de alguien que alguna vez fue sinónimo de la belleza.

Silenciosa, lenta, explora el fanatismo y no teme referenciar sus influencias.

Saint Maud es una celebración del storytelling que fusiona Taxi Driver y Sunset Boulevard, y como resultado nace un filme opuesto al terror, caracterizado por sobresaltos (los llamados jump scares), una deformación a lo Guillermo del Toro, con monstruos a veces más humanos que los mismos humanos.

Otro exponente moderno sería Robert Eggers, quien hizo La bruja, El faro y El hombre del norte. ¿Sus películas dan miedo? Es una pregunta válida, porque si nos ponemos a pensarlo, no son las típicas que uno ve de madrugada para sentir exactamente eso.

Más bien son dramas que abrazan el folclore y lo transforman con las técnicas que ofrece la cinematografía. Para inquietar, La bruja se valía de su atmósfera, de la desaparición de un bebé, de una familia sumida en desgracia por culpa de su abandono a la fe, de la enfermedad y la superstición, del bosque y sus macabras posibilidades, de la sensualidad de una bruja que seduce a un niño. Repito, ¿tenía que dar miedo?

Como excelente ópera prima, la utilizo como ejemplo por esa manera incesante que tiene de incomodar a quien la ve, por su capacidad de volverse una obra de culto reciente, la intimidad que transmite, y por ser tan inaugural como Saint Maud. Para contar esta historia, por primera vez Rose Glass se coloca detrás de cámara con las actrices Morfydd Clark y Jennifer Ehle.

La enfermera Maud (Clark) tiene que cuidar a Amanda (Ehle), quien fuera antaño una bella y talentosa bailarina, a la que el cáncer ha llevado a vivir en un ostracismo a lo Norma Desmond, con recuerdos en cada rincón de su antiguo yo. El noir ha cambiado, pero sigue manteniendo alguna de sus bases, como un personaje capaz de insertarse en un ambiente cualquiera y nos descubre a alguien que pertenece a ese ambiente. Lo que antiguamente haría un policía, detective privado, hombre en fuga, ahora lo hace una enfermera fanática que, llegado el momento, se coronará a sí misma como santa.

La película rinde tributo a su género, y también a antihéroes como el Travis de Taxi Driver.

Saint Maud es silenciosa, lenta, se construye a medida que avanza. No teme a referenciar sus grandes influencias. Habla de la insatisfacción sexual inherente a la religión, a la abstinencia. Explora el fanatismo que reprime las pulsiones eróticas con violencia y penitencia. Dios se comunica con Maud rompiendo los cánones que la misma historia del celuloide ha construido. La posesión aquí no es precisamente escalofriante, sino que da indicios del deseo asesinado que yace dentro de la penitente.

¿Por qué algo de esto tiene que dar miedo? Lo mejor es cuando la recién convertida a santa se apropia de esta nueva identidad y estatus. Se hace un ser superior a todos los que la rodean, con lo cual tiene la suprema facultad de castigar a quienes no comprenden la soberanía del que está por encima. Su primera víctima no puede ser otra que su antigua empleada, símbolo además de quien fuera ella en el pasado. La nueva santa, Maud, viste una sábana sobre su joven cuerpo, se lleva de su pequeña habitación un rosario y parte en busca de almas que salvar. Nada de esto tiene que dar miedo si su función está más que justificada, y vaya que lo está. Es la película más Taxi Driver que he visto en mucho tiempo, enarbola la capacidad que tiene el paria de destilar la esencia del ser humano, y en este caso la religión no sale muy bien parada.

Sangre en los labios, segundo largometraje de la directora Rose Glass, será también analizado próximamente en El Cinematógrafo.

Ficha técnica

Título original: Saint Maud; Año: 2019; País: Reino Unido; Dirección: Rose Glass: Guion: Rose Glass; Música: Adam Janota Bzowksi; Fotografía: Ben Fordesman; Reparto: Morfydd Clark, Jennifer Ehle; Duración: 83 minutos.

(Por Mario César Fiallo Díaz)

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