El Cinematógrafo: Challengers

El Cinematógrafo: Challengers

¿Cómo pueden caber toneladas de tensión en una minúscula pelota de tenis? Bueno, Challengers lo hace posible. El autor de Llámame por tu nombre o Hasta los huesos, Luca Guadagnino, es un director que, dicho por su propia boca, no sabe nada de tenis pero sí muchísimo sobre el deseo. Y, tomando cinemafilias de cierto manchego, afirmo que la ley del deseo está en cada momento de esta película.

Guadagnino logra que su historia de amor a la tres se sienta como un juego sensual y deportivo; cada diálogo, como un saque; cada roce, un raquetazo. Sudor, lágrimas y sexo son palabras que definen muchas películas, si bien aquí demuestran cuán alejados nos estamos situando de las etiquetas sexuales para convertirnos en seres deliciosamente modernos de cuerpos prestados.

Patrick Zweig (Josh O’Connor) y Art Donaldson (Mike Feist) son unos tenistas que se conocen desde los 12 años. Durante una competencia empiezan a hablar con la talentosa Tashi Duncan (Zendaya), quien resulta atractiva a los ojos de ambos muchachos. Tanto así que le piden su teléfono, a lo cual ella les responde que quien gane un partido entre los dos como contrincantes podrá tener su número.

Entre las varias elipsis que la ficción presenta hay una donde Duncan queda lesionada de por vida, hecho que la obligaría a abandonar el deporte y dedicarse al entrenamiento de futuras estrellas, entre ellas su esposo: Art Donaldson. Tiempo después, por pura coincidencia del guión, los tres se vuelven a encontrar en un torneo de challengers: Duncan como entrenadora, y Zweig y Donaldson (nuevamente) como contrincantes.

No es una mera película deportiva. Challengers va más allá y celebra la grandilocuencia de un enfrentamiento, esta vez, en una cancha; coloca a los personajes en un contexto competitivo que refleja a la perfección sus vidas. Si El último duelo, de Ridley Scott, usaba el combate Adam Driver vs. Matt Damon como un recurso para revelar la arrogancia del patriarcado de aquella época e ignorar la denuncia de una mujer, aquí el tenis es un espacio donde las personalidades de los challengers quedan al desnudo. Este deporte no significa lo mismo para ninguno, incluso uno de ellos no está tan involucrado como el resto, hasta que…

Los diálogos llegan a convertirse en matches con paneos rápidos que convierten cada línea en una jugada. Los personajes llevan el deporte a sus vidas y, si ellos están obsesionados con él, nosotros también. La cancha es una metáfora de las relaciones que ha construido este trío. Romances, discusiones, tensiones sexuales sin resolver, una explosión de erotismo para cualquier orientación sexual: el tenis es un renglón sobre el que se escriben las palabras.

No es bueno ver Challengers soltero. Se trata de una de las películas más eróticas del momento. Me sorprende lo minucioso que puede llegar a ser el director a la hora de mostrar lo atractivo de cualquier parte del cuerpo humano. Guadagnino es capaz de convertir fácilmente un codo en el rostro de Brad Pitt.

¿Y qué decir de la comida? Esta interrelación ¿guadagninística? me hace pensar en Dionisio, el dios de la fertilidad, y sus bacanales llenas de alcohol, frutas y éxtasis, momentos donde el humo de las saunas (también hay una sauna en Challengers) huele a uvas y los cuerpos resultan confusos. Churros, plátanos, e incluso, para quien haya prestado atención al principio del film, hay melocotones, en buena cantidad; un hola a los fanáticos de Llámame por tu nombre.

Hace poco, Vidas pasadas concebía un personaje femenino enérgicamente protagónico, una mujer tentada por el pasado a destruir el presente. El personaje de Greta Lee se convierte en una pionera de esta Tashi Duncan, y un dolly in es coincidentemente el movimiento de cámara que nos acerca a cada una de ellas. En la historia de Justin Kuritzkes es la mujer quien tiene que tomar una decisión, el personaje que aparenta más control y suficiencia. Zendaya se transforma en esa seductora atleta obsesionada con el juego, cuyo peor enemigo es el estrés, y sabe cómo mover a su merced a este par de chicos blancos. Carece de filtros y utiliza el momento cumbre (en un primer instante) del film, el trío, para desmantelar la charada heteronormativa que podría tener en un primer momento la cinta. Porque a partir de ahí sube y sube ¡y sube! la temperatura. 

Siento que Guadagnino está poniendo en la relación Zweig/Donaldson (the white boys) todo lo aprendido con Llámame por tu nombre. El juego con los detalles, los close-ups, la anécdota, la paleta de colores, el tempo, la permisividad y la intimidad con la que comparten su adolescencia los convierte en estandarte homoerótico del queer cinema. Toda su relación en el film se siente como si fuera su propio Idaho privado, el chico rubio y el chico trigueño, hielo y fuego, las fichas de Tashi, los fumadores. Pero tiene que haber un conflicto, un rompimiento y una separación, dolorosa si soy honesto. Y es que Challengers es una motion picture que ya no utiliza una determinada orientación sexual para desarrollar un arco narrativo, eso es lo que menos importa; se trata de una celebración de cuán bella puede ser una obsesión (esta vez por el tenis) humana, el dedicar una vida entera a algo.

Pero por eso el final de la película es tan bueno; cada personaje se despoja de las ataduras y vive el tenis tal y como lo describiría Zendaya al principio, casi puedes llegar a sentirte muerto. Es ahí cuando la espiritualidad y la adrenalina toman el control. Un clímax en el que toda la carne está puesta en el asador, y aquí me remonto a Nolan y su máxima ‘‘No trates de entenderlo, solo vívelo’’.

¡Y qué experiencia! Antes decía que las toneladas de tensión de todo el film caben en una pelota, pero las del desenlace, cuando sientes que te elevas del asiento, esas caben en una gota de sudor.

Ficha técnica

Título original: Challengers; en España, Rivales; en Hispanoamérica, Desafiantes; Año: 2024; País: Estados Unidos; Dirección: Luca Guadagnino; Guión: Justin Kuritzkes; Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom; Música: Trent Reznor, Atticus Ross; Reparto: Zendaya, Josh O’Connor, Mike Feist; Duración: Dos horas.

(Por Mario César Fiallo Díaz)


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