Los niños no deberían saber qué es la Totaila ni la Triple M. Un niño no debe perrear hasta el suelo en la fiesta por el día del maestro de sexto grado. Las niñas no deberían parecer pequeñas damitas de discoteca con tacones de 10 centímetros, brillo liso y gangarria. Tampoco los niños deberían llevar cadenas y manillas de oro, como si necesitaran especular de haberse ganado el corazón del mercado negro. El escritor chino Lu Xin escribió una frase que me parece una advertencia y a la vez un vaticinio al respecto del tema: “Tal vez existan niños que no han comido carne de hombre. ¡Salvemos a los niños!”.
Los niños nacieron para ser felices, reza el dicho; sin embargo, quizá digamos eso, porque cuando crezcan la felicidad les resultará un concepto más difícil de aprender y ejercer. Por ello, creo que el primer deber de los adultos con los infantes, además de garantizar su integridad física y mental, es asegurar que sigan siendo niños, a pesar de todo. Ya tendrán tiempo de probar los pecados cuando sean mayores; ahorrémosles par de desengaños y vanidades.
No obstante, para alcanzar dicho propósito han de intervenir varios factores. El primero de ellos constituye el familiar, dado su rol preponderante en la crianza. En muchas ocasiones, por ejemplo: la fiesta de cumpleaños, la gente jura y promete que está dedicada a los niños; pero, después de que se pica el cake y se toman las respectivas fotos delante de él, entonces, se abren las botellas de cerveza y en la bocina que se halla a mano comienza a sonar Bebeshito, que viene con su respectiva Hacha. Será que, tras cortar Cantándole al sol, la música infantil se fue a trabajar para un club nocturno.
Muchos de los comportamientos de los chiquillos surgen a partir de la imitación. Por eso, resulta común que la niña pequeña quiera maquillarse, aunque no sepa, y termine con una sonrisa como la del Joker, o con un cuadro abstracto de creyón y delineador de ojos en el rostro. Lo negativo se halla en que los padres mismos sean quienes los arreglen y vistan así como una gracia, para poder decir: “Parece una mujercita”.
Asimismo, al incurrir en esto que se ha nombrado hiperfeminización, recalcan características sexuales propias de una persona de mayor edad, que para nada va con la inocencia que se trata de preservar en esos que aún no han degustado el sabor salado de la carne.
Se ha hablado mucho de lo último que mencioné. Sin embargo, creo que no solo sucede con las niñas, sino también con los niños. Pero aquí hablaríamos de una “hipermasculinización”. Sucede cuando le preguntan —como Titi a Bad Bunny— cuántas novias tienen o si saben lo que es una “paja” o cuando lo cargan de accesorios (relojes Invicta, cadenas del grueso de un dedo con un dije de Santa Bárbara) o ropaje, para indicar su estatus de hombre-varón-masculino.
El motivo de este texto se encuentra en cómo a veces los adultos con nuestra conducta provocamos que los menores quemen etapas; y no hablaré acerca de la imposición de roles de géneros y otros vestigios de machismo que aún permanecen en nuestra sociedad.
La escuela, como un medio importante de socialización, también interviene fuertemente en esta falsa idea de lo que significa la madurez. Se nota desde la manera en que muchos maestros se dirigen a sus estudiantes, la naturaleza de las actividades recreativas en los centros docentes, donde que dos alumnos se acoplen a bailar, pelvis contra pelvis, como si no hubiera un mañana, se percibe como una gracia.
Por último, otro elemento fundamental a tomar en cuenta son los hábitos de consumo a que se someten a través de las diferentes pantallas (teléfonos, laptops, televisores). En disímiles ocasiones se enfrentan a materiales permeados por la violencia y la erotización o con conflictos que ellos, por su poca experiencia, no entienden del todo. Esto puede ocurrir tanto en el hogar, en la escuela, como en un parque.
Los adultos andamos rancios, golpeados por la vida, a reventar de desilusiones y, más o menos, dominamos la noción de lo que somos, aunque a muchos nos falte el a dónde vamos. Los más pequeños, como un rompecabezas, arman su percepción del mundo una pieza al día: un pedazo por aquí, otro por allá. No son seres incompletos, pero sí en construcción. Si legamos desde edades tempranas, nuestros vicios, nuestras confusiones, solo lograremos contaminarlos, sumirlos en este caos que nos persigue.
En la novela de Peter Pan y Wendy, los niños viajaban al país de Nunca Jamás cuando se negaban a crecer. En la actualidad, muchas veces, ni siquiera permitimos que lleguen allá.
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