De reparto, el Armando Mestre solo tiene el nombre. Aquí no se reparten naranjas, pues son tan invisibles como los reacios a la permuta temen volverse.
La mejor definición de este barrio son varias en realidad, y me las han dado algunas personas por separado, sin saberlo. Una, hace poco me comentó que le parece un lugar lejano por el día pero cercano en la noche; otra, que en la radio sorprende la cantidad de matanceros anunciantes de permutas “para cualquier lugar” menos para ese; alguien más, que por fruto del azar llaman El Naranjal al distrito, aunque no abunda en naranjas.
En efecto, cuando se pasea por este microclima a pie de loma no se está pisando suelo lógico. Te sientes detenido en el tiempo, quizá porque lo más veloz que ves en mucho rato es una guagua más perdida que un disparo en la noche.
Bueno, y motores que por un puñado de pesos te teletransportan a tiempo para que cumplas tu deber en la ciudad, surcando las venas abiertas del asfalto serpenteante.
Nuestro idioma asocia el término “suburbio” al concepto más sórdido de marginalidad, por lo que tampoco parece apropiado recurrir a esa palabra para describir el vecindario que nos ocupa. Sin embargo, más crudos podemos ponernos los naranjaleños del sur cuando otros tardan menos en recibir los mandados o salimos premiados en apagones del día: enseguida nos autoproclamamos como la parte sobre la que Matanzas se sienta.
A pie de calle traquetean las diligencias de nuestro tiempo, mientras cargan y descargan un pasaje con cara de no importarle un asalto indio a estas alturas. Arriba, compiten entre sí las alturas del constructivismo soviético que nos queda y los postes como dardos de gigantes. En medio, fluye la vida en vertical y horizontal, de balcón a balcón, de acera en acera.
La vorágine infantil, repartida de cuadra en cuadra, desafía la arquitectura de líneas rectas que la rodea entre edificios y quioscos. Lo hace en la inconsciencia de su alborozo, mientras burla las barandas de los consultorios y corre a la desbandada en un “juego del agarrado” táctico y caótico a la vez.
La mayor parte del tiempo los ves, claro está, pero bien podrían andar escabullidos por la laguna de aguas prohibidas que separa al monte de este reducto de civilización en chancletas. Esas incursiones al verdor son ley no escrita. Los niños son el pálpito continuo de un organismo en aparente reposo, por cuyas grietas y charcas se pierden pelotas cuando el juego está en lo mejor.
Los adultos, en cambio, son una especie más tranquila. Solo alcanzan ese punto máximo de actividad si se arma una cola farmacológica, alimenticia o de transporte, cuando a la velocidad de Usain Bolt aglutinan en sus manos la llave de la casa, el dinero más exacto posible y una jaba donde echar lo ansiado antes de bajar la escalera en dos saltos de camino a la espera normada.
El hombre naranjaleño, si posee bicicleta y cierta inteligencia, desarrolla inevitablemente una resistencia pélvica encomiable, porque cuando el petróleo aprieta no hay nada mejor que entrar y salir de la comarca a lomos de su montura de dos ruedas. Y ellas, integrantes involuntarias de la legión de la compra al hombro, desde la farmacia de una punta hasta la shopping de la otra desafían la bursitis y, cuando envejecen, tienen todo el derecho del mundo a contemplar en su balcón el otoño de otras hojas.
Dicen que hagas limonada si del cielo te caen limones, pero ya decía que en El Naranjal no abundan ni siquiera las naranjas prometidas y, además, en el Armando Mestre los caídos del cielo parecemos quienes aspiramos a hacer vida más allá de él.
Por cierto, bastan varias horas de trabajo en el corazón de la urbe, un solo día fuera, un mínimo roce con lo cosmopolita y demás cosas ajenas al barrio de mi vida, para sentir pequeñez ante el mundo. Y la añoranza que da cobija, a la sombra de un coloso rectangular de cuatro o cinco pisos. (Fotos: Raúl Navarro González)
Excelente artículo felicito al autor periodista joven con futuro ,siga resaltando los lugares de nuestra ciudad ,y a la vez señalar cuando haya problemas para hecerles llegar a las visitas centrales provinciales y municipales que solución inmediata se pudieran dar para que la ciudad de mtz y demás ciudades de la prov logren el esplendor y calidad de vida que nos merecemos los matanceros
Él pedazo dé tierra que me adoptó.las calles heridas que extraño.hoy La acompaña una evidente soledad triste que aclama La ausencia dé Los que pulimos La piel dé sus calles.donde Fuy feliz y triste a la vez.el lugar feo más lindo del mundo para mí.mi naranjo.gracias por el artículo