Carga mental: la jaba sobre la cabeza
«Comprar la merienda de los niños, recordarle a papá sus medicinas, decirle a Pedro que se acabó el gas, asistir a la reunión de padres, dejar la llave abierta para que se llene el tanque». La lista de responsabilidades de cualquier mujer y madre parece infinita y no sólo comprende sus propios asuntos, sino los de muchos conviven con ella.
La carga mental que enfrentan algunas en relación con el hogar y la familia es un tema que va más allá de la ejecución de las tareas domésticas; se trata de una cuestión profundamente arraigada en las dinámicas culturales y las estructuras de poder dentro de la sociedad. Esta no solo comprende el esfuerzo físico de llevar a cabo dichas tareas, sino también la planificación, organización y gestión estratégica que estas exigen.
Para que podamos entender la real dimensión del fenómeno, no es solamente realizar las más clásicas labores: limpiar, cocinar o lavar, sino decidir cuándo y cómo asear la casa, dejar descongelando la carne que se comerá en la tarde o recorrer todos los rincones en busca de la ropa sucia antes de poner la lavadora. Ellas son las apuntadoras mentales de todo y todos.
También la gestión de la logística familiar, como el recordatorio de citas médicas, la planificación del gasto monetario, la compra de insumos necesarios para el hogar, asegurarse de que las facturas sean pagadas a tiempo, y el mantenimiento del bienestar emocional de cada miembro del clan. Este rol, en muchos casos, viene como añadido a sus propios compromisos laborales, académicos o personales.
La carga mental es invisible y silenciosa, pero también muy perjudicial para la salud. Al final, vivir con una lista infinita de cosas por hacer en la cabeza pasa factura. Muchas mujeres no logran completar el cronograma y se sienten cansadas y frustradas por no ser suficientemente eficaces, esto aumenta los niveles de estrés y ansiedad. Algunos olvidos pueden desencadenar verdaderos conflictos porque aquel al que debíamos recordarle sus obligaciones o necesidades, se arroga incluso el derecho de ofenderse.
También frena el desarrollo profesional y ascenso de las féminas en puestos de mayor responsabilidad, teniendo en cuenta que muchas no podrán ausentarse de sus hogares para asistir a cursos o eventos o sencillamente, sacar tiempo para seguir estudiando luego de ser madres. A nivel social, se refuerza por estereotipos de género que limitan la expresión plena de sus capacidades, intereses y deseos. Lo normal y esperable en la mayoría de las dinámicas de pareja es que el hombre “ayude” en casa, es decir, que haga lo que se le pide, pero sin aportar ninguna iniciativa.
Aunque la sociedad ha avanzado hacia la igualdad en muchos aspectos, esta suerte de sobreexigencia suele pasar inadvertida, quizás porque lo que no se ve pareciera que no existe. Si vamos a figurarnos la carga mental como algo físico podríamos imaginarla tal como la escultura Mujer con sombrero que adorna el viaducto yumurino, un torso femenino que equilibra sobre su cabeza una enorme jaba; así de aplastante puede ser.
Resulta imprescindible educar a las generaciones venideras en el criterio de que la responsabilidad y el compromiso con el bienestar de la familia no tienen género. Asimismo, las políticas públicas juegan un papel crucial, mediante la implementación de medidas que faciliten la conciliación de la vida dentro y fuera de casa. Un futuro más justo y equitativo solo es posible si tanto ellos como ellas son libres de perseguir sus ambiciones y contribuir de manera igualitaria en el ámbito público y en el privado.
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