El odio empantanado

Ciénaga de Zapata: Victoria de Playa Girón

Durante años la Ciénaga de Zapata fue el paraíso escamoteado por los rigores y vicisitudes de una existencia sin esperanza. Sus habitantes enfrentaban la vida como parias desde sus casuchas endebles, donde malvivían con la precariedad como único futuro cierto.

Los días transcurrían en un silencio meditabundo, presos de ese vaho denso que imprime la pobreza. 

La muerte señoreaba la región, cebándose de niños indefensos a los que les faltaban los suficientes anticuerpos para hacerle frente a la desdicha de enfermarse allí donde nunca se escuchaban términos como doctor o medicamentos. 

Las mujeres envejecían de golpe por el sufrimiento. Las arrugas prematuras surcaban sus rostros de ojos sin brillo de tanto llanto contenido por los hijos muertos antes de tiempo.

Solo el olor del horno de carbón y el humo espeso, con su olor a leña quemada que se sentía a kilómetros de distancia, marcaba el día a día de los habitantes de uno de los parajes más inhóspitos de Cuba. 

Si bien la palabra abandono no se pronunciaba ni se cuestionaba por no imaginarse otra realidad posible; ni la mención de Dios llegaba a ese rincón apartado, donde solo se conocía de labores inhumanas como cortar leña y «burrearla», o  abrir canales en medio del pantano a puro esfuerzo físico para la salida del carbón. Y como si no fuera suficiente tanto sacrificio, enfrentar el desvelo de noches enteras para evitar un boquete en el horno, que sumaría mucho más miseria a una situación ya de por sí extremadamente difícil.

Por eso la Revolución fue tan bien acogida en aquel humedal. Porque, justo desde el inicio del proceso naciente tras la llegada de los barbudos, comenzaron a incorporarse vocablos allí inconcebibles, como escuelas, cooperativas.

Como reafirmación de los nuevos tiempos transformadores, una noche buena arribó una nave aérea; por primera vez en la historia, una figura importante prefería sentarse a su mesa y compartir el pan y el vino.


Lea también

Fidel, los cenagueros y una Navidad con olor a carbón

Fidel, los cenagueros y una Navidad con olor a carbón

Ana Cristina Rodríguez Pérez – Convivir en una de las reservas boscosas más grandes de Cuba tiene su encanto. Es lograr un equilibrio entre amores y desafíos, que incluyen una flora exótica y una fauna peligrosamente atractiva…. READ MORE »


Justo cuando la luz de la ilusión se hacía intensa, descorriendo la bruma que lo cubría todo, en el momento en que una amplia gama de colores llamativos se asentaba sobre la Ciénaga de Zapata, permitiendo ver las azules aguas, los cenotes y toda la exuberancia de aquella naturaleza inigualable, que no siempre se alcanzó a ver con total nitidez, aparecieron los invasores y los niños volvieron a morir antes de tiempo.

La oscuridad, el odio y la metralla se cernían sobre el territorio sureño, pero muchos cubanos amantes de la belleza salieron en masa para defender un sueño realizable que ya tomaba forma de carretera, primero, para convertirse en hospitales y casas confortables, después.

Por esa carretera avanzaron los salvadores de la esperanza; y tras 72 horas de arrojo hicieron retroceder a los heraldos de la muerte. De esa forma el odio quedó empantanado, y desde entonces la Ciénaga de Zapata no ha dejado de florecer, mucho más en abril, cuando se evoca a Girón y la gran batalla por restituir la libertad.

Ciénaga de Zapata: Victoria de Playa Girón

Recomendado para usted

Foto del avatar

Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *