Existen varias teorías sobre el origen del nombre de Godot, el célebre personaje de la obra teatral de Samuel Beckett titulada Esperando a Godot. Una de las interpretaciones más populares refiere que el nombre alude a la palabra Dios, y su escritura en inglés God, afirmación que más de una vez su autor negó al decir que: “Si por Godot hubiera querido decir Dios, habría dicho Dios y no Godot”. En contraste con esta afirmación, el Nobel de Literatura 1969 se limitó a asegurar que el supuesto nombre derivaba del vocablo francés godillot,que en jergafrancesa significa bota.
Hace algunos días pensaba en Beckett y en esos vagabundos llamados Vladimir y Estragon, mientras esperaba un transporte para trasladarme desde el centro de la ciudad hacia mi casa. Pensaba en ellos porque si por un segundo esta famosa pieza del absurdo, en vez de estrenarse en el Theatre de Baylone, en Francia, se hubiera estrenado en el Teatro Sauto, de Matanzas, sin dudas, todos estaríamos seguros de que Godot sería una guagua, o mejor dicho, el chofer de alguna guagua. Entonces, eso sí, el drama dejaría de ser absurdo y se convertiría en una genuina pieza del realismo criollo insular.
El drama de Esperando a Godot, es el que más se representa a diario desde una punta a la otra del archipiélago cubano. Lo podemos presenciar en cada parada donde los Vladimir y Estragon se multiplican, esperando lo que nunca llega. Y quienes estoicamente esperan la aparición de Godot, desean por un segundo ser Lucky, y tener la suerte de poder embarcarse en una máquina conducida por un cruel botero de apellido Pozzo, que aunque el nombre suene a italiano, se refiere a lo profundo de sus bolsillos.
Es por ello que no resulta extraño encontrar en la literatura cubana un cuento como Lista de espera, del narrador, ensayista y guionista Arturo Arango (Manzanillo, 1955). Quién no ha pasado por una interminable fila de personas con la ilusión puesta en arribar a su destino final, casi siempre un regreso a casa. Apenas comenzar la lectura es inevitable familiarizarse con el del ‘pulóver negro’: “Serían las tres y treinta y cinco de la tarde cuando el del pulóver negro entró en el vasto salón de la lisita de espera (…)”. Así inicia las poco más de 20 páginas con las que el escritor cubano sumerge a Godot en el universo caribeño.
A la entrada de cada terminal, u oficina burocrática, debería existir un cartel con esa famosa frase con que Dante describe la entrada al infierno: “los que entráis abandonad toda esperanza”. El del pulóver negro, será el Virgilio que guiará al lector por el infierno de las terminales. Incluso, nuestro Lazarillo acostumbrado a las rutinas de los viajes interprovinciales alberga una pizca de esperanza: “Había mucha gente en el salón (…) aunque no tanta como había temido, y calculó que si eran menos de treinta en la cola a lo mejor se podía ir antes de veinticuatro horas”.
Demás está decir, que las predicciones del hombre del pulóver de negro no se cumplieron. En una lista de espera todo se resume al tiempo. ¿Qué tiempo llevo esperando? ¿Qué tiempo me queda por esperar? Así como la teoría general de la relatividad de Einstein explica por qué Matthew McConaughey en Interestelar pasa apenas unas horas en el espacio, mientras que en el planeta Tierra han pasado décadas; la propia teoría de Einstein explicaría el transcurrir del tiempo en una lista de espera.
Varias horas en el universo de las terminales significarían apenas unos minutos en la vida que transcurre más allá de las prisiones de Godot. Y esto Arturo Arango lo explota hasta el “absurdo”. Gracias a las bondades de las “leyes de la Física” nuestro hombre de negro, logra conocer a una muchacha que viaja igual que él para Manzanillo, y no es que solo la conozca, es que se enamoran, y hasta tienen un hijo, todo esto mientras esperan al que nunca llega. Sí nueve meses de embarazo en una terminal, no son igual que fuera de esta. Los personajes que pueblan el relato mientras se aferran a la llegada de la guagua, fundan comunidades cuyo nombre lo define su lugar de destino, lo que llevó a la creación de una Asamblea de Representantes Municipales que organizara el día a día en el salón.
El síndrome de la guagua que afloja, pero no para
Los personajes de Arango parecen náufragos, olvidados en una isla, que esperan ser rescatados. Hay un poco de El señor de las moscas en ese sentido, en que el misterio de la narrativa de Golding se traslada a la historia cubana. La subsistencia se convierte en el primer paso, y la psicología de los personajes del británico se ven trasladados a la de los viajeros cubanos, aunque en contextos diferentes, comparten el mismo fin, el lograr la paz en un ambiente hostil, como bien afirma el del pulóver negro: “El pánico nos puede hacer tanto daño como el hambre”.
Hay una representación cabal de la sociedad y de la condición del ser humano en Lista de espera. Allí encontramos a la madre que viaja con niños en brazos, al joven que está pasando el Servicio Militar y al universitario, a los ancianos, a los enfermos, al estafador, al revendedor, al burócrata, y al invidente. Este último al inicio de la historia pretende, a pesar de llegar al final de la cola, viajar de primero debido a su condición, lo que plantea una serie de preguntas éticas a cada uno de los miembros de la lista. La situación da un giro radical cuando se descubre que el ciego solo fingía con el fin de abordar con mayor premura, algo que no logra, reconociendo su actitud negativa ante los demás.
La pequeña área dentro de la terminal se convierte en metáfora de la vida misma. Tanto tiempo ha transcurrido, tanto se ha vivido en la dichosa lista de espera que se produce un proceso extraño cuando se llega a las postrimerías del relato: el abandono. El abandono hacia los nuevos conocidos, a esos viajeros que compartieron un momento singular, en el que conectan unos seres humanos con otros.
Cada vez que releo Lista de espera pienso en ese cuento chino que abarca mucho en tan pocas líneas, que lo comparto a continuación:
“Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el dibujo. El rey le pidió que dibujara un cangrejo. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron cinco años y el dibujo aún no estaba empezado. “Necesito otros cinco años”, dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió. Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y en un instante con un solo gesto, dibujó un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto”.
Si bien el viajero quiere llegar a su destino lo más rápido posible sin importar la perfección o no del medio de transporte, da igual si en una Diana, Girón o Yutong, con tal de llegar, el anterior cuento chino encierra mi idea, mi teorema de la espera, que es también la filosofía que Arturo Arango quiere transmitir en su relato. Lista de espera abarca más, mucho más que el reducido espacio de un salón de terminal de ómnibus. ¿Será por eso que cuando Godot no aparece y un muchacho nos hace llegar el mensaje de que no vendrá hoy pero mañana sí, nosotros firmemente esperamos aunque sabemos que nunca llegará?
(Por: Brian Pablo González Lleonart)