“El joven de brillante armadura quedó embelesado ante el paisaje del cuadro. Una doncella se trenzaba el cabello, mirando sobre el reflejo del agua, y cantaba…”. En un mundo paralelo y estupendo, justo e imposible, esta frase sería tan famosa como el “Llamadme Ismael” de Moby Dick, “En lugar de La Mancha” del Quijote o tantas variantes del Había una vez con las que hemos zapateado el orbe al calor de una lectura en voz ajena.
Sin embargo, estas palabras me han llegado a través de un producto tan aislado a nivel global como maravilloso a nivel íntimo, y hablo para los amantes de la fantasía y la lírica en delirio, o para quienes quieran formarlos desde temprana edad. Al contrario de aquellos que sigan la pista de la escritora Yanetsy Ariste y del dibujante Carlos Daniel Hernández, temo que son muchos los lectores y espectadores que aún ignoran lo que contienen estos cinco minutos de material en Youtube.
Aunque la frugalidad de las redes sociales dicte el día a día de potenciales receptores de la buena narrativa, sé de una especie que por hordas querría detenerse un ratico a abrevar fuerzas en El caballero y la novia retrato, una gema de videolibro inmune al cauce torrencial de reels y videoclips acechantes. Es la especie de aquellos que guardan a buen recaudo las lecturas de cabecera cuando les sobraba espacio en la cama, y para quienes vale la pena sublimar un poco ese niño interior que los años obligan a versionar en cuerpo y alma.
De momento, en lo que el tiempo transcurre y saca a relucir cada vez mejor la pureza de este tipo de relatos en un presente tan contaminado de bazofia derivativa, me conformo con conocer y disfrutar más de una vez la historia de este espectador frustrado, lanzado a la ominosa búsqueda de una reunión con su amada atrapada en lienzo. Me conformo, por tanto, con que un producto sencillo mas no simple, destinado a la noble causa de difundir el lenguaje cubano de señas con el plus de una realización muy cercana y emotiva, me estremezca desde cualquier plataforma.
Surgido del libro homónimo de la propia autora, por una de esas coincidencias inenarrables en las que se produce una simbiosis palabra-imagen (Ariste-Hernández), El caballero y la novia retrato reluce como armadura al sol por su condición de historia original, entre tantas otras virtudes, sobre todo cuando parece un modélico relato sacado de los cuentos tradicionales centroeuropeos, del Oros viejos, de Herminio Almendros o de la factoría Disney en su apogeo de las primeras décadas.
Por ir un poco más lejos en mi entusiasmo, diría que si algo admiro al máximo de esta experiencia es su absoluta perfección narrativa y la imposibilidad de transgredirla: el ciclo es tan redondo, las intenciones están tan logradas, la técnica está tan empastada con el discurso, que uno al final quisiera ver rota la solidez de estos cinco minutos y que nada menos que una película de larga duración surgiese de pronto, y los enamorados anhelasen aún más un encuentro carnal, y la magia del pincel tardase en obrar para que mayor fuese nuestra tensión.
Que un personaje tenga la suerte de cruzar un cuadro o una pantalla de cine (son prácticamente lo mismo en cuanto a propósitos del arte), de afuera hacia adentro o viceversa, es un viejo sueño que varias veces han hecho realidad para nosotros. Maestros como Buster Keaton (El moderno Sherlock Holmes), Fritz Lang (La mujer del cuadro) y Woody Allen (La rosa púrpura de El Cairo) lo han cumplido con una mezcla de gozo infantil y fastidio adulto, y pocos aprendices del audiovisual suelen repetirlo con el encanto que aúnan los responsables de El caballero y la novia retrato.
¿Cuántas veces no hemos querido abrazar a un amor imposible, por ejemplo, retenido en una simple foto de perfil, o al otro lado del televisor? Para colmo de lo mundano, sé de caballeros que guardan a sus amadas en casetes ocultos, sé incluso de quienes las resguardan del alcance de brujas que acabaron echándoles el lazo, porque algo encuentran en la contemplación de sus ídolos que no les da su alrededor. Ah, pero a esos les faltan caballos para salir a correr mundo, para encontrar el hechizo que les una a su ficción carnal y adorada.
¿Será verdad eso de que el arte siempre acaba hablando de uno mismo? No lo sé, pero igual que me pasa con la búsqueda del Grial que emprende Percival en Excalibur (la mejor versión, la del 81, la que más se parece a este corto), en el encanecimiento y deterioro del joven protagonista noto algo tan concreto y general como puede ser la vida, y la nada pretenciosa enseñanza de que cada cual merece la oportunidad de concebir la suya como emocionante si está dispuesto a darle sentido y, día tras día, cabalgada a cabalgada, encontrarla.
Remansos como el de este videolibro, romances como el de estos dos seres de ficción, artificios como esta leyenda de cuadros encantados y pintores sin igual, cumplen en mi vida la función de las pausas en el camino, que con la voz de Yanetsy Ariste, el trazo de Hernández y la lira de los mejores cuentos hacen menos tortuoso el camino que siempre queda por delante.
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