Zona de Interés
Ficha técnica
Título original: The Zone of Interest; Año: 2023; País: Reino Unido; Dirección: Jonathan Glazer; Guion: Jonathan Glazer/Martin Amis; Fotografía: Lukasz Zal; Música: Mica Levi; Reparto: Sandra Hüller, Christian Friedel; Duración: Una hora y 46 minutos.
¿Cómo es posible que una familia alemana de los años 40 pueda cuidar minuciosamente su jardín, disfrutar del fútbol y pensar en comer chocolates justo al lado de uno de los campos de concentración y exterminio más famosos de la historia contemporánea? Los Höss velaban por los suyos y se aferraban a los beneficios que les otorgaba la Segunda Guerra Mundial.
Aún recuerdo la línea de la señora Höss (Sandra Hüller) cuando su marido le comunicaba su inminente traslado. “Hemos construido una vida aquí, vete tú y yo me quedo con los niños, tendrán que sacarme a rastras de aquí”; solo unos muros separaban la casa de Auschwitz, y ella prefería pasar el resto de sus días criando a sus hijos mientras los guetos judíos eran sacudidos por las fuerzas del orden.
Jonathan Glazer redacta esta película con un sistema de cámaras múltiples que se asemeja a la manufactura de un reality show. Si los personajes entran a una nueva habitación, nosotros también, ergo, sirve como forma de delimitar el perímetro y separar la casa del campo. Es una sustitución inteligente del tracking que se hace con personajes que recorren un escenario y el autor nos muestra qué les rodea, dígase Goodfellas o Boogie Nights. Los muros de alrededor transmiten la calma con la que transcurrían los días de los inquilinos y la pervierte con los constantes gritos de los judíos, disparos, llamas, humo y cenizas.
El director de La zona de interés solo tiene cuatro películas en su haber y hago mías las palabras de quien moderara la rueda de prensa en el pasado Festival de Cannes donde esta se estrenó: “Ha hecho usted muy pocas películas, tristemente”. Es menester decir que con ella el equipo logró hacerse con el premio a Mejor Película Internacional en la más reciente edición de los premios de La Academia. La zona de interés es una oda al odio, reinventa el arquetipo del villano universal y del villano nazi cinematográfico, muestra cuán parecidos somos a los fascistas de la primera mitad del siglo XX y hasta se puede traducir como una bofetada al mundo moderno.
Descubrí a Glazer con una historia igual de transgresora e incómoda. En 2013 estrenaba Under the Skin con una maravillosa Scarlett Johanson que atraía a los hombres a una suerte de madriguera, un hotel Bates derruido y húmedo, un lugar que no le hacía justicia a la sensualidad que proyectaba de forma deliberada la protagonista, quien se movía por las calles en una furgoneta en busca de hombres, los invitaba a tener relaciones sexuales y como resultado acababan muertos.
Era terror cósmico que hablaba sobre los peligros de la vida terrenal, una suerte de Alien moderno donde el monstruo deja muchas preguntas y nulas respuestas. Glazer es un estudiante de la monstruosidad, y ahora su objeto de estudio es el nazismo y su estrecha relación con la humanidad.
A medida que La zona de interés avanza se van sumando detalles a escena, un travelling que persigue lateralmente a un prisionero del campo con una carretilla revela el alto y ancho de los muros.
El patriarca Höss (Chritsian Friedel) empieza a llevar su uniforme de las SS sin esa esa acentuación que otros autores utilizan para retratar a un oficial del Reich, después lo hacen sus subordinados y se puede palpar la extrañeza de la imagen al evocar una realidad que dentro de nuestro imaginario consideramos imposible que vuelva a ocurrir, también descoloca la naturalidad con la que se comunican y se relacionan los soldados, cómo desfilan en sus grises uniformes y le cantan feliz cumpleaños al patriarca Höss.
La metodología con la que está concebida la historia transforma nuestra acepción del género cinematográfico con que se narra, confundiéndonos en si se trata de un documental o una obra de ficción. Estos hombres, mujeres y niños viven sus vidas tal y como lo hacemos nosotros: rodeados de desgracias mundiales conocidas y desconocidas, disfrutando de privilegios como el entretenimiento, el deporte, la comida, etc., mientras otros sufren un apartheid inefable. Si los Höss eran adictos a las comodidades de una vida tranquila a escasos metros de la personificación misma del holocausto, nosotros no somos diferentes a ellos; pegados todo el día a pantallas diminutas, tragando contenido basura y sin ganas de juzgar las injusticias que nos rodean.
La zona… es más difícil de digerir justo cuando llega a su clímax. Durante el transcurso de la película se nos cuenta que el Sr. Höss tiene grandes ideas y que con ellas aspira a ascender en las líneas de Hitler. Estudia la posibilidad de construir máquinas de incineración masivas con las que llevar a cabo “El plan de Hungría”. Setecientos mil judíos exterminados a partir de un plan minucioso, disciplinado y macabro; como si fueran ganado. Se construye una especie de baño gigante, a lo Psicosis, donde la frustración hace que se te ponga la piel de gallina y tengas que tragar en seco, porque los mataron, y no pudiste hacer nada.
Hay muchísimas películas que cuentan historias de la Segunda Guerra Mundial, algunas más personales y mejor ingeniadas, otras abusan de zonas comunes y ayudan a perpetuar estereotipos fascistas que a la larga invisibilizan una época oscura de la historia. Es bien conocida la anécdota de un Stanley Kubrick con ganas de hacer una película desde la perspectiva de los judíos, investigó durante muchísimo tiempo y se obsesionó con las atrocidades que puede llegar a hacer el prójimo. Tanto así que desistió del proyecto y le pidió a su amigo Steven Spielberg que fuera él quien terminara el proyecto.
A mí me ocurre lo mismo que a Kubrick en el sentido de analizar este segmento de la historia con sumo cuidado y estudiar con ojo clínico la atmósfera. La vida es bella es para mí un caso de lo que no se debe hacer, una reducción a gran escala de un genocidio, un film que prostituye los campos de concentración y los convierte en parques de atracción, ni siquiera hacer el mejor uso posible de una narración en primera persona que justifique la infantilización del campo de exterminio, algo que sí hace Taika Waititi en Jojo Rabbit, con un sutil cambio de la comedia al drama gracias a unos simples zapatos.
Por supuesto, también existe la triste épica de La lista de Schindler, cruda de principio a fin, que aporta un protagonista cuya visión de la guerra cambia a medida que se convierte en testigo del exterminio. Liam Neeson está espectacular como Oskar Schindler y Ralph Fiennes interpreta a un alto mando nazi, sádico y sin escrúpulos.
Ni siquiera Quentin Tarantino se aguantó las ganas y maquinó una Once Upon a Time… in Germany en la que los bastardos sin gloria lograron (con un poco de ayuda) acribillar al mismísimo gran dictador de bigote cuadrado. Incluso su coronel Landa (Christoph Waltz) emanaba una dedicación gigantesca hacia su persona, pero era un patriota manipulador que supo visualizar la caída del régimen y negociar con Aldo el Apache.
Pero el acierto de La zona de interés reside en su facilidad para aterrorizar a quien la vea, confirma que no son necesarios monstruos ni fantasmas para producir terror y miedo; nos convierte en ratas de laboratorio y juega con nosotros a la vez que habla sin tapujos sobre los capítulos de la historia que muchos quisieran enterrar.
Te hace temeroso de la gente que te rodea, de la gente que cuida a su familia, a su perro, su jardín, su casa, pero gente que puede odiar a alguien por su raza, por ser mujer, por ser homosexual, bisexual o transexual, por tener creencias religiosas, a alguien como tú o como yo. Glazer le dio nueva forma al odio, nos hizo ver cómo nos distraemos con Frankensteins, Godzillas y momias en un intento de escudarnos de la verdadera amenaza: nosotros. (Por: Mario César Fiallo Díaz)