En toda la duración de Vidas pasadas no hay un solo beso entre los protagonistas, y juraría que tampoco participa de ello ningún otro personaje. Bueno, ni yo besé a la Na Young de mi vida, que con otro nombre y rasgos físicos se sentaba detrás de mí. Yo no debía ser para ella más que un plano en escorzo la mayor de las veces. De vez en cuando me sonreía, y hasta me cedía las tareas para que copiara. Sobre todo Matemática, cuánto ansiaba ese condenado turno para volverme hacia su mesa bajo el pretexto de la ignorancia.
Gracias a Celine Song y su debut he revivido la sensación de aquellos días, pero también la zozobra de llegar una mañana y no encontrar a mi Na Young, y el asalto de una duda tan injusta como “qué hubiera pasado si…”, y el vacío de un reencuentro pospuesto en demasía: la distancia, la desmemoria, los rumbos alejados. Los abrazos rotos, que diría Almodóvar. Ahora que lo pienso, este es el más sublime equivalente fílmico a un abrazo que he encontrado desde Sofia Coppola y Perdidos en Tokio.
De un párrafo a otro he vuelto a comprobar y no, no hay besos. Tendría que revivirla sin prisas desde la primera escena a la última, ejercicio en extremo provechoso y urgente en mi caso, pero igual dudo que encuentre uno solo. He pensado siempre que, a falta del beso, casi es preferible el abrazo, gesto tan conciso y multifactorial que el arte tiende a explorar poco y a sustituirlo por la efusión instantánea de labios que chocan y cuerpos que arden desnudos, obviando a menudo las posibilidades telúricas que legó Canova cuando detuvo en mármol blanco la unión de Cupido y Psique. Las cámaras por lo general nos permiten contemplar el antes y el después de ese instante, más que detenerse en él como muestra igualmente perdurable de afecto.
Cuando una película habla y confiesa por uno mismo, pasa a ser defendida por un deber absolutamente moral, más si sorprende por su fidelidad biográfica a ese espectador que nada tuvo que ver en su gestación. Cuando demuestra poseer también las dotes del mejor cine, o al menos de un estilo admirable para el que nos sentíamos preparados a su llegada, la conexión que se crea es mucho más especial. ¿Qué más da si nuestra primera persona acumula experiencias distintas a la de Song? Compartimos la común dicha de un arte universal, que expresa sentimientos universales, lo mismo en Matanzas que en Seúl o Nueva York.
“Hay una palabra en coreano. In-yun. Significa providencia. O más bien… destino. Pero se usa especialmente con las relaciones entre las personas. Creo que viene del budismo y la reencarnación. Es un In-yun cuando dos extraños se cruzan en la calle y sus ropas se rozan; porque significa que algo pasó entre ellos en sus vidas pasadas”. Haciendo caso de esta cita, extracto del guion, y teniendo en cuenta el grado de vida propia que alcanzan algunas películas, me temo que en algún punto de mi pasado he tenido un encuentro con esta maravilla.
Quien echa de menos la sugerencia en plena época de evidencias, la serenidad en detrimento del ruido, el romance genuino en lugar del forzado, seguramente ha deseado la materialización de algo como Vidas pasadas en ocasiones anteriores. De una contención emotiva que asombra por su equilibrio entre la mesura y la pasión, interpretada por actores de los que parecen no hacer nada mientras nos transmutan en ellos sin darnos cuenta, hermanada en cuanto a palabra e imagen con la coherencia del Leo McCarey de Algo para recordar, esta carta de amor filmada avanza con suma placidez, como un velero a sotavento o una lectura de tirón.
Gracias, Celine, por aportar con eso del In-yun un término que de ahora en adelante suscribirá tantos giros argumentales de los que apenas se explican, tantos instantes sobrecogedores en las más poderosas y verosímiles historias de amor. Quiero decir que los fotogramas de tu película, de tu primera película, rozan continuamente los de Casablanca, Carta de una desconocida, Algo para recordar, Tal como éramos o Tu nombre… Vidas pasadas también milita en el romance interrumpido o postergado, iniciado y retomado casi siempre de casualidad y por breve tiempo, pero igual de intenso que el primer día, allá en París, en Viena, a bordo de un transatlántico o a la salida de una escuela coreana. El cine es la ciencia que estudia el azar y tú, Celine, mereces ser convalidada con honores por entenderlo tan bien.
Hae Sung (Teo Yoo) y Na Young/Nora (Greta Lee), dos jóvenes coreanos enamorados desde la niñez, representan un dilema sentimental cuyo precedente más cercano que prefiero sería Asignatura pendiente, de José Luis Garci, teniendo en cuenta las diferencias en cuanto al desarrollo del reencuentro que viven los protagonistas de ambas películas y anudan los respectivos argumentos. El título de ese atípico y fabuloso melodrama español, a semejanza del In-yun que quizá se haya abordado antes con mi pleno desconocimiento en Corea (aunque la obra de Song es de matrícula estadounidense), crea por sí solo un significado válido para referirnos a las oportunidades desaprovechadas o desbaratadas por caprichos ajenos a la voluntad de los involucrados.
¿Quién no tiene una asignatura pendiente, en algún rincón de su vida pasada? A lo mejor la tuya se sentaba detrás de ti, sonreía ante tu timidez disimulada y hasta te prestaba las tareas para que copiaras. Seguro nunca le dijiste nada de lo que sentías porque, de lo contrario, pensarías en alguien más al hablar de estas cosas. No obstante, podemos estar tranquilos y bajar la guardia, que nada tenemos que revelar nosotros si es el cine quien habla de asuntos tan delicados y nos pone en mera situación de recuerdo. Hasta ese punto, seguimos en zona de confort.
Ahora bien; es muy posible que la comodidad termine cuando la alquimia de Song surta efecto y la comparación con tu propia vida te haga replantearte las cosas, desear que la realidad fuese tan manipulable como los mecanismos de la ficción y de nuevo escuchar esa voz, tocar sus manos, respirar el perfume que vete a saber si lo inventaste tú, a una distancia imposible de su cuello… Vuelve a doler la suma de los años perdidos, la idea de lo que pudo ser, el mundanal ruido del ciberespacio donde ambos habitan; en fin, el océano literal o figurativo que se extiende entre los dos, así que de momento súrcalo a través de una obra de arte y luego plantéatelo de modo físico.
En tu guion propio, suponiendo que tu asignatura pendiente no haya cambiado de nombre y las redes sociales te faciliten el proceso… ¿emprenderías una búsqueda semejante a la de Hae Sung en pos de Na Young? Con ahínco vital, tal vez digas “Sí”, ¿pero afrontarías las consecuencias con la madurez de estos personajes, colocados en la estacada para que a través de sus sonrojos y frustraciones nos reconozcamos?
Tal vez no, y da igual, para eso también está el cine. Para rellenar los baches del alma, y untar con su bálsamo las heridas de infinitas personas sentadas ante el portento que Song ha escrito y dirigido con inspiración, según mis consultas, autobiográfica. Si abundase la gente generalmente segura de sí misma y consecuente con el devenir de sus caminos, películas como esta arrebatarían la clientela a psicólogos de todo el orbe. Películas que, claro está, en momentos de duda o frustración adquieren una gran capacidad de desarme introspectivo, pero asimismo cumplen una función purificadora y reconfortante. La función de un abrazo.
Todos estamos llenos de asignaturas pendientes; llevamos unos cuantos miles de In-yun en los pliegues de nuestra ropa y en la piel; tenemos nuestras vidas pasadas.
Ya que nunca se logra transmitir del todo una conmoción tan personal, creo que la verdadera forma de escribir sobre un filme como este no es la común, sino a lo interno. Embolsillando las manos, vagando por la casa que hace unos minutos era un cine, recostando la cabeza al marco de la ventana en el patio, uno urde folios enteros acerca de Vidas pasadas y luego no hay yemas que los reproduzcan fielmente sobre el teclado.
Lo que contemple desde mi cornisa no importa, pese a las resonancias asiáticas, dígase ramas entrelazadas o el aroma a una oportuna lluvia que poco a poco deja de repicar: en ese paréntesis de la noche he escrito (pensado) más de lo que ahora puedo decir a propósito de esta masterpiece. Sí, me la paso arguyendo que lo divertido del cine es que no se parezca a la vida, pero en ocasiones necesitamos lo contrario, para bien. Solo de vez en cuando, aunque nos prive de besos anhelados.
¿Qué puede pasar? ¿Que una guionista/directora llore detrás de cámara antes de decir “Corte” y nosotros antes que ella, mientras su milagro se produce? Al menos yo puedo soportarlo, pero… Quisiera volver a abrazarte, mi Na Young.
Ficha técnica
Título original: Past lives; Año: 2023; País: Estados Unidos; Dirección: Celine Song; Guion: Celine Song; Fotografía: Shabier Kirchner; Música: Christopher Bear, Daniel Rossen; Reparto: Teo Yoo, Greta Lee, John Magaro, Seung Ahmoon, Seung Min Yim; Duración: Una hora y 45 minutos.