Son las diez de la mañana y en las afueras de la clínica de Versalles aguardan más de 10 casos. “¡Poquísimos! Hay días en los que a esta hora triplican la cantidad”, menciona una anciana que acurruca a un cachorro en brazos, envuelto en una colchita estampada que seguramente antes perteneció a algún bebé. “Yo vengo de la Emsuna”, dijo un hombre sentado en su motorina roja, mientras señala el bulto en el abdomen de su pequinesa: “es una hernia y lleva operación de urgencia”.
El local es pequeñito, apenas cabe la veterinaria, su asistente, el paciente y su acompañante. Tal parece que uno tenga que pedirle permiso al otro para cambiarse de posición. Pero adentro se tiene todo lo que se necesita, bueno, no tan así. Realmente limitaciones hay un millón: medicamentos deficitarios, el lugar carece de condiciones…, pero al menos sobra lo más importante, que son las ganas de salvar vidas.
Día laboral, de “agendas” apretadas, “sin embargo esto es serio, tenía que traer a Sisi, imagina, lleva dos días que no quiere comer y ya hoy apenas se levanta del piso”, comentó la dueña de la gatica amarilla minutos antes de pasar el umbral de la puerta.
Todos comparten sus problemas y preocupaciones. Allí se habla de economía, de la cuota atrasada y hasta del picadillo que no acaba de llegar al punto. Las horas pasan y nadie se mueve. De vez en cuando alguien derrama una lágrima o da palabras de aliento. Los roles se intercambian en dependencia de cuál sea la mascota en consulta. A un rosario plateado se le cuentan las cuencas mientras el bisturí se desliza por otro abdomen distendido.
Una perrita de parto aguarda por ayuda. Contracciones y contracciones le han puesto débil y siguen sin divisarse descendientes a la vista. ¡Ey!, espera, eso es una pata. “Yuya, corre que está trabado”. Y mientras a cierta gata le hace efecto la anestesia las atenciones se centran ahora en la madre primeriza. El primero nació muerto, pero “¡mira, el segundo respira!”, comenta emocionada la asistente. Entre nervios y sustos llega el milagro de la vida, y por unos minutos los rostros afligidos regalan sonrisas.
¡Uff, otra urgencia! ¡Un callejero agredido! ¡Pásenlo que tienen prioridad! Puertas afuera quedan leyes por hacer cumplir que no acaban de salirse de los marcos de un papel. Puertas adentro se salvan y aman a las mascotas. Es su día, ¡Día mundial de amar a tu mascota! ¡y del gato! Hoy lo merecen más que nunca. Salvo que en esta como en otras clínicas veterinarias matanceras, “hoy” es siempre.
Nota: Yusleydis Abreu Reina, «Yuya», es una veterinaria matancera que tiene su clínica particular en Versalles y dedica horas extras a atender gratuitamente a todos los animales sin hogar que necesiten de sus servicios.
Con esta crónica se agradece a todos los veterinarios de la provincia que no cesan en su afán de salvar vidas, y también a todas aquellas personas que protegen y ayudan a los animales.
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Nosotros.