Hay veces que me pregunto si bebí por error la TuKola del olvido. Quizá me sucedió por no hacerle caso a mi madre y aceptar tragos de extraños. No obstante, hasta el alcohol está demasiado caro para rechazar Cubalibres, así como así. Dios sabrá cuándo me lo tomé o quién me lo ofreció. Sin embargo, esta resulta la única explicación plausible para mis fallas de memoria.
Por ejemplo, hace una semana entré a un Rápido, de esos cuyo símbolo era una taza de café con unas rueditas, como si fuera una cuña de Fórmula 1, con unos 60 centavos en CUC que me encontré en el fondo de la cartera, para pedir una caja de cigarros Popular. La dependiente me miró de arriba a abajo, me sometió a una tomografía, casi literalmente, e hizo ese gesto universal de darle vueltas al dedo índice encima de la sien, y me respondió: “Mijo, llegas cinco años tarde”.
Había escuchado con anterioridad la expresión “se tomó la Coca Cola del olvido”, utilizada para aquellos que se marcharon y, de repente, en vez de saludar con ¿Qué bola?, lo hacían con un ¡Hello!, y no le daban besos a las mujeres en las mejillas y renegaron del coquito y de la mortadella. Dicha metáfora se refiere a los que se fueron, pero qué sucede con los que se quedaron.
En cierto modo siento que me fui, cuando en realidad no me he movido de casa. Estoy en espera de que hierva la leche o que aparezca el mensajero con el pan de calabaza, o que anuncien que sacaron el pollo en el quiosquito. Aquí siempre uno está a la expectativa de algo, y por ello me cuesta retirarme.
Sin embargo, a veces siento que no habito la misma ciudad que una década atrás. Por eso creo que alguien me sirvió en un Cuba Libre. Quizá lo hizo por descuido, tal vez para que padeciera su mismo desfasaje y así no saberse tan aislado. Sin importar el porqué me engañó con la TuKola del olvido, producida por Ciego Montero y distribuida por los CVP que venden su merienda para ganarse unos pesos extras; si todavía existen CVP, ahora tengo mis dudas.
Desde que la bebí, cada día resultan más frecuentes los blackouts, como si la Isla que recuerdo comenzara a transparentarse, a difuminarse. Creo que si entorno los ojos puedo atravesarla con la mirada desde la costa norte hasta la sur.
No solo hablo del episodio del Rápido. Los maniceros parece que quieren escupirme en el rostro cuando me ofrecen el cucurucho y les muestro un peso macho. Similar me sucede con los que cuidan los baños en los restaurantes y en las gasolineras, que me rechazan la moneda con la Estrella y me solicitan a Máximo Gómez, como los maestros me pedían que trajera a mis padres cuando me portaba mal.
Hay mañanas en que me despierto con regusto a croqueta de DiTú en el paladar y salgo a buscarlas, pero cuando arribo a los lugares donde debió estar el establecimiento solo hallo carcasas olvidadas. Ahora no sé si el olvido sabe a croqueta crujientes o a refresco de gas.
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Cuatro días atrás, a eso de las dos de la tarde, arribé a una parada y pregunté si ya la 16 había pasado, una guagua doble —doble calor, doble molote— que partía la ciudad como un pastel, según recordaba.
No sé si articulé bien mis palabras, porque nadie me respondió. La gente anda desmotivada con los mosquitos y las reformas de las reformas, pensé y me senté tranquilo a aguardar. Pasaron dos o tres ómnibus, pero me mantuve fiel a mi 16, que me dejaba a una cuadra de mi destino. La noche me sorprendió ahí, aún en espera. Siempre queda la confronta, reflexioné.
Además, estos lapsus no solo me han ocurrido en la calle, también en la casa. Para escribir textos como este por lo general me preparo una colada. Mi madre, al verme en esa maniobra, me advirtió que le echara poco polvo a la cafetera porque el chícharo la tupía. Les juro que no entendí el chiste, ¿cómo que chícharo?
Con el líquido ya en la taza, no encontraba entre la apretazón de objetos en la pequeña cocina el pozuelo con azúcar blanca. Voy hasta el cuarto y le pregunto a la vieja dónde está. Ella se echó a reír, ¡azúcar blanca!, y soltó una carcajada, ¡azúcar blanca!, y se le aguaron los ojos. En verdad que su sentido del humor me dejó pasmado.
Sé que no soy el único que anda intoxicado por tanta nostalgia y sin que nadie me pueda pasar la mano. Al terminar el trabajo, un socio y yo fuimos a por unas cervezas. Recorrimos todo el centro y aún no creíamos que no tropezáramos con una que no fuera un atentado de lesa economía contra nuestro salario.
Intento recordar en qué fiesta estuvimos juntos él y yo donde sirvieron Cubalibre, pero nada. Estoy seguro que existe más gente como nosotros por ahí. Ten cuidado con lo que bebes. La TuKola del olvido parece más común de lo que se piensa.
No sé hasta cuándo durará su efecto; solo que me cuesta cada vez más vivir en dos países, el que recuerdo y el que es. Tropiezo y tropiezo con más difuminaciones y la gente me observa, un día detrás del otro, más raro, y no estoy seguro de si los hospitales estarán en las mismas condiciones que antes. Incluso, de a poco, en qué consiste la TuKola, se me desvanece y solo me queda el olvido.
Carmona, estás describiendo desgarradoramente el desastre de una sociedad, el deterioro de una economía » insalvable » y el ocaso de algo que brilló mucho a pesar de los apretones que hemos resistido durante más de 60 años, pero que tenían timoneles con timbales que hoy no existe.
Así se avanza hacia el olvido de lo que durante muchos años nos mantuvo con fé, esperanza y caridad, que ya hoy ! no existe ! …