Mientras una turba de personas trataba de abordar el ómnibus con destino a Peñas Altas y los que ya lo habían hecho se acomodaban como podían en el interior, la joven se abrió paso entre la multitud con cara de frustración. Muchos la observamos, era imposible no hacerlo, pues todos teníamos un objetivo en común: abordar el medio de transporte, el único que se había detenido allí en un buen rato. Y ella, que lo había conseguido, lo abandonaba.
En breve tiempo nos enteraríamos de que a la muchacha de rostro triste le habían robado el celular en medio del tumulto. En un primer momento se decidió cerrar las puertas de la guagua y aguardar a que llegara la policía, que se personó en el lugar unos minutos después.
Durante la espera, varias personas protestaron por el hecho de que llegarían tarde a sus centros laborales o a alguna gestión en particular; otros manifestaron fervientemente que el ladrón ya había huido, por lo que no era prudente esperar. Y fueron los menos quienes insistieron para que llevaran a todos los que en ese momento éramos considerados como sospechosos hacia la unidad de policía más cercana.
Lamentablemente, los hechos que aquí se narran ocurrieron el martes 16 de enero en la parada de la Terminal de Ómnibus provincial, suceso que pudiera haber acontecido en cualquier otro sitio de la geografía matancera, si tenemos en cuenta que muchos de estos delincuentes, que pululan por ahí, gozan de impunidad.
Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue la poca empatía que mostró la mayoría de los presentes con la muchacha, pues a cualquiera de los que estábamos allí podía habernos sucedido, y al menos para calmar los ánimos hubiese sido útil una dosis de solidaridad.
Pero la realidad es que en los tiempos que corren, de crisis económica y de valores, cada vez es más difícil ponernos en el lugar del otro, dejar de lado los intereses personales y sumarnos a los colectivos, para lograr el bien común.
El individualismo impregna a buena parte de la sociedad cubana actual, y entre la vorágine cotidiana de conseguir los frijoles, pagar la corriente, comprarles zapatos a los niños o tratar de montarnos en una guagua para llegar temprano al trabajo, se nos olvida que no estamos solos en este mundo y que vivimos en una comunidad con leyes, valores e intereses.
Como corriente que invade a las sociedades contemporáneas, el individualismo es muy peligroso, pues solapadamente incita a cada uno a actuar conforme a sus propios pensamientos y convicciones, al margen de las normas sociales. De esta forma se defiende el derecho de la persona a pensar libremente, a autodeterminar su destino y a actuar conforme a sus propios criterios, sin que ello implique el menoscabo a los derechos y criterios de los demás.
Estas formas de comportamiento que, por supuesto, también pasan por el tema económico, en un país como Cuba donde la solidaridad ha sido motor impulsor para la supervivencia, lastran el desarrollo colectivo y la convivencia social, haciendo cada vez más difícil lograr un punto de equilibrio entre el bienestar común y el individual.
En una sociedad donde crecimos regalándole un poquito de azúcar al vecino o ayudándole a cargar el agua, enfrentarnos con ejemplos de egoísmo e indiferencia suele ser un duro golpe para la formación moral de algunos, que aún superponen el hecho de llegar tarde al centro de trabajo con la esperanza de atrapar a un malhechor y encontrar un celular que no es el suyo. (Caricatura tomada de ¡Ahora!)