Espigada, vivaz, valiente, yendo “ligera” -como gustan decir los orientales cuando hablan de velocidad-, aparece para muchos el recuerdo de Celia Sánchez Manduley, la primera mujer combatiente del Ejército Rebelde, en la Sierra Maestra, a quien se homenajea por estos días en el aniversario 44 de su fallecimiento, el 11 de enero de 1980.
Nacida el 9 de mayo de 1920 en el poblado rural de Media Luna, en las estribaciones de la cadena montañosa más grande de Cuba, la también calificada como Flor más autóctona de la Revolución dejó al morir a sus tempranos 60 años, víctima del cáncer, una huella profunda e indeleble.
Su trayectoria fue trazada por sus valores de patriota, audaz combatiente de la clandestinidad como militante del Movimiento 26 de Julio en la ciudad y antigua región de Manzanillo, la Sierra Maestra, y por su inmenso humanismo que casi todos reverencian.
La hija del médico rural Manuel Sánchez Silveira y de Acacia Manduley, educada en un hogar principista, martiano y solidario con los desposeídos, tenía, además, la encantadora impronta de las almas intrépidas y naturales, criadas en contacto con una naturaleza y gente muy buena y sencilla, residente en la campiña cubana.
Se le vio, como es sabido, buscar el apoyo de los campesinos de la zona cercana al lugar donde llegaría la expedición del yate Granma, y trabajó incansablemente, como Frank País lo hiciera en Santiago junto a Vilma y otros patriotas, en la búsqueda y preparación de combatientes que se alistarían en la naciente fuerza.
Manzanillo, y los poblados costeros de Pilón, Media, Campechuela y Niquero, que conocía como la palma de su mano, fueron testigos de su ir y venir organizativo, evadiendo los constantes controles militares del ejército batistiano, incluso bajo disfraces y camuflajes increíbles, como el día en que se le vio en una guagua vestida de monja.
Celia Esther de los Desamparados marcó definitivamente su vida por el amor a la Patria cuando transformó la llana generosidad y sensibilidad que mostraba desde niña ante las injusticias en la decisión de entregarse a la lucha por la libertad y darlo todo por eliminar el origen de la desigualdad y la ignominia.
Así fue siempre, patriota, muy osada, justa e incansable, hasta su fallecimiento pocos meses antes de cumplir sus seis decenios de existencia.
Su obra no ha sido en vano porque las actuales mujeres cubanas, las más jóvenes y sus mayores, van por la vida con el mismo espíritu de la heroína de la Sierra y el Llano, aún reconociendo en ella cualidades excepcionales.
Fue una trabajadora tenaz que simboliza en un haz las mejores cualidades de su género, en especial de la mujer cubana. Y más, cuando los tiempos difíciles que se viven, aunque muy distintos a los suyos, demandan de todas un redoblado crecimiento.
Las nuevas Celias de hoy, como las Marianas apoyadas por ella en la Sierra, trabajan sin parar para consolidar la soberanía de la Patria y hacer avanzar las conquistas de la Revolución y el Socialismo. Creando y produciendo, cooperando y siendo solidarias.
Inspirarse en su sensibilidad exquisita, en su sed de armonía y belleza en los entornos, conjuntos arquitectónicos y relaciones humanas la hicieron una fuente de aprendizaje para muchos, entre ellos niños y jóvenes.
Quién no recuerda su puntillosa ayuda a cuanta persona se dirigiera a ella, reclamando ayuda o un derecho; o el amor y entrega con que se convirtió en suerte de hada madrina de niños campesinos sin amparo familiar, al facilitarles un hogar, educación y una vida nueva.
Desde adolescente fue así, pues sus coterráneos la recuerdan dando ayuda y urdiendo proyectos para beneficiar o dar socorro a los más necesitados mediante verbenas y
ferias que estimulaba realizar en su entorno.
El golpe de estado de Fulgencio Batista, en 1952, marcó a Celia. En 1953, sube junto a su padre, a la cima más alta de la Sierra Maestra, el Pico Turquino, para colocar un busto de José Martí, en homenaje a su centenario.
Se incorporó al Movimiento 26 de Julio en 1955, en Manzanillo. Nunca ocupó cargos directivos, aun cuando cumplió acciones arriesgadas.
Evocándola también con el nombre de Norma –el más usado por ella-, pero además con el de Carmen, Liliana, Caridad y Aly, muchos le rinden homenaje hoy, pues resumen etapas imprescindibles de su devenir, una existencia que todos recuerdan con amor, volviendo siempre a ella en sus fechas importantes.
Al triunfar la Revolución fue diputada a la Asamblea Nacional, por Manzanillo, la creadora de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado y miembro del Comité Central del Partido.
Eligió la sencillez, la modestia y la humildad como modo de ser y vivir, sin sentir el menor apego por los brillos o la connotación. Sin embargo una gran luz emana de su ejemplo. (Marta Gómez Ferrals, ACN)