El paso de la Caravana de la Libertad, en enero de 1959, reafirmaba el apoyo de todo un pueblo con la naciente Revolución cubana. La emoción y el júbilo del pueblo eran incontenible y cuando la Caravana hacía un alto Fidel conversaba con el pueblo. En Matanzas, el siete de enero, a solo un día para llegar a La Habana, habla desde balcón del Palacio de Gobierno en horas de la noche al pueblo que se congregó en el Parque de La Libertad.
A 65 años del hecho Cubadebate y el Sitio Fidel Soldado de las Ideas comparte con sus lectores fragmentos de aquella extraordinaria alocución, en la que afirmó: “Yo siempre estaré junto al pueblo”, ese día, haría una promesa que cumpliría hasta su fallecimiento el 25 de noviembre de 2016.
Soy un servidor de mi pueblo
“(…) El pueblo de Cuba ha dado uno de los ejemplos más extraordinarios de la historia de América, desde que el pueblo de Cuba, desarmado, sin instrucción militar, sin un solo fusil, sorprendido una madrugada infausta en que le lanzaron los tanques a la calle, le arrebataron sus derechos, le pisotearon su Constitución, humillaron su dignidad y lo han estado asesinando durante siete años; ese pueblo sin armas, sin tanques, sin cañones, sin aviones, solo con el coraje, con la dignidad y con el valor, aunque ha tenido que pagarlo en un precio muy alto de vidas, arrebató a la tiranía sus fusiles, sus tanques, sus cañones, sus aviones; arrebató a la tiranía, le arrancó de las manos las armas homicidas y hoy es un pueblo libre.
¿Cuándo se había dado un caso semejante? (Exclamaciones de: “¡Nunca!”) No conocemos ningún caso igual en el siglo XX, porque desde que existen las armas modernas, desde que los ejércitos tienen armas automáticas, aviones, tanques, bombas de 500 y de 1 000 libras y equipos bélicos de todas clases, modernos, se decía que era imposible que los pueblos hicieran nada.
Los dictadores vivían engreídos de que podían permanecer indefinidamente en el poder, de que bastaba con tener sobornados a los generales y a los coroneles, repartir billetes de lotería y prebendas de todas clases, permitir que los coroneles se enriquecieran con el juego ilícito, con el robo y el chantaje, con la picada y con la excedencia; creían que permitiendo las piraterías (…) que mandaban soldados y tenían las armas en la mano, mantenerlos incondicionalmente… (Del público le dicen algo.) No, yo no soy el hombre, yo soy un servidor de mi pueblo, sencillamente.
Los hombres, en el sentido que hablaban ellos, se acabaron (Exclamaciones y aplausos). El hombre ahora es el pueblo, porque lo ha demostrado sobradamente”.
Los días de terror no volverán
“(…) En Santiago de Cuba, en Oriente, había 10 000 soldados copados. Entre Oriente y Las Villas, había 5 000 soldados más copados, los tanques estaban todos del lado de allá y estaban copados también, porque los puentes estaban volados y no podían moverse. La desmoralización en las filas de las fuerzas armadas era completa, no tenían posibilidad de resistir 20 días más.
Es en ese momento, cuando se acerca el general Cantillo, ofrece levantar el ejército y apoyar incondicionalmente la Revolución, sin condiciones. Desde luego que no podía poner condiciones porque estaba derrotado, y los derrotados no pueden poner condiciones, las condiciones las ponen los vencedores. Pero cuando este señor viene a plantear eso, nosotros hubiéramos podido hacer dos cosas, nosotros hubiéramos podido decir: Bueno, si la guerra está ganada, ¿por qué aceptar ningún movimiento militar a esta hora, aunque sea respaldándonos incondicionalmente? Pero cuando se le plantea a un dirigente revolucionario un apoyo de esa índole, hay una cuestión de conciencia; la pregunta que se hace el dirigente revolucionario es esta: ¿Cuántos compañeros más van a morir en esos 15 ó 20 días que van a ser los más duros de la guerra? ¿Es posible obtener los mismos fines sin que mueran más compañeros? Entonces uno dice: Bueno, sí podemos lograr lo mismo porque ofrecen un apoyo incondicional, porque se da el triunfo de la Revolución, vamos a aceptar ese movimiento militar de respaldo a la Revolución. Y fue lo que yo hice.
Me quedé esperando; porque no podía concebir que fueran tan brutos, tan estúpidos que, estando derrotados, vinieran a tratar, además, de traicionarnos. ¿Y qué hacen? En vez de aprovechar la oportunidad de que podían ahorrarnos a nosotros muchas vidas, y que la situación del ejército hubiese sido mejor si ellos realizan ese movimiento, se ponen a elucubrar planes fantásticos, faltan a la palabra empeñada, y en vez de hacer lo que habían acordado, en el día y la hora acordada, viene el señor Cantillo para La Habana, se reúne aquí con sus amiguitos, da un golpecito de Estado, se erige jefe del ejército, llama a un tal Carlos Manuel —otro Carlos Manuel para hacerlo más parecido a lo de Machado— y lo designa presidente. Inmediatamente empezó a llamar una comisión de paz para que fuera a vernos a nosotros, poco faltó para que nos dijera que entregáramos los fusiles de una vez también.
Este señor se creyó que nosotros estábamos pintados en la pared, o que no sabíamos lo que estábamos haciendo; creyó, a lo mejor, que al decir que Batista se había caído, todo el mundo se iba a poner muy contento, y le iba a tomar el pelo a todo el mundo (Exclamaciones de: “¡No saben quiénes son los barbudos!”). ¿Y qué pasó? Que tan pronto supimos a las 8:00 de la mañana que había dado un golpe… Porque se le había advertido bien claramente: “Óigame, usted va a La Habana, ¿usted me promete que no se va a dejar arrastrar por la tentación de darle un golpe de Estado a La Habana?” “No.” “¿Me jura que usted no va a realizar ningún movimiento en la capital?” “No.” Y eso fue precisamente lo que hizo. Empezó inmediatamente a decir que era un golpe de acuerdo con los rebeldes y que nosotros íbamos para La Habana. Sí, nosotros íbamos para La Habana, pero era para sacarlo a él de Columbia.
Sin pérdida de tiempo, esa misma mañana nosotros hicimos una declaración diciendo que no respaldábamos ese golpe, y les dimos la orden a todas las tropas de seguir hostigando, atacando y avanzando sobre los cuarteles. Esa misma mañana me comuniqué con los comandantes de las columnas que operaban en Camagüey y en Las Villas, y a Camilo le dije que en el término de dos horas partiera hacia La Habana y atacara Columbia. Al comandante Ernesto Guevara le dije que inmediatamente saliera hacia La Habana y atacara la fortaleza de La Cabaña. A las tropas que estaban en Camagüey se les dio la orden de avanzar sobre el regimiento de Camagüey, a las demás tropas de Oriente se les dio la orden de avanzar sobre Holguín e inmediatamente íbamos a avanzar sobre Santiago de Cuba.
Lanzamos al pueblo de Santiago de Cuba a la huelga a las 3:00 de la tarde, y lanzamos a todo el país la consigna de huelga general. El resultado fue este: a las 24 horas estaban desarmadas todas las guarniciones de la república.
Creyeron que iba a repetirse la misma historia de Machado. Repito que, para no dejar de parecerse, aquella vez pusieron a un Carlos Manuel y esta vez pusieron a otro Carlos Manuel; pero no contaron, no contaron con que aquella vez no había un Ejército Rebelde, y esta vez había un Ejército Rebelde, un Ejército Rebelde que actuó rápidamente y consumó en 24 horas una victoria, que ha constituido uno de los acontecimientos revolucionarios más asombrosos que han ocurrido en América Latina. No porque lo digamos nosotros, estaría mal que nosotros lo dijéramos, para que no se fuera a pensar que es vanidad del pueblo de Cuba y de nosotros, es lo que dicen los periodistas que vienen de todas partes del mundo, que toda la América está asombrada de cómo el pueblo ha podido desarmar al ejército entero; y todo el mundo está asombrado del civismo, del valor, de la agresividad, del patriotismo y del espíritu revolucionario del pueblo de Cuba, y eso que posiblemente no conocen al pueblo.
Si vieran lo que he visto yo, si hubieran presenciado estas manifestaciones multitudinarias, si hubieran hablado con el pueblo de Cuba como he hablado yo, es posible que la admiración que sintieran por nuestro pueblo fuera realmente más grande de la que sienten; porque para saber lo que es el pueblo de Cuba, era necesario haber recorrido, como hemos recorrido nosotros la isla de un extremo a otro, era necesario ver esas manifestaciones multitudinarias de hombres y mujeres delirantes, llenos de fe en su destino, decididos a todos los sacrificios, decididos a todos los esfuerzos y, sobre todo, con el entusiasmo, y con el cariño con que ofrecían su estímulo a los combatientes que iniciaron esta guerra en la Sierra Maestra hace más de dos años.
(…) Tengo casi la seguridad de que nunca en nuestra patria se habían observado muchedumbres tan gigantescas como las que estamos observando en estos momentos (Exclamaciones de: “¡Nunca!” y aplausos).
Tengo la impresión de que no ha quedado una sola alma en las casas de Matanzas (Exclamaciones de: “¡Nadie!”). Tengo la impresión de que aquí está Matanzas entero; es todo el pueblo, y todo el pueblo unido. Si a este pueblo, cuando estaba desarmado y cuando no estaba unido, no pudo aplastarlo la dictadura, ¿quién puede en estos momentos derrotar al pueblo de Cuba? (Exclamaciones de: “¡Nadie!”)
No hay un solo ciudadano en estos momentos que sea indiferente a los problemas del país, porque todo el mundo ha sufrido en sus carnes la tiranía. Ya no es como antes, a mucha gente no le importaban estas cuestiones, porque claro, vivían más o menos en paz después de siete años de tiranía. Después de siete años de terror, después de siete años de intranquilidad, después de siete años de crímenes, de ver que partía el hijo de la casa sin tener la seguridad de que regresara, de ver crímenes a todas horas, de ver docenas de cadáveres amanecer en las esquinas de los pueblos, es posible que no haya un solo cubano indiferente a los destinos de su patria.
Estoy seguro de que las libertades que ha conquistado nuestro pueblo con tanto sacrificio, nada ni nadie podrá volver arrebatárselas. Estoy seguro de que los días de terror no volverán, de que los días de miedo espantoso han quedado atrás, de que los días de torturas, de golpes y de asesinatos han quedado muy atrás. Y algo ya es saber que, en lo adelante, cada hombre tendrá al asegurada su vida, cada hombre tendrá asegurados sus derechos individuales, cada ciudadano podrá salir de día o de noche de su casa, sin que nadie lo moleste.
Ya no cruzarán microondas por las calles en tono amenazante, ya no veremos pasar a los asesinos por nuestro lado con caras de perdonavidas; porque casi, casi, casi, casi, cuando un ciudadano estaba parado en una esquina y pasaba un microonda, casi, casi, había que darle las gracias de que no lo asesinaran. Se vivía como de misericordia.
A cualquier ciudadano lo podían asesinar tranquilamente en una calle y no pasaba nada, lo lloraban impotentes sus seres queridos, su madre o sus hijos; podían torturarlo y no pasaba nada, podían desaparecerlo y no pasaba nada, ni siquiera el pueblo podía informarse de esas cosas. No había libertad de prensa, no había periódico que pudiera publicar una noticia, era un terror infinito, un terror en silencio, porque ni siquiera quedaba aquello de que la opinión pública conociera las cosas que ocurrían. Nadie vivía tranquilo.
Así hemos vivido durante siete años, así, pisoteados por la bota militar, humillados, reducidos a la impotencia, casi, casi sin esperanzas; porque fueron 17 años, más, fueron 18 años —11 la primera vez y 7 ahora—, 18 años gravitando un hombre sobre los destinos de la patria, 18 años robando y matando sin que el pueblo pudiera arrancárselo de arriba. Dieciocho años de tiranía parecen 18 siglos; 18 años sin libertad son como 18 siglos sufriendo, 18 siglos de terror, de intranquilidad, de humillación, de tristeza, de infelicidad”.
La Revolución ha logrado su primera etapa: la tiranía ha sido derrocada
“ (…) El pueblo sabe que esa libertad que hoy se disfruta, el pueblo sabe que estos derechos que hoy se han conquistado, para que de ellos puedan sentirse orgullosos y puedan disfrutarlos todos los matanceros y todos los cubanos, todos los hombres y mujeres de este pueblo y de toda la república; para que esos derechos hoy los pueda disfrutar nuestro pueblo, fue necesario que muchos compatriotas hayan dejado sus vidas en el camino, fue necesario que muchas madres hayan perdido a sus hijos, fue necesario que muchas esposas hayan perdido a sus esposos, fue necesario que muchas familias hayan perdido a algún ser querido.
En nuestra ruta, nos hemos encontrado con muchas mujeres vestidas de negro, nos hemos encontrado con muchos padres que no han tenido la fortuna de ver regresar a sus hijos. Ha habido, sin embargo, para ellos un consuelo, una compensación en medio del dolor grande: no ha sido vano el sacrificio.
La Revolución ha logrado su primera etapa: la tiranía ha sido derrocada, y esas madres y esas esposas saben que esa alegría, que ese entusiasmo, que esta felicidad presente y el espléndido porvenir que tiene por delante el pueblo de Cuba, hay que agradecérselo a sus hijos, a sus esposos. Y, además, porque cada madre que ha perdido a su hijo, sabe que tiene en cada revolucionario un hijo, sabe que nos tiene a todos nosotros, sabe que tiene al pueblo, sabe que no se verá jamás desamparada y sabe que siempre podrá llevar la frente en alto; porque nada será mayor motivo de orgullo para una madre, que saber que la libertad que disfruta su pueblo, que la felicidad que disfruta su pueblo, se le debe al hijo que llevó en sus entrañas.
Tristes hubieran sido esas muertes si la tiranía hubiese ganado la guerra, tristes habrían sido esas muertes si nuestro pueblo no hubiese recobrado su libertad; pero en esta ocasión como en ninguna otra, pueden repetirse los himnos, los versos de nuestro himno, o los versos del Apóstol, que morir por la patria es vivir (APLAUSOS), que para el que muere en brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión termina, y empieza, al fin, con el morir la vida (APLAUSOS).
Viven en el corazón de nuestro pueblo los héroes caídos, sus restos están lejos, esparcidos muchos de ellos en las abruptas montañas en cada uno de los campos de batalla, donde la victoria se logró a costa de sacrificios. Yacen allá sus despojos mortales; pero sus nombres, su recuerdo, su presencia es algo palpable, porque la muerte se convirtió en libertad, la muerte se convirtió en victoria, y la muerte se convirtió en vida para el pueblo.
El destino para Cuba tiene que ser grande
“(…) Nosotros somos hombres hechos a una idea: antes de perder el cariño y la confianza de nuestro pueblo, antes de ver trocado en odio el cariño de hoy, antes de ver trocado en desprecio el afecto que el pueblo nos ha evidenciado en todas partes, mil veces será preferible para todos nosotros la muerte; mil veces, porque, créanlo, no podríamos concebir la vida de otra forma. Y ese aliento que el pueblo nos brinda, es el que nos hace luchar sin descanso, es el que compensa las horas de sueño que nos faltan, es el que nos da energía aun cuando parece que vamos a desfallecer de cansancio.
He llegado a Matanzas, me falta Cárdenas, me falta La Habana, y espero llegar. Confieso que hoy estoy muy cansado, confieso que casi apenas podemos sostenemos en pie. Pero debo decir también al finalizar, que estamos contentos, que estamos satisfechos, que nos vamos llenos de reconocimiento y de admiración hacia el pueblo de Matanzas, que nos vamos más revolucionarios, que nos vamos más optimistas, que nos vamos más seguros del porvenir de nuestra patria; porque cada vez que nosotros, los revolucionarios presenciamos estos hechos, observamos estas concentraciones de pueblo, esta disciplina de hombres y mujeres que en masa compacta permanecen en pie sin moverse, millares de cabezas atentas, millares de corazones latiendo al unísono, un mismo fervor, un mismo sueño, un mismo destino, una misma palabra, una misma fe, tenemos razones para sentirnos más seguros que nunca del porvenir lisonjero que espera la patria.
El destino para Cuba tiene que ser grande, porque nuestro pueblo se ha puesto en marcha, nuestro pueblo está de pie y decidido a cualquier cosa; y cuando los pueblos se levantan como se ha levantado el pueblo de Cuba, cuando los pueblos se ponen en marcha como se ha puesto el pueblo de Cuba, con su Ejército Rebelde a la vanguardia, entonces no hay alternativa. Ese pueblo no seguirá viviendo en la morosidad en que ha vivido hasta hoy, ese pueblo no continuará viviendo en el letargo en que ha vivido hasta hoy, este pueblo no seguirá soportando la vida mediocre que ha tenido que soportar hasta hoy.
Cuando los pueblos se ponen en marcha, solo dos cosas pueden ocurrir: o logran lo que se proponen y conquistan aquello a lo que tienen derecho, o hay que exterminarlos, hay que desaparecerlos, porque sería la única manera de impedir su triunfo. Y como no creo que nada ni nadie nos pueda desaparecer, como soy de los que creo que un pueblo cuando se decide a defender y a defender sus derechos es invencible por pequeño que sea, es por lo que creo que nuestro pueblo, esta vez, la primera ocasión en que triunfa plenamente una revolución —la revolución que no triunfó en 1895 porque terminó en intervención, la revolución que no terminó en 1933 porque el golpe castrense lo impidió—, esta vez que no hay ni puede haber intervención, esta vez que no hay ni puede haber traición castrense, esta vez que el pueblo está en pie, tiene experiencia, tiene vanguardia revolucionaria y tiene las armas en la mano, esta vez el pueblo alcanzará lo que tantas veces le han arrebatado.
Este es un pueblo lleno hoy de fe en sí mismo, un pueblo que ha decidido romper con la podredumbre, con el vicio, con la corrupción y con todas las inmoralidades que han retrasado su progreso; un pueblo que sabe lo que quiere y sabe cómo lo quiere, un pueblo que está seguro de sí mismo, que tiene confianza en los hombres que hoy lo dirigen, porque sabe muy bien que esta vez no lo engañarán ni lo traicionarán, como sabemos nosotros que mientras podamos contar con el pueblo, y contaremos con el pueblo mientras seamos leales al pueblo, no habrá obstáculo por delante que no seamos capaces de vencer”.
“(…) Yo sé que para nosotros la guerra no se ha acabado, o sea, que aquí nosotros dejamos de disparar, nosotros ponemos las armas a un lado, pero que nuestros enemigos siguen armados; eso no nos importa, aquí también seguimos cumpliendo con nuestro deber en este campo de batalla.
Yo siempre estaré junto al pueblo. Esa advertencia se la hago a mis enemigos, a los traidores, a los esbirros, a los confidentes que queden por ahí, para explicarles que conmigo no tendrán muchos problemas, porque yo siempre estaré mezclado con el pueblo, y no necesitaré escoltas, ni fusiles, ni nada para andar junto al pueblo. Si llevo una escolta es para poder pasar, porque de otra manera ustedes saben que no puedo pasar”.
“(…) Creemos sinceramente que hemos hecho muy poco, que los sacrificios realizados hasta aquí no son nada, que dos años y un mes combatiendo no significan gran cosa cuando estábamos dispuestos a luchar 40 años si fuera necesario. Que realmente todo para nosotros está por hacer, y que los mayores esfuerzos sin otra recompensa ni otros premios que los que ya sobradamente nos han dado… porque creo que más que por lo que hemos hecho, el pueblo nos está rindiendo tributo por lo que espera de nosotros; y nos ha demostrado tanto cariño, no por lo que hemos hecho, sino por lo que saben que vamos a hacer”.